Alicia atraída por la madriguera

Alicia atraída por la madriguera

viernes, 4 de abril de 2014

                                                      
                             La  Ronda humillante de un solterón . V- 2009
                                                                                I

         A pesar de tener algo importante entre manos Prendes sólo pensaba si podía toquetearse por dentro de los bolsillos del pantalón sin masturbarse  .Conseguir un uniforme con corbata y zapatos.  Vió el papel con el número. El mardito 28.Y números de móvil por las esquinas. Sabía que uno de ellos era el de Jennifer García Ortega. Pero no sabía cuál ni quería recapacitar. Hacía tiempo que pensaba llamarla. Aunque ni cuando se lo dejó lo conocía bien allá hace dos años.
                          ¡Dios siempre lo mismo! Prendes se acarició la barbita de una semana para ocultárselo ante el espejo de la salida. Se rascó el pelo y se sonrió al recordar a un vividor del anuncio. Se apretó la ridícula moña del brazo. Estos ademanes le añadían seguridad de que pensaba cosas serias. Parecía  un ermitaño encorvado que se sonreía demacrado a destiempo .      
                    Era Navidad y domingo. Hacía sol y una ventolera fría. Mezcla de calor correoso al sol y fresquete incómodo a la sombra. Todo se hacía más desolador.  En medio de esta puta crisis sólo los astutos saldremos adelante.   Recapacitó. Volvió a mirarse la suela izquierda al notar qué había pisado algo pero no la limpió.      La restregó con nerviosismo contra el suelo. Una y otra vez. Hasta que la idea fija le hizo olvidarse de ella. Se sentía extraño al restregarse o mantener contacto continuo con algo.
      Nunca le salía nada bien. Cuando las cosas empezaban a salirle bien perdía el control. Era cada vez más descarado…  Más obvio .Tenía que complicarlo más. Aumentar la gama y cantidad de sospechosos. Las humillaciones públicas que venían después eran más fuertes de lo que presuponía.  Pero las humillaciones pasaban por él sin dejar  cicatriz con dolor. No aprendía. Repetía las mismas impertinencias en su cabeza una y otra vez…y las mismas suposiciones. Era increíble haber padecido tanto tan estúpidamente.
       El domingo se le hacía tedioso. Hacía tiempo al ver una fotografía de la Calle L. y C… se dio cuenta que estaba plagada de árboles. Árboles normales que debían tener un nombre corriente que él quiso saber en su momento. Comparó la mediocridad de la isla  con una meseta   desolada. La malcriadez impune de las personas con el rostro curtido. Pensó en la tristeza que deberían pasar los reclusos de prisión. Esa chusma mugrienta y malcriada. Deberían darse cuenta del paso del tiempo al ver durante horas las paredes húmedas y desconchadas.
          Pero apenas se fijaría en los detalles de cuánto le rodeaba.  Él tampoco sabía los nombres  de las calles y las tiendas que habían decorado su vida. Los nombres de los establecimientos habían cambiado su nombre como los nombres de las mujeres que superficialmente había conocido. Se daba cuenta de que reaccionaba exageradamente   ante cualquier estímulo. Pero como tantas debilidades no se esforzaba por corregirlas. Le picaba el cuerpo y especialmente la espalda. Debería ir a que me hicieran un masaje. Pero no de los teraupéticos. Que hacían un amasijo de hierro con la sensualidad.  Veía la enorme avenida desde la vidriera.
                                La limpieza le daba una profunda sensación de asco. Mas bien de desorden. Ese equilibrio de muerte y calor mugriento le volvían a la calma. Le molestaban los cambios de temperatura. Como las crías de águila que anidan entre restos, ramas y adobe. No quería pasar del ciber a ver Televisión en casa .Tenía una pila de paltos costrados en el fregadero. Ahulagas de pelusa por el pasillo. Ropa tirada y amontonada por aquí y por allí. Restos de bocadillos, facturas dejados en este mueble allá. Era como pasar de un andamio encajonado a un ataúd. Tenía la cabeza embotada.  Quería guardar un recuerdo de aquella tarde. Pero no había dónde ir sino hacer la aventura.  Necesitaba un arrebato de entusiasmo…
                    Le gustaba el ciber de Cebrián. Allí había adquirido  una cultura dispersa llena de detalles estúpidos. Había participado en decenas de chats con chicas con las que nunca había quedado. Conoció mientras veía pornografía a la hermana de David. Sí el raquítico de gafas gruesas. A veces no terminaba las frases. Se reía nerviosamente  de cualquier cosa. De gesto vacío con la boca abierta siempre que decía una muletilla intelectual fuera de lugar.
