El Reflejo condicionado del condenado a muerte.
Canarias.Guerra Civil.
Köhler se vió víctima de su propio experimento.
*
Llegó con tres policías militares en una camioneta en una noche sofocante. Era una callejuela de casas pobres de pescadores con azotea.
Pusieron unas manchas rojas en las puertas verdes. El policía militar se detuvo pensando con la brocha en la mano. Köhler le apretó la mano y cogiendo la brocha la manchó.
Y Köhler les recomendó a todos con su vozarrón:
- Ahí. Hay que señalar las casas, recuerden.Lo demás no es cosa de nuestra incumbencia. No hace falta que lo mires, cobarde de mierda.
Señalaron las viviendas, mirando a los lados. Estaban atentos y sigilosos porque no querían que los pescadores se escandalazaran y armaran un alboroto. Aunque si veían mucha tranquilidad les gustaba alguna provocación. Uno cogió una estatuilla de mármol negro,que había en lo alto de una celosía y se lo puso bajo el uniforme. Cuando se aseguró que nadie lo veía. Köhler al verlo levantó el puño para pegarle pero se arrepentió. Lo cogió del cuello subiéndolo a la furgoneta, lo empujó en la espalda y agarró la estatua.Dudó mirándola fijamente qué hacer con ella. Se encogió de hombros un poco, y la tiró dentro de la furgoneta.
- Esto es vuestro trabajo. Centraos. No os tomáis nada en serio. ¡Cojones! dijo con cierto acento extranjero que no se esforzaba por mejorar.
-Esta es la casa de mi padre. Mañana de madrugada vendrá LA FALANGE,verá la señal y se lo llevarán a dar un paseíllo y le pegaran un tiro. La estatuilla es mía me echó de su casa pero se quedó con mis cosas. dijo con una mezcla de vergüenza y orgullo a rachas en que bajaba la cabeza y la levantaba y cuadraba su espalda.
-Se te tendrá en cuenta este mérito.Köhler le puso la mano en el hombro aunque ni siquiera recordaba su nombre.
Y se fueron cansados al bar al lado del Cuartel, por la tensión de prever lo que iban a provocar las consecuencias de sus actos. A Köhler le encantaba ese sano desprecio por la compasión.
Miró al policía con orgullo. Recordó que a veces tenía que dar una escudilla con Whisky a los soldados para que fusilaran a sus vecinos del pueblo a los que por otra parte despreciaban. Eso hacía que apenas tuvieran puntería. Había que malgastar el doble de munición en los tiros de gracia.
Cuando llegaron a la entrada Cuartel se encontraron con una anciana vestida con harapos en la entrada.
Köhler en vez de esconderse detrás de sus hombres como solía, y entrar seguro al Cuartel, prefirió bajarse en un arrebato.
-Dios. Otra vez.¿Qué quiere, señora?
- Señor...mi hijo ha desaparecido, no tenía nada que ver con la política. No lo entiendo. Sólo quiero saber que ha sido de él. Secándose la cara arrugada con un chal negro lleno de flequillos
- Dios, señora. ¿Por qué cree que nosotros deberíamos saberlo? Estamos en una Guerra. No buscando jóvenes. A lo mejor se ha fugado. Nosotros tenemos prioridades. No estamos para buscar niñatos. Por favor, márchese. Piense en las consecuencias de sus actos. Hemos tenido mucha paciencia.
Köhler le viró la cara. La vieja puso un gesto de terror. Apretó los labios. Y se puso encima de su cabeza el chal caído negro. Y dió media vuelta para irse y gritó de espaldas.
- Yo le maldigo. Lo pagará. Maldición con dolor, cae.
Köhler estaba seguro que le iban a matar por venganza o por otra estupidez. Pero no por la de los familiares de las personas que detenía. - A esta señora sólo le hacía falta el trabuco para parecer la viuda de un bandolero. Es increíble la abyecta incultura que vive en los podencos de estas cuevas con cortinas de cadenitas o macarrones para evitar que entren las moscas. Y chabolas de tablas. Incapaz de quejarse de su miseria con argumentos sólidos.
La entrada al cuartel era de ladrillo y granito de gran sobriedad. Cuando se descacarillaba lo arreglaban con bloque para evitar gastos.
En 20 minutos tendría que dar el Informe de la señalización para la Redada de la Falange y las explicaciones a su Superior. Ése cacarruta sí...
