La Ronda humillante de un
solterón . V- 2009
I
A pesar de tener algo importante entre
manos Prendes sólo pensaba si podía toquetearse por dentro de los bolsillos del
pantalón sin masturbarse .Conseguir un
uniforme con corbata y zapatos. Vió el papel
con el número. El mardito 28.Y números de móvil por las esquinas. Sabía que uno
de ellos era el de Jennifer García Ortega. Pero no sabía cuál ni quería
recapacitar. Hacía tiempo que pensaba llamarla. Aunque ni cuando se lo dejó lo
conocía bien allá hace dos años.
¡Dios siempre lo
mismo! Prendes se acarició la barbita de una semana para ocultárselo ante el
espejo de la salida. Se rascó el pelo y se sonrió al recordar a un vividor del
anuncio. Se apretó la ridícula moña del brazo. Estos ademanes le añadían
seguridad de que pensaba cosas serias. Parecía
un ermitaño encorvado que se sonreía demacrado a destiempo .
Era Navidad y domingo.
Hacía sol y una ventolera fría. Mezcla de calor correoso al sol y fresquete
incómodo a la sombra. Todo se hacía más desolador. En medio de esta puta crisis sólo los astutos
saldremos adelante. Recapacitó. Volvió
a mirarse la suela izquierda al notar qué había pisado algo pero no la
limpió. La restregó con nerviosismo
contra el suelo. Una y otra vez. Hasta que la idea fija le hizo olvidarse de
ella. Se sentía extraño al restregarse o mantener contacto continuo con algo.
Nunca le salía nada bien. Cuando las
cosas empezaban a salirle bien perdía el control. Era cada vez más descarado… Más obvio .Tenía que complicarlo más.
Aumentar la gama y cantidad de sospechosos. Las humillaciones públicas que
venían después eran más fuertes de lo que presuponía. Pero las humillaciones pasaban por él sin
dejar cicatriz con dolor. No aprendía. Repetía
las mismas impertinencias en su cabeza una y otra vez…y las mismas
suposiciones. Era increíble haber padecido tanto tan estúpidamente.
El domingo se le hacía tedioso. Hacía
tiempo al ver una fotografía de la Calle L. y C… se dio cuenta que estaba
plagada de árboles. Árboles normales que debían tener un nombre corriente que
él quiso saber en su momento. Comparó la mediocridad de la isla con una meseta desolada. La malcriadez impune de las
personas con el rostro curtido. Pensó en la tristeza que deberían pasar los
reclusos de prisión. Esa chusma mugrienta y malcriada. Deberían darse cuenta
del paso del tiempo al ver durante horas las paredes húmedas y desconchadas.
Pero apenas se fijaría en los detalles de
cuánto le rodeaba. Él tampoco sabía los
nombres de las calles y las tiendas que
habían decorado su vida. Los nombres de los establecimientos habían cambiado su
nombre como los nombres de las mujeres que superficialmente había conocido. Se
daba cuenta de que reaccionaba exageradamente ante cualquier estímulo. Pero como tantas
debilidades no se esforzaba por corregirlas. Le picaba el cuerpo y
especialmente la espalda. Debería ir a que me hicieran un masaje. Pero no de
los teraupéticos. Que hacían un amasijo de hierro con la sensualidad. Veía la enorme avenida desde la vidriera.
La limpieza le daba una profunda sensación de
asco. Mas bien de desorden. Ese equilibrio de muerte y calor mugriento le
volvían a la calma. Le molestaban los cambios de temperatura. Como las crías de
águila que anidan entre restos, ramas y adobe. No quería pasar del ciber a ver
Televisión en casa .Tenía una pila de paltos costrados en el fregadero.
Ahulagas de pelusa por el pasillo. Ropa tirada y amontonada por aquí y por
allí. Restos de bocadillos, facturas dejados en este mueble allá. Era como
pasar de un andamio encajonado a un ataúd. Tenía la cabeza embotada. Quería guardar un recuerdo de aquella tarde. Pero
no había dónde ir sino hacer la aventura. Necesitaba un arrebato de entusiasmo…
Le
gustaba el ciber de Cebrián. Allí había adquirido una cultura dispersa llena de detalles
estúpidos. Había participado en decenas de chats con chicas con las que nunca
había quedado. Conoció mientras veía pornografía a la hermana de David. Sí el
raquítico de gafas gruesas. A veces no terminaba las frases. Se reía
nerviosamente de cualquier cosa. De
gesto vacío con la boca abierta siempre que decía una muletilla intelectual
fuera de lugar.