                       Lucía sí… merodeaba entre las pantallas aburrida. Miraba atentamente como una gatita sucia y esponjosa. Apenas hablaba bobalicona para quitar hierro a las discusiones.  Se apoyaba en nuestros hombros sin escandalizarse  por nada. Mientras yo intentaba ocultarme en el tablón del compartimento.   Dios ni siquiera tanteaba su rostro entre tantas películas en la memoria. Con su rictus conciliador. Aquella vez que fuí por discreción al váter pa masturbarme. Y al acercarme al lavabo pa limpiarme las manos sentí como pisaba las gafas en los bolsillos de los pantalones bajados. Por poco me da un infarto al pensar que tenía que gastarme otros 100 euros. Me debieron dar por loco. Ante mis carcajadas dalinianas.
                      Encerrado en aquel váter infecto. Sin motivo aquella tarde. Lucía vivía en una buhardilla con un permiso tácito de la abuela de su novio. Se había fugado. Otra historia absurda para variar. Una adolescente de unos catorce años, pechugona. De unos  ojos expresivos como un muerto aterrado. Dados a clavársete de rencor.  Blanca y absorta. Solía llevar escotazos provocadores aunque no estuviera acompañada por el novio. Que por lo demás parecía cansada de ella y su sensualidad. Y no era escrupulosa con una cortesía que por dejadez y soledad a nadie le importaba. Vigilaba los compartimentos de nuestros ordenadores de cubo. Atados con cadenas.
                      Sudado. Despelusado .Con un pelo grasiento abandonado. Mal vestido con una camisa blanca arrugada. Las ronchas  rascadas que le picaban. Le producían un corrimiento de nervios.  Un vaquero sucio y lleno de dobleces que parecía hinchado.  Por supuesto trabajaba en negro. En condiciones penosas por debajo del salario mínimo. En la puerta de una Ermita como si fuera  un subnormal. No hay otra cosa…pero en realidad no buscaba. Al final de mes pasaba Marcos López Barreto. Le hacía firmar un certificado de que recibía un donativo. Y la cantidad del dinero. 
                Ya sólo mantenía la higiene por conservar  su estado de ánimo. Se duchaba con agua caliente cuando estaba lánguido. Se cambiaba el cálido calzoncillo o se afeitaba cuando le golpeaba un estado de fastidio. Vestía según lo que hubiese tirado en la silla del salón. Todo ahumado con la ropa una encima de otra.  Basto, incluso para el Barrio Arenales. Aquel sudor reseco era como si hubiera un equilibrio en las órbitas de los planetas.
               Veía las parejas  de adolescentes besándose aunque no pasara por Triana . Con sus sonrisitas pícaras.  Las chicas empollándoles encima de las piernas abiertas. Restregándoles los pechos como dos polluelos sobre el rostro del chico que parecía un fumeta. Pasmado al que le costaba reaccionar. Era como si una ampolla de azufre le abrasara el pecho. Las mentiras por dignidad . Los berridos a destiempo. Un cansancio prematuro que volvía una y otra vez. Sentía una profunda envidia por cosas ridículas. Incluso pa empezar sus brillantes parrafadas necesitaba el tono adecaudo que sólo un silencio permanente podía engendrar.  Esto cubría de una plátina sádica todos sus planteamientos. Ay me tuve que haber alistado al Ejército…sí con la escoria de los descampados…ahora Fernando tiene mi misma edad… y está en el Líbano llevando un Hammer y ganando 3500 euros por peligrosidad…¿peligrosidad? Si están en un búnker comiendo en los lavatorios de los caids bereberes.
          
                       La Crisis del 2008 le había venido bien. Después con calma lo reflexiona y se sonreía histriónicamente. Le daba igual. Tampoco tan bien.El que mucha gente se empobreciera le colocaba otra vez en igualdad de condiciones. No tenía remedio era una herida abierta que no iba a supurar nunca. Él era así. Envidiaba la época donde había guerras. Entonces sí que había oportunidades reales para prosperar o tirar pa adelante. El asesinato y la violación no sólo eran toleradas. Tenían un tono heroico. Ahora miraba retentivamente los escaparates con sus jamelgos y sus modelos. Las fotos de las maniquíes con sus escotes.