Köhler era un hombre apuesto, débil casi raquítico,con la tez mas bien pálida. De ojos y pelo negro tenía como un aura espiritual, de tranquilidad, y miradas que reaccionaban rápido y que denotaban un carácter nervioso y cierta sobrecarga mental y sofisticación intelectual. Llevaba gafas.
Cada música exige un estribillo, una frase estúpida que le dé sentido y adquiera ella misma cierta grandeza. Un sentido que canalice una pasión. Y el fondo de esa idea se somete a una técnica pecualiar. A un ritmo,contrapunto,rima. Pero no sólo vale por esta relación. Sino en cuánto no se olvida de la vida que viene y va a su alrededor.
Cada paisaje exige una historia que le dé sentido. Köhler estaba encantado por la dejadez en este paisaje árido, soterrado por las mentiras de los pliegues de sus barrancos, por los matojos que crecían después de la lluvia como un reto insignificante de la vida. Y la autodestrucción de una Guerra que consideraba ineficaz para la ambición de unos pocos privilegiados. Y estúpida en general para la mayoría.
Sus experimentos con enfermos mentales y la música habían sido brillantes. Los enfermos mentales apenas reaccionaban ante los estímulos: la recompensa más elemental como comida,libertad para ir al patio o el sexo,o las amenazas con la reclusión o palizas les daban igual. Sin embargo reaccionaban ante la música a destiempo y de una forma primitiva. De pronto dejaban de dar bandazos desorientados. Si la música era nostálgica y confusa se ponían a llorar y nombraban a mujeres que podría ser una mujer amada o una parienta. Si la música era violenta, primero se quedaban quietos pero después reaccionaban con fuerza gritando histéricamente, saltando o golpeándose contra las paredes.
No guardaban un sentido coherente del ritmo sino que su ritmo lo imponía su propia fuerza movida por arrebatos. O sea había una nueva lógica motivada por la propia fuerza y por estímulos minúsculos a los que sólo respondían en esas condiciones.
Sólo no soportaban la música melancólica. Gran ironía, pues ellos mismos eran incapaces de coger una fregona y limpiar movidos por un embotamiento afectivo permanente e indolente.O sea la música creaba una voluntad no controlada en los Enfermos.
Había que dar un paso más. A los enfermos mentales no se les podían dar descargas eléctricas sino era por motivos terapéuticos. Además no se permitía investigaciones ajenas a la metodología médica. Köhler se vió frustrado.
-Eres una puta...yo te mato puta acabada, asquerosa...
oía a su Superior al que tenía que dar explicaciones de suseñalización para la redada, gritar a su mujer desde la planta de arriba. La sombra del General se veía desde su ventana bebiendo sobre una cosedora Singer y como parecía retorcer sus manos sobre ella. Como si pensara en el cuello de su esposa. No sabía cómo ignorarlo porque no habían puesto la radio.Cuando los oficiales de uniforme rodeaban el aparato de radio suponía noticias del Frente. Que también podrían llamarles porque necesitaran hombres. Cuando ocurría, podía ser por una derrota en el Frente y nadie se atrevía a exigir que la pusieran. El ruido insoportable de los canarios, " los pajaritos" le rompía los nervios porque le recordaba dónde vivía.
A Köhler no le apetecía ver los restos de otro Desfile de la Victoria, de la Guerra. El Cuartel parecía hecho de piedra gris como rebozada en adobe. El patio estaba lleno de chicles resecos, papeles, colillas, con las baldosas sueltas y una alcantarilla desencajada. Esos detalles le hacían sentir que estaba en una sociedad poco desarrollada e indigna.
Se sentó en la terraza mordiéndose el dedo índice al lado de un montón de banderas republicanas arrebujadas en el suelo.
Escribía cientos de notas y ecuaciones sobre las posibilidades de su proyecto de reacción de los monos..La exactitud era una costumbre del militarismo prusiano en el que se había educado.
El dueño del bar se metía en la cocina para que los clientes no vieran su delantal pegajoso. Había olor a calamares, pulpo y ese vaho pegajoso de las papas sancochadas. Además no podía mirar a los ojos por peleas políticas a muchos de sus clientes.