Lucía sí… merodeaba
entre las pantallas aburrida. Miraba atentamente como una gatita sucia y
esponjosa. Apenas hablaba bobalicona para quitar hierro a las discusiones. Se apoyaba en nuestros hombros sin
escandalizarse por nada. Mientras yo
intentaba ocultarme en el tablón del compartimento. Dios ni siquiera tanteaba su rostro entre
tantas películas en la memoria. Con su rictus conciliador. Aquella vez que fuí
por discreción al váter pa masturbarme. Y al acercarme al lavabo pa limpiarme
las manos sentí como pisaba las gafas en los bolsillos de los pantalones
bajados. Por poco me da un infarto al pensar que tenía que gastarme otros 100
euros. Me debieron dar por loco. Ante mis carcajadas dalinianas.
Encerrado en
aquel váter infecto. Sin motivo aquella tarde. Lucía vivía en una buhardilla
con un permiso tácito de la abuela de su novio. Se había fugado. Otra historia
absurda para variar. Una adolescente de unos catorce años, pechugona. De
unos ojos expresivos como un muerto aterrado.
Dados a clavársete de rencor. Blanca y
absorta. Solía llevar escotazos provocadores aunque no estuviera acompañada por
el novio. Que por lo demás parecía cansada de ella y su sensualidad. Y no era
escrupulosa con una cortesía que por dejadez y soledad a nadie le importaba.
Vigilaba los compartimentos de nuestros ordenadores de cubo. Atados con
cadenas.
Sudado. Despelusado .Con un pelo grasiento
abandonado. Mal vestido con una camisa blanca arrugada. Las ronchas rascadas que le picaban. Le producían un
corrimiento de nervios. Un vaquero sucio
y lleno de dobleces que parecía hinchado. Por supuesto trabajaba en negro. En
condiciones penosas por debajo del salario mínimo. En la puerta de una Ermita
como si fuera un subnormal. No hay otra
cosa…pero en realidad no buscaba. Al final de mes pasaba Marcos López Barreto.
Le hacía firmar un certificado de que recibía un donativo. Y la cantidad del
dinero.
Ya sólo
mantenía la higiene por conservar su
estado de ánimo. Se duchaba con agua caliente cuando estaba lánguido. Se
cambiaba el cálido calzoncillo o se afeitaba cuando le golpeaba un estado de
fastidio. Vestía según lo que hubiese tirado en la silla del salón. Todo
ahumado con la ropa una encima de otra. Basto, incluso para el Barrio Arenales. Aquel
sudor reseco era como si hubiera un equilibrio en las órbitas de los planetas.
Veía las parejas de adolescentes besándose aunque no pasara por
Triana . Con sus sonrisitas pícaras. Las
chicas empollándoles encima de las piernas abiertas. Restregándoles los pechos
como dos polluelos sobre el rostro del chico que parecía un fumeta. Pasmado al
que le costaba reaccionar. Era como si una ampolla de azufre le abrasara el
pecho. Las mentiras por dignidad . Los berridos a destiempo. Un cansancio
prematuro que volvía una y otra vez. Sentía una profunda envidia por cosas
ridículas. Incluso pa empezar sus brillantes parrafadas necesitaba el tono
adecaudo que sólo un silencio permanente podía engendrar. Esto cubría de una plátina sádica todos sus
planteamientos. Ay me tuve que haber alistado al Ejército…sí con la escoria de
los descampados…ahora Fernando tiene mi misma edad… y está en el Líbano
llevando un Hammer y ganando 3500 euros por peligrosidad…¿peligrosidad? Si
están en un búnker comiendo en los lavatorios de los caids bereberes.
La
Crisis del 2008 le había venido bien. Después con calma lo reflexiona y se
sonreía histriónicamente. Le daba igual. Tampoco tan bien.El que mucha gente se
empobreciera le colocaba otra vez en igualdad de condiciones. No tenía remedio
era una herida abierta que no iba a supurar nunca. Él era así. Envidiaba la
época donde había guerras. Entonces sí que había oportunidades reales para
prosperar o tirar pa adelante. El asesinato y la violación no sólo eran
toleradas. Tenían un tono heroico. Ahora miraba retentivamente los escaparates
con sus jamelgos y sus modelos. Las fotos de las maniquíes con sus escotes.