                 Tenía un grave secreto que no le importaba a nadie. Incapaz  de mirar de frente, encorvado hacia adelante, iba como disimulando mirando a los lados. Cruzando la calle varias veces en cada manzana…fijándose  en los pechos de las mujeres. Con sus hombros anchos y sus brazos raquíticos parecía un espantajo enorme carcomido. Había que actuar rápido. Lo fundamental es que hubiera muchos…muchos sospechosos.
            Tampoco estudiaba. Derecho le parecía pesado. Abstracto. Aburrido. Multiplicaba unas matrículas en cursos a los que asiste. De cinco conferencias oye una. Fastidiado de tantas obviedades. De tantos prejuicios franquistas revestidos con un lenguaje técnico. Toma libretas llenas de apuntes que no relee. Apenas se prepara, pero hojea una y otra vez, para unos exámenes a los que no se presenta. Éste porque es oral y me da vergüenza…el otro porque la profesora de Laboral es una canalla y me pondría un 0. Sabe que en el Derecho Mercantil hay mucho dinero que es la más digna forma de reinsertarse a su sociedad. Pero queda exhausto antes de estudiar con detenimiento. Se apasiona por el cine. La alta cultura. Por un enciclopedismo huero y de razonamientos inflados.
                  Bajó del ciber Venegas tanteando con los brazos las paredes. Dando bandazos de un lado a otro. Como exagerando el gesto bajaba la escalerilla. Era estrecha y oscura. Y rebotar el paso en las baldosas sueltas ya no era una diversión. El calor sofocante de la tarde  Ese olor a potaje revuelto de los tragadores le rompía los nervios. A los demás le parecían irritantes burradas pero a Prendes le gustaban estos ademanes teatrales. Fingía la maldición de la Reina de la Noche de Mozart. Daba chasquidos revoloteando los brazos con la banda de El Tercer Hombre. Como el sargento de una garita se ponía serio escuchando a los proxenetas. Le satisfacía esa postura solemne “Dejan la calle maloliente para arruinarnos el business. ¿Podríamos incentivar que vinieran los cruceristas ; no?”. Se cansaba de su propia afectación. Se ponía a rechinar la quijada como una carraca.    El Paseo estaba lleno de baldosas rotas .  No sé a dónde a ir. No quiero ir al Puerto…y menos cuando los colombianos me han estafado una cerveza. Pero no tengo ganas  .  Humm   . Me voy a casa.
        Aunque sabía que era ridículo quejarse recordaba lo que había sufrido por la comodidad de los demás. El caso Karate en el que un entrenador de karate había abusado de niños durante años le había cambiado. Uno se puede tomar la justicia por su mano. Del mismo modo que los vecinos te dan la espalda para ayudarte. Te dan la espalda cuando se huelen un delito para quitarse de líos.
                  Prendes sabía que era cómo un niño. Que la mayoría de los obstáculos reales los obviaba. Que era demasiado transparente. Que las personas se mueven por sentimientos primitivos. Que se queman rápido. Que las reacciones a “las tomaduras de pelo” eran brutales. Y las quejas no servían mas que para amontonar archivos. Pero tenía que hacerlo.
                   Por eso quería medir las consecuencias en los demás de sus actos. Tenía que esforzarse por ser coherente. No llamar la atención. Comportarse como un ciudadano moliente.                
                      Tenía que implicar a alguien en su incidente. Así cuando lo acusaran habría alguien que lo protegería. Porque a él las humillaciones públicas le resbalaban mientras se sintiera protegido. No podía contar con su hermana que lo despreciaba. En el fondo tampoco querría ofenderlo. ¿Acaso no se había aprovechado de cómo exageraba su hermana sus defectos ante el médico público para darle pena y que continuara su tratamiento? . Las cicatrices no se pueden espontanear hay que hacer sangre. Había que forzar ese tipo de casualidades fortuitas. No hace falta un Dios siempre esta una cajera cabrona que te llama ladrón cuando se olvida pasar por el lector el cartón que llevabas en la mano.
                
                   También recordaba a Jennifer.  Había que andar por las galerías infinitas de la Heredad mal baldeadas de cubos abollados de agua, como si estuviesen secas y simulando no ver los charcos agrietados en puntos donde había planchas hundidas. Y yo remojaba mis piés en los tobillos para sentir espasmitos…mientras se me caía el moquillo por la humedad del barranco tortuoso.  