Al lado de la calle en plena costa rocosa subían y bajaban las olas. En el reflejo de los charcos parecían verse estrellas pero eran colillas blancas. Aquello le recordaba pero sin su suciedad a su puerto de Rostock. Sus marchas juveniles con los boy scouts y las noches alrededor de la hoguera pasadas en medio del bosque con sus compañeros. El verse encerrado en esta ratonera le amargaba. Hacía que sus reacciones más imprevisibles y desproporcionadas. Llegó a Canarias para una temporada y ya llevaba un año. A pesar de todo el vivía en una zona cercana a Ciudad Jardín con casas amplias de cierto gusto británico. Era una zona con gente educada al que él podía deslumbrar con su cultura.
Había que pasar la página mohosa. A Köhler le molestaba recordar a su padre. Miraba las zanjas llenas de cal viva de reojo tras los muros encostrados de salitre y decía para sí : mi padre...
Cuando llegó con los bolsillos llenos de marcos los tiraba al mar en marea alta frente al Teatro para ver a los canarios como se tiraban a unos 4 metros para sumergirse. Sabían manejarse entre dos corrientes sin técnica para cogerlos entre las rocas. Y secarlos al sol como si fueran pulpos.
Pero aquellos tiempos de opulencia habían acabado.
- ¿Vienes de hacer la ronda nocturna? Le dijo una voz ronca por la flema, con la cara enrojecida y llena de arrugas por el agua del mar.
-No. Dijo sin mirarle a la cara.Sin hacerle demasiado caso.
- Mentiroso PERRO SANGUINARIO. Te rajaba la yugular. Susurraba el estibador, antigüo pescador...
- ¿Cómo? ¿has dicho algo? . Köhler se asombraba constantemente de las medias tintas y la falsedad de quienes le rodeaban.
- ¡Viva España y los hombres valientes! gritaba después el estibador.
Köhler percibió la impertinencia garrafal pero la ignoró. Sentía desde su formación académica que era un hombre superior que tenía un destino claro. Todo lo demás, incluso los asesinatos por unos ideales que le daban igual, no tenían ninguna importancia.
Pero había algo que le dolía. El estar siempre mintiendo, siempre siempre mintiendo. A veces pensaba:
a los demás les da igual que les mienta.A estos simplones, bah. Ellos están agotados del trabajo, que les mienta les da igual. Se matan por una peseta pero qué les mienta por dignidad debería darles igual.
Y de remplón casi a borbotones decía
- Porque no se puede hablar porque si se pudiera...
y los estibadores del puerto se engruñaban para escucharle atentamente como un solo hombre, girándose sobre las mesas de la terraza y la barra pegajosa.
No tenía ningún motivo para haber huido de Gran Bretaña ni para quedarse en aquel puerto. No había nada digno de estudio en la islita miserable. Nadie podía entenderle ni valorarle y lo que es peor, tenía que chabacanizarse para conseguir la simpatía de algún cambullonero ahíto de ron. Y estar lejos de cualquier comunidad científica de interés que pudiera estimularle.
Paseaba para perderse por los callejones cerrados de Ciudad Jardín. Una vez se lo toparon de refilón moviendo los brazos a un pobre diablo saturado que masticaba una caña de azúcar para evitar rechinar los dientes.
Hablaba si podía registrar algo de lo que sintiera orgulloso,pleno, digamos cuando su muerte.
De pronto llegó alguien de traje blanco encorbatado con un sombrero del mismo estilo al bar.
Miranda tenía el rictus lleno de arrugas de angustia. Vestido de blanco con corbata y un capullo de tulipán azul en la solapa destacaba en cualquier parte. Tenía la imagen de un ocioso. Intentaba reconocerse entre los reflejos del cristal. Era un hombre amanerado y elegante actuaba como si tuviera que esconderse sin llamar la atención hasta que llegara su oportunidad de huir. Admiraba Kóhler esa arrogancia como si pudiera mandar a darte una paliza.O tragar aceite hasta echar las tripas.
Köhler recordó cuando se vieron por primera vez. Miranda estaba en la Avenida. Los grupitos de chicas jóvenes cogidas del brazo paseaban de un sitio a otro riendo.Vestidas completamente tapadas sin escotes ni faldas cortas. Miraban a un chico de reojo, sonreían como con desilusión y seguían hacia el otro lado de la avenida en diagonal,.
Le espetó Miranda señalando a un grupito: -
-¿es que aquí no hay hombres? soltó una risotada y se fué.
Entonces Köhler se hizo el loco. Pero sabía que se volverían a ver. Que se estaba haciendo el interesante. Que quería algo de él. Que tenía la estrategia del espía : de llamar la atención y volver a aparecer en escena cuando echaran de menos su presencia. Tanteaba la posibilidad de que aquel hombre le traería problemas graves mientras huía con su vestido de corte y confección en la Avenida Marítima llena de arena. Pero no le disgustaba.