Tenía un grave secreto que no le importaba a
nadie. Incapaz de mirar de frente, encorvado
hacia adelante, iba como disimulando mirando a los lados. Cruzando la calle
varias veces en cada manzana…fijándose
en los pechos de las mujeres. Con sus hombros anchos y sus brazos raquíticos
parecía un espantajo enorme carcomido. Había que actuar rápido. Lo fundamental
es que hubiera muchos…muchos sospechosos.
Tampoco estudiaba. Derecho le parecía
pesado. Abstracto. Aburrido. Multiplicaba unas matrículas en cursos a los que
asiste. De cinco conferencias oye una. Fastidiado de tantas obviedades. De
tantos prejuicios franquistas revestidos con un lenguaje técnico. Toma libretas
llenas de apuntes que no relee. Apenas se prepara, pero hojea una y otra vez,
para unos exámenes a los que no se presenta. Éste porque es oral y me da
vergüenza…el otro porque la profesora de Laboral es una canalla y me pondría un
0. Sabe que en el Derecho Mercantil hay mucho dinero que es la más digna forma
de reinsertarse a su sociedad. Pero queda exhausto antes de estudiar con
detenimiento. Se apasiona por el cine. La alta cultura. Por un enciclopedismo
huero y de razonamientos inflados.
Bajó del ciber Venegas tanteando con los
brazos las paredes. Dando bandazos de un lado a otro. Como exagerando el gesto
bajaba la escalerilla. Era estrecha y oscura. Y rebotar el paso en las baldosas
sueltas ya no era una diversión. El calor sofocante de la tarde Ese olor a potaje revuelto de los tragadores
le rompía los nervios. A los demás le parecían irritantes burradas pero a
Prendes le gustaban estos ademanes teatrales. Fingía la maldición de la Reina
de la Noche de Mozart. Daba chasquidos revoloteando los brazos con la banda de
El Tercer Hombre. Como el sargento de una garita se ponía serio escuchando a
los proxenetas. Le satisfacía esa postura solemne “Dejan la calle maloliente
para arruinarnos el business. ¿Podríamos incentivar que vinieran los
cruceristas ; no?”. Se cansaba de su propia afectación. Se ponía a rechinar la
quijada como una carraca. El Paseo estaba lleno de baldosas rotas . No sé a dónde a ir. No quiero ir al Puerto…y
menos cuando los colombianos me han estafado una cerveza. Pero no tengo ganas . Humm . Me
voy a casa.
Aunque sabía que era ridículo quejarse
recordaba lo que había sufrido por la comodidad de los demás. El caso Karate en
el que un entrenador de karate había abusado de niños durante años le había
cambiado. Uno se puede tomar la justicia por su mano. Del mismo modo que los
vecinos te dan la espalda para ayudarte. Te dan la espalda cuando se huelen un
delito para quitarse de líos.
Prendes sabía que era cómo un niño. Que la
mayoría de los obstáculos reales los obviaba. Que era demasiado transparente.
Que las personas se mueven por sentimientos primitivos. Que se queman rápido.
Que las reacciones a “las tomaduras de pelo” eran brutales. Y las quejas no
servían mas que para amontonar archivos. Pero tenía que hacerlo.
Por eso quería medir las
consecuencias en los demás de sus actos. Tenía que esforzarse por ser
coherente. No llamar la atención. Comportarse como un ciudadano moliente.
Tenía que implicar a alguien en su incidente.
Así cuando lo acusaran habría alguien que lo protegería. Porque a él las
humillaciones públicas le resbalaban mientras se sintiera protegido. No podía
contar con su hermana que lo despreciaba. En el fondo tampoco querría ofenderlo.
¿Acaso no se había aprovechado de cómo exageraba su hermana sus defectos ante
el médico público para darle pena y que continuara su tratamiento? . Las
cicatrices no se pueden espontanear hay que hacer sangre. Había que forzar ese
tipo de casualidades fortuitas. No hace falta un Dios siempre esta una cajera
cabrona que te llama ladrón cuando se olvida pasar por el lector el cartón que
llevabas en la mano.
También recordaba a
Jennifer. Había que andar por las
galerías infinitas de la Heredad mal baldeadas de cubos abollados de agua, como
si estuviesen secas y simulando no ver los charcos agrietados en puntos donde
había planchas hundidas. Y yo remojaba mis piés en los tobillos para sentir
espasmitos…mientras se me caía el moquillo por la humedad del barranco tortuoso.
