Las manos de Heráclito huelen a vino y a semen de autoerotismo pero no a callos y a sudor. A pesar de eso lloraba tanto, y cuando en la vejez jugaba a los dados tanto con los niños en el Templo de Artemisa se peleaba y les echaba en cara que fueran unos tramposos aunque no era del todo por orgullo, había renegado a ser rey de Éfeso a favor de su hermano. Ningún intelectual que ha dado latigazos llora por la pirámide que ha comido la selva, ni Tales de Mileto lloró cuando su prometida tuvo que prostituirse para conseguir el dinero de la lote para su boda como era costumbre en Midas.
Sin embargo, nosotros que hemos sufrido el fin momentáneo de la dialéctica de la Historia exigimos un zunami, y que de una vez los astrónomos se pongan de acuerdo si Heráclito o Tales de Mileto. Aunque si grito o me da igual sé que es por pasión no porque me importe nada lo que repliquen los astrónomos.
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