Pues bien, Miranda volvía a aparecer. Se había escondido tras una columna que había cerca de la barra en una esquina. Era el rincón de los solitarios.
Köhler se puso a hablar solo en un tono de voz alto. Insultándose,llevándose la contraria para clarificar el resultado de sus experimentos, tarareando una letanía y después recordando lo apuesto que era.
- ¿ Por qué los monos habrán reaccionado así? hasta los presos actúan con más ingenuidad.
Se acercó la mano a la pistolera. Después a la cartera. Como si tuviera algo importante.
¿Dios por qué estaré tan solo? por qué me darán la espalda. Me doy asco cuando sonrío parezco un niño pidiendo al profesor hacerle una felación.
Köhler pensó vendrá por su dinero. Puedo hacerle favores pero no los querrá.
Köhler llegó de Madrid sin responder a las preguntas más básicas. Puso una tienda de ultramarinos que visitaba a última hora con los productos de aceite y carnes que fracasó. Y después se dedicaba a pasear por Dasein sin que nadie supiera porque no intentaba liarse con las mujeres hermosísimas del Mercado de Vegueta.
Köhler fué el único profesor de Universidad al que no dejaron enseñar en la cárcel. Y al que apenas vigilaba la policía a pesar de sus extravagancias. Era un artista aficionado sin sustancia que tenía su casa de solterón atiborrada de lienzos transvanguardistas llenos de muertos y mujeres violadas pintados con colores fríos. Pero en realidad sabía de ingeniería aunque estaba ajeno a cualquier comunidad científica . Y eso hizo que los militares lo quisieran en su bando para fabricar bloques previsiblemente para búnkers aunque Dios sabe para qué. A cambio él sólo pidió una vivienda cómoda y unas jaulas llenas de monos que alguien olvidó como mercancía en el Puerto.
Miranda se mordía las uñas hasta sangrar y le veía con rencor de reojo. Estas personas confusas lo tenían todo en una época de miseria. Se dedicaba a romper nueces con un trozo de rodapié. Y en vez de huir, se decidió por un arrebato y fué directamente a Köhler
- Parece que esté apaleando perros rabiosos
Miranda le puso la mano en el hombro aunque con un gesto de asco.
- Be quiet,man. Tranquilo, la policía del Ejército es intocable.
-Ya... Köhler escribía con su libretita la reacción de sus monos. También pensaba en los hombres a los que encerraba en las celdas con el ventanuco en lo alto y el colchón sudado de la litera.
- ¿ Qué quiere?
- Lo sabe bien. Necesito que ayude...ya me entiende... y señaló con la cabeza a los demás parroquianos del bar: los militares sudados y los estibadores que observaban la novedad de aquel figurín.
- Rodríguez Bethencourt es un caso diferente... no puedo dejar que huya... ha sido un político muy famoso...¿entiende?...si no le fusilo, sospecharían de mí.
- Claro. Piense con grandeza. Quizá lo hace... porque mató a su padre...
Köhler pensó: Esta isla es un moco... el cabrón lo sabe.
- Llegué aquí por si había dejado un Testamento. Hacía 12 años y medio que no quería saber nada de él. ¿Por qué iba a vengarme así?
Kóhler estaba lleno de secretos e ideas confusas. La fundamental era su experimento con los monos.
- Sí, sé que odiaba a su padre. Pero que más le dará vengarse, si puede hacerlo gratis. ¿Sabe por qué no lo hará?.
- ¡No!. dijo mientras bajaba la cabeza .
Köhler había huido con lo puesto de la Alemania Nazi para no tener que firmar manifiestos absurdos llenos de odio. Llegó para visitar a su padre para que le prestara el dinero que le debía por una vida llena de abandono, para sus investigaciones. Y se enteró de que había muerto, en medio de esta Guerra. Ahora era él el que perseguía a inocentes.
- Soy un hombre discreto. Y le volvió a poner la mano en el hombro bajando la cabeza.
Sé que es usted el amante de la mujer del General.
Köhler se levantó de la silla de un golpe y cuando quiso sentarte se tropezó y tiró el vaso con vino
a los papeles.
-Buf. Lo haré. ¿No sé cómo? pero lo haré.