           Él la recordaría siempre como el espejo del Universo en la noche. Con esa ansía de muerte con la que los moribundos necesitan sus bellos recuerdos. En esos arrebatos de flato por falta de fuerzas. En las placas de granito de la entrada los manchurrones se preñaban por la humedad. Y yo engruñado en una esquina le sonreía.  Sonreía de simple entusiasmo de estar con ella. Poníamos las piñas de maíz asadas en el agua con sal. No recuerdo bien en qué me ayudo. A lo mejor fué para pelar la mazorca. O para remover el caldero pa que la sal no se pegara en el fondo. Se le movían los pechos y no pude evitar chisplar. Lo que la llenó de furia. Me derramó agua en la cara y soltó el caldero de un golpetazo entre las piedras.  Estaba lleno de cuevas pobladas. Por fugados, vagabundos bohemios que tocaban guitarras… o restaurantes de carne de cochino. Mirando las zapatillas rotas que me quedaban grandes.  Y de que las placas rañosas de salida de las galerías recordaban a manchas de semen resecas.                

                       Le clavaba los ojos por si podía implicarse conmigo. Pero Jennifer no sólo no querría participar en un delito. Le parecería que no tenía los piés en el suelo. Era demasiado retorcido por su sencillez . Y aunque un cómplice nunca acusa a un testigo…tampoco habría muchos sospechosos Entre los chorros de agua que caían de la entrada de líquenes de las galerías de Guayadeque . Cuando subíamos por los escalerones angostos. Jennifer llevaba botas de cuello alto y tacón. La desequilibraban constantemente. Yo callado detrás daba taconazos fuerte pa no notarla trémula. Tentaba su cuerpo contundente de espaldas. En los brazos llevaba ramos de buganvillas resecas. Desbordante de matices de color fuxia. Su sonrisa de buena gente. Su rostro  moreno e ingenuo en el mismo cuerpo de aquellos enormes pechos. Había un encanto campechano que me recordaba que nunca saldríamos de la pobreza sin transgredir ciertos prejuicios legales.
                         Fué entonces cuando suprimí el si. Siempre había defendido sin retórica meliflua cosas indefendibles. Cuestiones que por otra parte me eran indeferentes. Defendí la labor civilizadora de los españoles en América. ¿ A mí que me importaba que aquellos hijos de p… hubiesen violado y vivido en el lujo a costa del trabajo de cientos de miles de indígenas alineados y analfabetos?.
                  O los recortes más brutales que vivíamos del Estado del Bienestar. Pero esto por rencor, en el fondo me daba igual. Porque para colmo no tenía carácter para ser un cabrón.

                    Le costaba destruir la vida de una persona mirándola a la cara. Cualquier contacto le resultaba insoportable. Por eso quería ser abogado o Juez de Sustitución. Pero había que estudiar, estar en el lugar adecuado…y ser un adulador impenitente. Pasarme así la vida no me apetecía. Había que suprimir el si Supremo, o sea la del prejuicio legal. Yo era un blandengue y un inmaduro.  Tenía que repensar las consecuencias de mis actos. Sobre todo teniendo en cuenta que los reaccionarios siempre devolvían con más saña la pena que cualquier falta cometida.
                  Si me habían tratado mal. Tenía derecho a devolver el daño. Si me habían hundido tenía derecho a…  Tenía ganas de volver a escuchar una conversación normal.
                                                                    II
                
                                     Hacía misión de cómo llegó a estar al margen del sistema productivo. De por qué era un donnadie. Tenía la matraca de volverse un matón profesional.  Pero era una raspa de nervios. Con la fuerza de un chicle reseco. Siempre había estado solo. Le habían obligado. Y con la pierna dormida por doblarla al estar encajonado frente al ordenador recordaba aquellos años… miraba  con nostalgia, con una sonrisa amarga al gato que toreaba una bolsa en la calle. El gato corría disparado. Elevaba la bolsa. Hacía remolino y saltaba dentro en el aire. No sólo era un antirrealista …además mezclaba sentimientos con actos inconexos. Se ponía colonia para sentir más el olor de su cuerpo. Sentía orgullo de aquel hedor pero vergüenza si no había corrientes de aire que lo atenuaran. Y se reía…recordaba como le humillaban de niño en el micro del colegio. De la vieja al que le temblaba la cabeza inclinada. Era una tacaña matracona. La veía aprovecharse de las prestaciones sociales para explotar a discapacitados que se volvían tan rastreros con los tickets como ella.
