Lo único que le mantenía con ganas de vivir no era el arte,ni ver mujeres por la calle, ni soñar con ir a Nueva York -me hubiese gustado que tuviera esa ilusión aunque no me invitara a acompañarlo-,sino indignarse contra el independentismo catalán. Constantemente sermoneaba con los mediocres argumentos machacados que repetía desde hace seis años todo el mundo.
Le costaba ordenar sus pastillas en sus botecitos de colores con letras. Nunca encontraba las palabras exactas para no ser hiriente, y lo peor "negativa" que podía dar era un "me lo pensaré" contundente.
Él las entonaba con pasión y debía creerse que se le habían ocurrido a él. Escuchaba toda la noche en la cama la radio con las noticias y su yerno con su hija en la habitación de al lado no podía "hacer ningún avance".Este hombre le recordará con asco pensaba irónicamente.
Me gustaba verle la sonrisa pero me daba una pena lánguida. Con tantos hijos como tenía no le había dicho a ninguno que le diera nietos,ni se había propuesto fotografiarse obsesivamente,ni componer una sinfonía,ni proponer al Ayuntamiento hacer un parque para niños,algo que quedara como un recuerdo agradable cuando no estuviera.
Cualquier anécdota sobre la cultura o la belleza debía parecerse una estridencia de marcianos y falsa, y entonces por supuesto no tenía valor. A él le encantaba saberse de memoria el precio de la comida y del cine hace 40 años,saber que habían construido cualquier obra pública. Por tanto,cuando inauguraron el nuevo puente en donde él vendía fruta de niño en Telde lo bautice con su nombre. -¿Por qué haces eso?. -Así recordaré que eres de la Vieja Escuela. Y sonreí.
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