Él la recordaría siempre como el
espejo del Universo en la noche. Con esa ansía de muerte con la que los
moribundos necesitan sus bellos recuerdos. En esos arrebatos de flato por falta
de fuerzas. En las placas de granito de la entrada los manchurrones se preñaban
por la humedad. Y yo engruñado en una esquina le sonreía. Sonreía de simple entusiasmo de estar con
ella. Poníamos las piñas de maíz asadas en el agua con sal. No recuerdo bien en
qué me ayudo. A lo mejor fué para pelar la mazorca. O para remover el caldero
pa que la sal no se pegara en el fondo. Se le movían los pechos y no pude
evitar chisplar. Lo que la llenó de furia. Me derramó agua en la cara y soltó
el caldero de un golpetazo entre las piedras.
Estaba lleno de cuevas pobladas. Por fugados, vagabundos bohemios que
tocaban guitarras… o restaurantes de carne de cochino. Mirando las zapatillas
rotas que me quedaban grandes. Y de que
las placas rañosas de salida de las galerías recordaban a manchas de semen
resecas.
Le clavaba los ojos por
si podía implicarse conmigo. Pero Jennifer no sólo no querría participar en un
delito. Le parecería que no tenía los piés en el suelo. Era demasiado retorcido
por su sencillez . Y aunque un cómplice nunca acusa a un testigo…tampoco habría
muchos sospechosos Entre los chorros de agua que caían de la entrada de
líquenes de las galerías de Guayadeque . Cuando subíamos por los escalerones
angostos. Jennifer llevaba botas de cuello alto y tacón. La desequilibraban
constantemente. Yo callado detrás daba taconazos fuerte pa no notarla trémula.
Tentaba su cuerpo contundente de espaldas. En los brazos llevaba ramos de
buganvillas resecas. Desbordante de matices de color fuxia. Su sonrisa de buena
gente. Su rostro moreno e ingenuo en el
mismo cuerpo de aquellos enormes pechos. Había un encanto campechano que me
recordaba que nunca saldríamos de la pobreza sin transgredir ciertos prejuicios
legales.
Fué
entonces cuando suprimí el si. Siempre había defendido sin retórica meliflua
cosas indefendibles. Cuestiones que por otra parte me eran indeferentes.
Defendí la labor civilizadora de los españoles en América. ¿ A mí que me
importaba que aquellos hijos de p… hubiesen violado y vivido en el lujo a costa
del trabajo de cientos de miles de indígenas alineados y analfabetos?.
O los recortes más brutales
que vivíamos del Estado del Bienestar. Pero esto por rencor, en el fondo me
daba igual. Porque para colmo no tenía carácter para ser un cabrón.
Le costaba destruir la vida
de una persona mirándola a la cara. Cualquier contacto le resultaba
insoportable. Por eso quería ser abogado o Juez de Sustitución. Pero había que
estudiar, estar en el lugar adecuado…y ser un adulador impenitente. Pasarme así
la vida no me apetecía. Había que suprimir el si Supremo, o sea la del
prejuicio legal. Yo era un blandengue y un inmaduro. Tenía que repensar las consecuencias de mis
actos. Sobre todo teniendo en cuenta que los reaccionarios siempre devolvían con
más saña la pena que cualquier falta cometida.
Si me habían tratado mal.
Tenía derecho a devolver el daño. Si me habían hundido tenía derecho a… Tenía ganas de volver a escuchar una
conversación normal.
II
Hacía
misión de cómo llegó a estar al margen del sistema productivo. De por qué era
un donnadie. Tenía la matraca de volverse un matón profesional. Pero era una raspa de nervios. Con la fuerza de
un chicle reseco. Siempre había estado solo. Le habían obligado. Y con la
pierna dormida por doblarla al estar encajonado frente al ordenador recordaba
aquellos años… miraba con nostalgia, con
una sonrisa amarga al gato que toreaba una bolsa en la calle. El gato corría
disparado. Elevaba la bolsa. Hacía remolino y saltaba dentro en el aire. No
sólo era un antirrealista …además mezclaba sentimientos con actos inconexos. Se
ponía colonia para sentir más el olor de su cuerpo. Sentía orgullo de aquel
hedor pero vergüenza si no había corrientes de aire que lo atenuaran. Y se reía…recordaba
como le humillaban de niño en el micro del colegio. De la vieja al que le temblaba
la cabeza inclinada. Era una tacaña matracona. La veía aprovecharse de las
prestaciones sociales para explotar a discapacitados que se volvían tan
rastreros con los tickets como ella.
Había que hacerlo rápido.
Necesitaba un pelotazo. Nunca se quejaba. Se sentía alienado de su voz.