               Había que hacerlo rápido. Necesitaba un pelotazo. Nunca se quejaba. Se sentía alienado de su voz. Entonaba mal. Por tanto se forzaba retórico. Además se sentía lento. Patoso. Aún no conseguía hacer una dominada.  Bah…
              El domingo sin novia era como un puñetazo con anestesia. En Gran Canaria uno podía encontrar gente en cualquier parte que hablara de cualquier tema. Hasta se podía tantear a alguien pa discutir sobre un delito. Y eso quería hacer. Si bien era consciente de qué sólo quería ser entendido. No apoyado. Porque no podía ser apoyado.
 De que no era por dinero. Ni por un sentido de Justicia de ayudar a alguien desahuciado aunque algo había. Ni sólo por odio al mundo o a la verdad. Sino por ser un hombre en un sentido vicioso del término. Dar la hombrada.  Él  lo quería explicar al primer descerebrado de bar de putas que encontrara.  
           El eliminar el si era fundamental. Una brisa de aire frío le golpeó la cara. Miró al escaparate pero no dio gracias de  no haberse afeitado. Al afeitarse los golpes de brisa le tiraban la piel. Sentía la cara reseca como en salazón. Anestesiada.  La experiencia de su madre le había enseñado a ello. La chabacanería conque se había tomado sus libinidades literarias le había herido en el alma. Él era consciente que partía con mucha desventaja en la lucha por la vida. Cuando le dijo que quería ingresar en el monasterio de los Benedictinos… un ateo como él. Se puso a llorar y dijo entre hipos y gritos que sólo está mi hijo. Se fue a la cama. Se quedó acostada durante 3 días. Y él desistió.
        No porque fuera ateo. Ni por el sufrimiento de su madre. En el fondo la odiaba porque había fomentado que fuera un vago. Un inútil patológico. Y ahora tenía que salir al sol a recibir bofetadas por todas partes. No. La odiaba porque siempre quería hacerse la madre coraje. Humillarse. Tratarse a sí misma como basura. Ir mal vestida incluso peor de lo que podía. Sí sentía vergüenza de su madre. Y aunque la defendía en silencio. Y aunque odiaba en silencio a cuantos abusaron de su debilidad: la odiaba. Había dos sentimientos respecto a la madre ya fuera independiente y sana o sacrificada y autodestructiva.
                     Y este sentido de devoción nauseabundo era el último si que había que eliminar. Necesitaba sentirse libre. Ya fuera del trabajo. Aunque lo que él hacía era un trabajo nadie lo consideraba por tal. Y por tanto no lo era. Y finalmente de las convenciones sociales. Siempre quiso ser simpático. Excesivamente simpático. Y lo único que logró fue el desprecio de los demás. Las espaldas que se cuadraban a su paso. En parte él sabía que forzaba las situaciones hasta conseguirlo. Pero el resultado: el desprecio general como era obvio le disgustaba.
         Quedaría al margen incluso de los bares de obreros rañosos.  De la calle de Molino del Viento cuyo hedor le rompía los nervios. Le ponían el ceño engruñado. Y a veces como unas arcadas que le supeditaban a respirar por la boca. Paseando lo recordaba sin levantar un ápice la mirada del suelo. BAR EL OBRERO. Las mesas del billar regastadas como con restos de chicle.Había olor a madera apolillada y húmeda encerrada . A tabaco.  Las panchitas degradadas. El ambiente a vaho requemado. Hasta esa molicie del desprecio le agradaba. Aunque había vivido el desprecio en casi todas sus formas desde su infancia ausente y callada. Muchas tardes aquí oyendo barrabasadas heroicas de borrachos.
     -Fracasa otra vez. Fracasa mejor. Ayudarnos nos multiplica. O si no, hazlo por dinero. Ayúdame no por la amistad sino porque 5000 E te salvarían el cuello   Ridículo y avergonzado de agobiar a nadie con una sabiduría a destiempo. Vete una tarde al Tanatorio esa perrera de San Miguel. Esa perrera. Saludas con respeto. Escuchas lo que el familiar dicen del fallecido. Y te imaginas que eso lo dicen de ti. No repliques. Vaya morralla de un muerto con su polvillo. Glorioso. Mierda de elogios. Y cuando os déis cuenta remorder vuestros errores. Te sonríes de tus barbaridades. ¿No te satisfarán más movidos por la pasión?. Notó a dos panchitos perorando de los contratos de trabajo. El aroma a rancio le era tusivo. Le daba hiperpirexia.
     También despreciaba Gran Canaria. Eso era importante. Después de aquello tendría que esconderse. Tendría que asegurarse obstáculos de huida. Sólo un loco elegiría mantenerse en una isla pa que no le encuentren. Palpaba la avenida de dos carriles entreverando la luz entre los pocos edificios de 4 plantas que iban quedando. Sentía la gama de luces y sombras sobre su cara. La penumbra le daba seguridad para enmarañarse y sentirse indescifrable.
                           ¿ Y por qué quedarse en un sitio que despreciaba? Se sentía a gusto con su autodesprecio. Le habían cuadrado las espaldas muchísimas veces. Nunca se había vengado de nadie. Sólo eso justificaba el que no le beneficiara económicamente.
       Su hermana se asombraba con asco cada vez que se quejaba. Bajaba la cerviz de forma grotesca. Hacía un ruido como el gruñido de un jabalí moribundo . Le odiaba.  No había ninguna defensa pa él. Incluso pa que le diera su parte de la Herencia iba a tener problemas. Había demostrado dejadez. Los corceles giraban a su alrededor. Nadie tenía la decencia de atravesarle la lanza. Pero incluso cuando podía elegir compañía al sentarse solo en alguna terraza de León y Castillo prefería a los beodos. Y así hizo arrastrando las piernas. Se sentó. Pidió una tropical y miró el cuerpo desgastado de la mujerona mientras se iba. Prendes mismo tenía que obligarse a alejarse de todo aquello que le disgregaba.
     No sólo de esas mujeres mayores corpulentas. De grandes pechos y cuerpos desgastados.           De su silencio agotado que buscaba concentrarse en su trabajo.  Sino de provocar cuando no podía mantener el tono de las peleas. Siempre se enfuñaba en discusiones en que perdía. No medía sus fuerzas y atacaba solo. No sabía argumentar entre gritos. No creía ser rápido. No sólo un estado morboso depresivo además un estado general de debilidad. Quizá heredado de su madre, que buscaba más debilidad como un placer de golpetazos de placer más y más fuerte.                                                                                                            ¿ Qué sentido tenía su sufrimiento desde su infancia?. No fruto del trabajo duro. El que trabajaba duro podía odiar, ser un cabrón o un malcriado pero desde la fuerza.     Ni de la miseria aunque la hubiese conocido en todas sus perspectivas. Que a diferencia de a otros no le había dado astucia pa trapichear ni escurrirse de los apuros.  Sino desde la humillación que era el más estúpido y roñoso de los maestros. Era un mártir inocuo. No tenía causas…había ido a Roma con el Opus Dei…visitado las Catacumbas y las reverberado cien veces más siniestras y la cárcel de San Pablo y Onésimo…¿y qué? ¿Mártir de qué gilipollas?¿de qué gilipollas?.  La pregunta ahora se le hacía insondable…  siempre había creído que el sufrimiento servía pa algo. Por lo menos haría madurar. Pero no…era cómo si hubiese desperdiciado la vida en balde.
                  Y ahora que iba a vengarse aunque era más profundo que eso… se decía bueno, dicen que uno no disfruta tanto con la venganza. Y si vengándome me meten 15 años de cárcel por una vieja podría. Un pellejo que apesta a barniz. Haría 15 años pero me arruinaría mi plenitud vital. Miró a unos tipos trajeados enfrente. Estaban orgullosos. Gordos como embarazados de elefantes. Uno con un bulto enorme en el cuello que le obligaba a voltear la cabeza.
-         Sí, hemos dado un buen pelotazo. Bueno la viuda tendrá que limpiar escaleras pero bueno…hojeó a los comensales por la impertinencia que se le había babeado. Bueno, somos los buenos de la película. Hemos hecho que se cumpla la Ley.
Al lado otro compañero empezó a hablar del nuevo AVE de Madrid. De que había un Hostal muy limpio y barato cerca de allí, por Huertas.  
Prendes por un momento capizcó la conversación de sus conocimientos jurídicos elementales. Debían ser unos abogados de una aseguradora hablando de lo que habrían hecho ahorrar a una empresa con una indemnización. Sí en Jurídicas se trataba mucho de temas mercantiles y las aseguradoras. Prendes quería ser un cabrón como ellos. Vestir traje y corbata, con zapatos con tacón de lo que hacen clac clac y masturbarse mucho menos. O sea reinsertarse en la sociedad a lo grande: luchando.