Entonaba mal. Por tanto se forzaba retórico. Además se sentía lento. Patoso.
Aún no conseguía hacer una dominada.
Bah…
El domingo sin novia era como un
puñetazo con anestesia. En Gran Canaria uno podía encontrar gente en cualquier
parte que hablara de cualquier tema. Hasta se podía tantear a alguien pa
discutir sobre un delito. Y eso quería hacer. Si bien era consciente de qué
sólo quería ser entendido. No apoyado. Porque no podía ser apoyado.
De que no era por dinero. Ni por un sentido de
Justicia de ayudar a alguien desahuciado aunque algo había. Ni sólo por odio al
mundo o a la verdad. Sino por ser un hombre en un sentido vicioso del término.
Dar la hombrada. Él lo quería explicar al primer descerebrado de
bar de putas que encontrara.
El eliminar el si era fundamental.
Una brisa de aire frío le golpeó la cara. Miró al escaparate pero no dio
gracias de no haberse afeitado. Al
afeitarse los golpes de brisa le tiraban la piel. Sentía la cara reseca como en
salazón. Anestesiada. La experiencia de
su madre le había enseñado a ello. La chabacanería conque se había tomado sus
libinidades literarias le había herido en el alma. Él era consciente que partía
con mucha desventaja en la lucha por la vida. Cuando le dijo que quería
ingresar en el monasterio de los Benedictinos… un ateo como él. Se puso a
llorar y dijo entre hipos y gritos que sólo está mi hijo. Se fue a la cama. Se
quedó acostada durante 3 días. Y él desistió.
No porque fuera ateo. Ni por el
sufrimiento de su madre. En el fondo la odiaba porque había fomentado que fuera
un vago. Un inútil patológico. Y ahora tenía que salir al sol a recibir
bofetadas por todas partes. No. La odiaba porque siempre quería hacerse la madre
coraje. Humillarse. Tratarse a sí misma como basura. Ir mal vestida incluso
peor de lo que podía. Sí sentía vergüenza de su madre. Y aunque la defendía en
silencio. Y aunque odiaba en silencio a cuantos abusaron de su debilidad: la
odiaba. Había dos sentimientos respecto a la madre ya fuera independiente y
sana o sacrificada y autodestructiva.
Y este sentido de devoción
nauseabundo era el último si que había que eliminar. Necesitaba sentirse libre.
Ya fuera del trabajo. Aunque lo que él hacía era un trabajo nadie lo
consideraba por tal. Y por tanto no lo era. Y finalmente de las convenciones
sociales. Siempre quiso ser simpático. Excesivamente simpático. Y lo único que
logró fue el desprecio de los demás. Las espaldas que se cuadraban a su paso.
En parte él sabía que forzaba las situaciones hasta conseguirlo. Pero el
resultado: el desprecio general como era obvio le disgustaba.
Quedaría al margen incluso de los
bares de obreros rañosos. De la calle de
Molino del Viento cuyo hedor le rompía los nervios. Le ponían el ceño
engruñado. Y a veces como unas arcadas que le supeditaban a respirar por la
boca. Paseando lo recordaba sin levantar un ápice la mirada del suelo. BAR EL
OBRERO. Las mesas del billar regastadas como con restos de chicle.Había olor a
madera apolillada y húmeda encerrada . A tabaco. Las panchitas degradadas. El ambiente a vaho
requemado. Hasta esa molicie del desprecio le agradaba. Aunque había vivido el
desprecio en casi todas sus formas desde su infancia ausente y callada. Muchas
tardes aquí oyendo barrabasadas heroicas de borrachos.
-Fracasa otra vez. Fracasa mejor.
Ayudarnos nos multiplica. O si no, hazlo por dinero. Ayúdame no por la amistad
sino porque 5000 E te salvarían el cuello
Ridículo y avergonzado de agobiar
a nadie con una sabiduría a destiempo. Vete una tarde al Tanatorio esa perrera
de San Miguel. Esa perrera. Saludas con respeto. Escuchas lo que el familiar
dicen del fallecido. Y te imaginas que eso lo dicen de ti. No repliques. Vaya
morralla de un muerto con su polvillo. Glorioso. Mierda de elogios. Y cuando os
déis cuenta remorder vuestros errores. Te sonríes de tus barbaridades. ¿No te
satisfarán más movidos por la pasión?. Notó a dos panchitos perorando de los
contratos de trabajo. El aroma a rancio le era tusivo. Le daba hiperpirexia.