       Los señores al darse cuenta que habían dado pié a ser escudriñados indiscretamente cambiaron de tema. Ni siquiera notaron la simpatía de su oyente devoto. Trataban de los conciertos de Madrid o de la comisión de las pólizas en época de Crisis. Con la Crisis se apreciaba la inhumanidad de las personas. Los que desahuciaban a toda la familia de un parado. Los que racaneaban a una viuda desamparada con las cláusulas de un seguro en el momento de la indemnización. Los que sacaban sentencias a favor de que a un enfermo mental le robaran SU Herencia. Y esto apoyado por cientos de miles de personas anónimas que tras otros Recortes veían esto necesario. Eso era estar dentro de la sociedad poder destrozar una vida anónimamente. Por principios digamos.
        Él podía quedar completamente excluido de la sociedad por tener un interés en que se aplicara justicia. Y porque la Justicia fuera exagerada…pero sobre todo por tener un interés. La mujerona le había traído la cerveza y la cuenta. Le parecía exagerada pero pagó porque no tenía ganas de que la trifulca le amargara el buen momento de saber de qué se estaba destrozando una vida como habían hecho absurdamente con la suya. Sí era como un imán musulmán o como un iluminado opusino quería triturar vidas por Justicia por algo grande. Se imaginaba en esas posturas solemnes. Implicando con sus algarazas a las muchedumbres. Recitando a Rumi y después como vaciado dando vueltas por los pasillos con arcos.
                  
         Estaba prematuramente cansado espiritualmente. Por eso aceleraba el ritmo para aprovechar el último subidón. Cogió el auricular de la cabina lejana de los edificios.
         Tenía que ser rápido.
        Se sonrió porque había dejado demasiado tarde ese delirio infantil de dominar el mundo, el mundo. Pensó que  pa  gobernar había que tener tiento y mano izquierda. Prendes  sólo quería dominar. Eliminar la personalidad y el misterio de la otra persona. Quizá humillando podía subyugar. Pero ninguna humillación podía ser perpetua. Ni siquiera Prendes siendo un puto donnadie carecía eternamente de dignidad. No sólo cada hombre tenía dignidad aunque renegara de ella o le ignorasen o viviera en la madriguera árida.
Pero ahora sabía que quedaba excluido del mundo productivo. No era como cuando los niños más pequeños que él le despreciaban en el micro del colegio. Había llegado ha insensibilizarse. Hubiese ido en la guagua pública pero su madre se lo prohibió por seguridad. Basura. Le había llevado al pié de los caballos rabiosos del Rodeo.
     Se imaginaba aplastando con el pié la cabeza de aquella escoria de vieja. Sí con la boca desencajada. Echando baba. Con la dentadura de tiburón rechinando. Rechinando tierra. Con la cráneo barrancado en el barro. Todas sus estupideces le habían hecho conocer la locura. Le obligaron a conocer su futilidad. A autodestruir su juventud. Ahora le picaba mucho la espalda y los brazos. A veces se quemaba con un mechero. Otras  se raspaba los brazos con el cuchillo. Lo hacía de la misma forma  absurda como pelaba las papas.         No en tiras en espiral sino por partes como si no tuviera fuerzas. Siempre le faltaba la fuerza. Su padre había muerto. Pero quedaba ella. Soñaba con darle patadas y patadas. Patadas sobre todo en la cabeza. Una tras otra, una tras otra.
        También recordaba  la Transición. Cuando al oír tras 40 años el altavoz de los grupúsculos socialistas se abrían la puerta de los chamizos. Y un brazo se escurría por la puerta de madera de tablas desgastadas con el brazo puño en alto. Invictos. Aquello no significa nada.  Estaba tan asqueado de Canarias. Era todo tan vulgar como en todas partes. Nunca había nada excepcional. Nada en lo que un donnadie con cultura pudiera trabajar duro. Luchar. Perfilarse de cualquier manera.
      Porque si las cosas le habían salido mal antes era por no haber hecho notar que no tenía dinero. Y después por no trabajar. Era culpa de su padre. Aquel pedazo de cabrón.El deber de un padre era endurecer con paciencia a los hijos. Ahora se había muerto. La única culpa que sentía era por no haberle tratado lo suficientemente mal. Se alegraba pero no servía de nada. Miraba los árboles que siempre se movían. Echaban unos hilos como de piel y pensó que era su propio herpes…

             Se agarró apretando el árbol. Rugoso. Estuvo removiendo su lengua en la yema en otro de sus gestos grotescos. Era como un trozo de caucho.    Su excitación era como el plástico que después de doblado con esfuerzo vuelve a su sitio. El hecho de que nunca hubiera conocido íntimamente no sólo a una mujer. A cualquier persona cuerda mentalmente. Tenía que vengarse. Atacar y huir. La vida que se desborda y rompe las costuras…u olvidarme en la terrible orilla de la noche pa siempre oscura.