También despreciaba Gran Canaria. Eso era
importante. Después de aquello tendría que esconderse. Tendría que asegurarse
obstáculos de huida. Sólo un loco elegiría mantenerse en una isla pa que no le
encuentren. Palpaba la avenida de dos carriles entreverando la luz entre los
pocos edificios de 4 plantas que iban quedando. Sentía la gama de luces y
sombras sobre su cara. La penumbra le daba seguridad para enmarañarse y
sentirse indescifrable.
¿ Y por qué quedarse en un sitio que
despreciaba? Se sentía a gusto con su autodesprecio. Le habían cuadrado las
espaldas muchísimas veces. Nunca se había vengado de nadie. Sólo eso
justificaba el que no le beneficiara económicamente.
Su hermana se asombraba con asco cada
vez que se quejaba. Bajaba la cerviz de forma grotesca. Hacía un ruido como el
gruñido de un jabalí moribundo . Le odiaba.
No había ninguna defensa pa él. Incluso pa que le diera su parte de la
Herencia iba a tener problemas. Había demostrado dejadez. Los corceles giraban
a su alrededor. Nadie tenía la decencia de atravesarle la lanza. Pero incluso
cuando podía elegir compañía al sentarse solo en alguna terraza de León y
Castillo prefería a los beodos. Y así hizo arrastrando las piernas. Se sentó.
Pidió una tropical y miró el cuerpo desgastado de la mujerona mientras se iba.
Prendes mismo tenía que obligarse a alejarse de todo aquello que le disgregaba.
No sólo de esas mujeres mayores
corpulentas. De grandes pechos y cuerpos desgastados. De su silencio agotado que buscaba
concentrarse en su trabajo. Sino de
provocar cuando no podía mantener el tono de las peleas. Siempre se enfuñaba en
discusiones en que perdía. No medía sus fuerzas y atacaba solo. No sabía
argumentar entre gritos. No creía ser rápido. No sólo un estado morboso
depresivo además un estado general de debilidad. Quizá heredado de su madre,
que buscaba más debilidad como un placer de golpetazos de placer más y más
fuerte. ¿
Qué sentido tenía su sufrimiento desde su infancia?. No fruto del trabajo duro.
El que trabajaba duro podía odiar, ser un cabrón o un malcriado pero desde la
fuerza. Ni de la miseria aunque la
hubiese conocido en todas sus perspectivas. Que a diferencia de a otros no le
había dado astucia pa trapichear ni escurrirse de los apuros. Sino desde la humillación que era el más
estúpido y roñoso de los maestros. Era un mártir inocuo. No tenía causas…había
ido a Roma con el Opus Dei…visitado las Catacumbas y las reverberado cien veces
más siniestras y la cárcel de San Pablo y Onésimo…¿y qué? ¿Mártir de qué
gilipollas?¿de qué gilipollas?. La
pregunta ahora se le hacía insondable…
siempre había creído que el sufrimiento servía pa algo. Por lo menos
haría madurar. Pero no…era cómo si hubiese desperdiciado la vida en balde.
Y ahora que iba a vengarse
aunque era más profundo que eso… se decía bueno, dicen que uno no disfruta
tanto con la venganza. Y si vengándome me meten 15 años de cárcel por una vieja
podría. Un pellejo que apesta a barniz. Haría 15 años pero me arruinaría mi
plenitud vital. Miró a unos tipos trajeados enfrente. Estaban orgullosos.
Gordos como embarazados de elefantes. Uno con un bulto enorme en el cuello que
le obligaba a voltear la cabeza.
-
Sí,
hemos dado un buen pelotazo. Bueno la viuda tendrá que limpiar escaleras pero
bueno…hojeó a los comensales por la impertinencia que se le había babeado.
Bueno, somos los buenos de la película. Hemos hecho que se cumpla la Ley.
Al lado otro compañero
empezó a hablar del nuevo AVE de Madrid. De que había un Hostal muy limpio y
barato cerca de allí, por Huertas.
Prendes por un momento capizcó
la conversación de sus conocimientos jurídicos elementales. Debían ser unos
abogados de una aseguradora hablando de lo que habrían hecho ahorrar a una
empresa con una indemnización. Sí en Jurídicas se trataba mucho de temas
mercantiles y las aseguradoras. Prendes quería ser un cabrón como ellos. Vestir
traje y corbata, con zapatos con tacón de lo que hacen clac clac y masturbarse
mucho menos. O sea reinsertarse en la sociedad a lo grande: luchando.