                   Pa colmo cualquiera en cualquier instante podía hacer la hombrada.  Encendía y apagaba una y otra vez el mechero. Era como dar para atrás al gatillo de una pistola en las películas. Le gustaba quemarse el vello del brazo aunque quemara la piel. Dejaba un olorcillo a rastrojo chamuscado. Había que hacerlo. ¡Ya!. 
        Había escrito todo escrupulosamente. Cuando perdía los nervios se ponía a insultar. Aunque sabía que no le escucharía, quería que los insultos fueran meticulosos. Los insultos por los insultos perdían sentido. Y al final la motivación se desinflaba. Necesitaba ser bueno desde todos los puntos de vista. Que no hubiera réplica posible. La habría. Que la escucharan sus nietos. ¿ Acaso salvo los nazis y los japoneses alguien en la Historia había escuchado o visto sus crímenes? Por supuesto que no. Los cadáveres se entierran pa olvidarlos. Acaso no servirían pa los cerdos o los buitres o de guano.
       Pa eso se había dejado ir allí. Pa que lo mataran. Al Polígono de Jinámar. Rodeado de altos edificios como molinos. Necesitaba estar lejos pero de lejos había familias de asadero. Con la música de pelotazos de los coches. Lo miraban extrañado pero sin fijarse. En un lugar con centros de menores y lavanderías de enfermos mentales nada salvo los lagartos de medio metro pueden destacar. Eran familias de hombres gordos que sudan friendo choricillos. Mujeres con hijos que llaman papá a un negro con perros y viejos. Familias bien avenidas que encajan bien en las que todos se admiten. Y de las que se avergüerzan en ambientes más selectos. Quizá recordaba a Jennifer una y otra vez como una imagen granulada a la que costaba fijar.
               Se sentía cómodo en aquel parque estrafalario . Árido, abandonado e inmenso. Sintió lo que debieron sentir los aborígenes cuando sólo había barrancos. Cuando no había edificios ni carreteras y el mundo no tenía sentido. Hum Jinámar…el sol era  muy picajoso. Insoportable. No había brisa, como pa parar el tiempo. Las luces y las sombras que jugaban como el reflejo de la vista de los peces. También recordó haber leído el Anticristo mientras colgaban las pancartas de Sara Morales…la hermosísima adolescente tímida y tetuda desaparecida. Aún estaba a tiempo de llamar a Jennifer sólo habían pasado tres años… nunca lo había conocido…sabía que no había oportunidad…
              Cogió el teléfono de la cabina tapando con dos pañuelos el auricular pa no escuchar réplicas…
Ring ring ring ring ring… - digáá…digá…quién es?
           -Puta tocacojones cizañera ¿no te acuerdas de mí verdad?. Tú me destruistes la vida¿ verdad, que no te acuerdas de mí,basura?. Pues yo vivo cerca de ti y no me importa rajarte la cara a mí me da igual ir 3 años de cárcel, me escuchas puta subnormal.
           Pa estar en el paro pidiendo limosna prefiero mirar las paredes sucias en la cárcel.Me destruistes la vida y yo voy a hacer justicia. Justicia por una vez…¡justicia!. Cizañera, cizañera, cizañera.
      Tras 40 segundos de insultos colgó. El efecto sorpresa no lo aprovechó con el impacto que buscaba. A su alrededor  se acercaban decenas de personas tatuadas. Se amontaban pa cerrarle el paso. Le gritaban cosas incomprensibles aunque debía tener un sentido profundo. Por un momento no podía escucharles. Eran gritos de rabia. Insultos groseros. Los píos que rechinaban de forma  gradual de forma cada vez más brutal. Había un ruido de cómo golpeaban puertas que no entendía. Pío.Pío.Pío. A dar tajos como el golpe de piedras. Pero el sonido era como un montón de monedas agitándose en un compuerta de metal. Su cabeza era como un globo a punto de reventar de arena.


            Por fin vió el barranco árido lleno de guijarros cortanes… y se tiró engruñado casi como un chimpancé…

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