Los señores al darse cuenta que habían
dado pié a ser escudriñados indiscretamente cambiaron de tema. Ni siquiera
notaron la simpatía de su oyente devoto. Trataban de los conciertos de Madrid o
de la comisión de las pólizas en época de Crisis. Con la Crisis se apreciaba la
inhumanidad de las personas. Los que desahuciaban a toda la familia de un
parado. Los que racaneaban a una viuda desamparada con las cláusulas de un
seguro en el momento de la indemnización. Los que sacaban sentencias a favor de
que a un enfermo mental le robaran SU Herencia. Y esto apoyado por cientos de
miles de personas anónimas que tras otros Recortes veían esto necesario. Eso
era estar dentro de la sociedad poder destrozar una vida anónimamente. Por
principios digamos.
Él podía quedar completamente excluido
de la sociedad por tener un interés en que se aplicara justicia. Y porque la
Justicia fuera exagerada…pero sobre todo por tener un interés. La mujerona le
había traído la cerveza y la cuenta. Le parecía exagerada pero pagó porque no
tenía ganas de que la trifulca le amargara el buen momento de saber de qué se
estaba destrozando una vida como habían hecho absurdamente con la suya. Sí era
como un imán musulmán o como un iluminado opusino quería triturar vidas por
Justicia por algo grande. Se imaginaba en esas posturas solemnes. Implicando
con sus algarazas a las muchedumbres. Recitando a Rumi y después como vaciado
dando vueltas por los pasillos con arcos.
Estaba prematuramente cansado
espiritualmente. Por eso aceleraba el ritmo para aprovechar el último subidón.
Cogió el auricular de la cabina lejana de los edificios.
Tenía
que ser rápido.
Se sonrió porque había dejado demasiado
tarde ese delirio infantil de dominar el mundo, el mundo. Pensó que pa
gobernar había que tener tiento y mano izquierda. Prendes sólo quería dominar. Eliminar la personalidad
y el misterio de la otra persona. Quizá humillando podía subyugar. Pero ninguna
humillación podía ser perpetua. Ni siquiera Prendes siendo un puto donnadie
carecía eternamente de dignidad. No sólo cada hombre tenía dignidad aunque
renegara de ella o le ignorasen o viviera en la madriguera árida.
Pero ahora
sabía que quedaba excluido del mundo productivo. No era como cuando los niños
más pequeños que él le despreciaban en el micro del colegio. Había llegado ha
insensibilizarse. Hubiese ido en la guagua pública pero su madre se lo prohibió
por seguridad. Basura. Le había llevado al pié de los caballos rabiosos del
Rodeo.
Se imaginaba aplastando con el pié la
cabeza de aquella escoria de vieja. Sí con la boca desencajada. Echando baba.
Con la dentadura de tiburón rechinando. Rechinando tierra. Con la cráneo
barrancado en el barro. Todas sus estupideces le habían hecho conocer la
locura. Le obligaron a conocer su futilidad. A autodestruir su juventud. Ahora
le picaba mucho la espalda y los brazos. A veces se quemaba con un mechero.
Otras se raspaba los brazos con el cuchillo.
Lo hacía de la misma forma absurda como
pelaba las papas. No en tiras en
espiral sino por partes como si no tuviera fuerzas. Siempre le faltaba la
fuerza. Su padre había muerto. Pero quedaba ella. Soñaba con darle patadas y
patadas. Patadas sobre todo en la cabeza. Una tras otra, una tras otra.
También recordaba la Transición. Cuando al oír tras 40 años el
altavoz de los grupúsculos socialistas se abrían la puerta de los chamizos. Y
un brazo se escurría por la puerta de madera de tablas desgastadas con el brazo
puño en alto. Invictos. Aquello no significa nada. Estaba tan asqueado de Canarias. Era todo tan
vulgar como en todas partes. Nunca había nada excepcional. Nada en lo que un
donnadie con cultura pudiera trabajar duro. Luchar. Perfilarse de cualquier
manera.
Porque si las cosas le habían salido mal
antes era por no haber hecho notar que no tenía dinero. Y después por no
trabajar. Era culpa de su padre. Aquel pedazo de cabrón.El deber de un padre
era endurecer con paciencia a los hijos. Ahora se había muerto. La única culpa
que sentía era por no haberle tratado lo suficientemente mal. Se alegraba pero
no servía de nada. Miraba los árboles que siempre se movían. Echaban unos hilos
como de piel y pensó que era su propio herpes…
Se agarró apretando el árbol. Rugoso. Estuvo removiendo su lengua en la
yema en otro de sus gestos grotescos. Era como un trozo de caucho. Su excitación era como el plástico que
después de doblado con esfuerzo vuelve a su sitio. El hecho de que nunca
hubiera conocido íntimamente no sólo a una mujer. A cualquier persona cuerda
mentalmente. Tenía que vengarse. Atacar y huir. La vida que se desborda y rompe
las costuras…u olvidarme en la terrible orilla de la noche pa siempre oscura.
Pa colmo cualquiera en cualquier instante
podía hacer la hombrada. Encendía y
apagaba una y otra vez el mechero. Era como dar para atrás al gatillo de una
pistola en las películas. Le gustaba quemarse el vello del brazo aunque quemara
la piel. Dejaba un olorcillo a rastrojo chamuscado. Había que hacerlo. ¡Ya!.
Había escrito todo escrupulosamente.
Cuando perdía los nervios se ponía a insultar. Aunque sabía que no le
escucharía, quería que los insultos fueran meticulosos. Los insultos por los
insultos perdían sentido. Y al final la motivación se desinflaba. Necesitaba
ser bueno desde todos los puntos de vista. Que no hubiera réplica posible. La
habría. Que la escucharan sus nietos. ¿ Acaso salvo los nazis y los japoneses
alguien en la Historia había escuchado o visto sus crímenes? Por supuesto que
no. Los cadáveres se entierran pa olvidarlos. Acaso no servirían pa los cerdos
o los buitres o de guano.
Pa eso se había dejado ir allí. Pa que
lo mataran. Al Polígono de Jinámar. Rodeado de altos edificios como molinos.
Necesitaba estar lejos pero de lejos había familias de asadero. Con la música
de pelotazos de los coches. Lo miraban extrañado pero sin fijarse. En un lugar
con centros de menores y lavanderías de enfermos mentales nada salvo los
lagartos de medio metro pueden destacar. Eran familias de hombres gordos que
sudan friendo choricillos. Mujeres con hijos que llaman papá a un negro con
perros y viejos. Familias bien avenidas que encajan bien en las que todos se
admiten. Y de las que se avergüerzan en ambientes más selectos. Quizá recordaba
a Jennifer una y otra vez como una imagen granulada a la que costaba fijar.
Se sentía cómodo en aquel parque estrafalario .
Árido, abandonado e inmenso. Sintió lo que debieron sentir los aborígenes
cuando sólo había barrancos. Cuando no había edificios ni carreteras y el mundo
no tenía sentido. Hum Jinámar…el sol era
muy picajoso. Insoportable. No había brisa, como pa parar el tiempo. Las
luces y las sombras que jugaban como el reflejo de la vista de los peces.
También recordó haber leído el Anticristo mientras colgaban las pancartas de
Sara Morales…la hermosísima adolescente tímida y tetuda desaparecida. Aún
estaba a tiempo de llamar a Jennifer sólo habían pasado tres años… nunca lo había
conocido…sabía que no había oportunidad…
Cogió el teléfono de la cabina tapando con dos
pañuelos el auricular pa no escuchar réplicas…
Ring ring ring ring ring… - digáá…digá…quién es?
-Puta tocacojones cizañera ¿no te acuerdas
de mí verdad?. Tú me destruistes la vida¿ verdad, que no te acuerdas de
mí,basura?. Pues yo vivo cerca de ti y no me importa rajarte la cara a mí me da
igual ir 3 años de cárcel, me escuchas puta subnormal.
Pa estar en el paro pidiendo limosna
prefiero mirar las paredes sucias en la cárcel.Me destruistes la vida y yo voy
a hacer justicia. Justicia por una vez…¡justicia!. Cizañera, cizañera,
cizañera.
Tras 40 segundos de insultos colgó. El
efecto sorpresa no lo aprovechó con el impacto que buscaba. A su alrededor se acercaban decenas de personas tatuadas. Se
amontaban pa cerrarle el paso. Le gritaban cosas incomprensibles aunque debía
tener un sentido profundo. Por un momento no podía escucharles. Eran gritos de
rabia. Insultos groseros. Los píos que rechinaban de forma gradual de forma cada vez más brutal. Había
un ruido de cómo golpeaban puertas que no entendía. Pío.Pío.Pío. A dar tajos
como el golpe de piedras. Pero el sonido era como un montón de monedas
agitándose en un compuerta de metal. Su cabeza era como un globo a punto de
reventar de arena.
Por fin vió el barranco árido lleno
de guijarros cortanes… y se tiró engruñado casi como un chimpancé…
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