Köhler siempre hacía apuestas que no podía mantener.Quedar bien aunque no tuviera consecuencias le importaba más que mentir por conveniencia o que volver algún día a su patria .Era otra costumbre del militarismo prusiano en el que se había educado. Miranda estando seguro le pagó la copa de vino y se fué dando trompicones en el suelo pegajoso.
*
KÖHLER recordaba cuando hablaba con tres oficiales de ciencia en las azoteas de Vegueta. Jugaba a las cartas con los oficiales que sólo pensaban en el transcurso de la Guerra,en acostarse con putas y en sacarle el dinero. Curiosamente a pesar de su desprecio, adquiría rápidamente las costumbres de las personas que le rodeaban. -
- Es increíble que ni tengan inquietudes ni el más mínimo aprecio por la ciencia. Son unos canallas puteros de casino y vaso de coñac.
La ropa tendida en las azoteas como ahorcados ahogados le recordaba la miseria.
Ya me lo advirtieron. No te enamores de esta mierda de Isla. En cuanto te enamores te destruirás...
*
A Köhler sólo le interesaba la ciencia. Cuando trabajaba en la prisión se sentaba en uno de los puestos de la torre de vigía algo impropio de un oficial.Las paredes de su garita de vigía se desgajaban y apestaban a sudor y tenía que recolocarse de cuando en cuando con el ángulo de la luz respecto al sol. Nada de eso le importaba. Cuando un preso se ponía a insultar a gritos o a golpear la pared de cal con su banqueta, lo cogía y lo trasladaba a otra celda especial de seguridad con el GUACA el psicópata, una mala bestia renegrida y algo indolente pero cuando reaccionaba no podía parar. Y Köhler le dijo al Guaca:
- Este es el nuevo del patio.Sí, el que finge estar en el economato para pedir cigarrillos para esconderse.Ha dicho que tu madre no sabe chuparla.
Y dejaba a solas a los dos tortolitos. No necesitaba oír los golpes de madera sobre el cuerpo.Ni como se tragaba los muelles del hierro de la cama.
*
Encerrado en su garita, otra noche más, con un ambiente sofocante veía las baterias de búnkers con cañones de defensa anti-aérea que él había diseñado a mala gana en el precipio de roca frente a la costa. A Köhler lo que le había interesado de verdad eran los planteamientos imposibles dentro de las Relaciones Humanas.La negación de la voluntad por parte del individuo y cómo personas adultas podían tomar decisiones que les llevaran a la autodestrucción. La incoherencia de las matemáticas desde un punto de vista lógico. La imposibilidad del Arte si no es como objeto de desahogo o consumo.Y había experimentado en las jaulas con monos para dar vida a sus ideas.
Miranda y Köhler se conocieron bien, en la segunda vez que coincidieron.
Miranda desesperado mientras le seguía durante unpaseo con un carro de niño le paró una tarde en seco y le suplicó:
-acépteme, señor, como secretario. Tengo técnica mecanográfica. Seré mejor que una mujer así no se sentirá tenso.
Köhler desde la primera vez que lo vió se sintió intrigado por este hombre elegante. No había visto desde que llegó a la Isla a nadie que supiera mantener tan bien las distancias.
Köhler apenas se había vinculado nunca con una mujer. Le desagradaba la idea pero tener a un ayudante rojo al que podía racanearle, chantajeándole con denunciarle, daba seguridad.
Miranda trabajaba también duro dando un cierto orden estructural a un montón de folios extraordinarios pero sin un centro que sirviera de órbita lógica, aquí o allá.
Köhler escribía cientos de notas y ecuaciones sobre las posibilidades de reacción de los monos.Un mono con hambre oía un pitido. Hacía un esfuerzo y recibía comida. Y se acostumbraba a la recompensa.
Por tanto cuando oía ese pitido sabía que tenía que esforzarse y salivaba en espera de recompensa.
Pero si en vez de recompensa tenía una descarga eléctrica se quedaba en una esquina. Acobardado hacia todo. Sin reacción aunque tuviera una recompensa en comida muy cerca de él.
Cuando no había recompensa los monos se volvían más débiles y rencorosos.Paralizados. Su reacción solía ser desproporcionada. No querían la comida sino que arañaban las ranuras de las jaulas aunque pudiesen herirse.Eso increíblemente hizo Miranda. Cambiar las tornas.
Sus experimentos habían nacido de una anécdota que le ocurrió a Arthur Schopenhauer de joven que le contó la mujer del General Trujillo para hacerse la culta.
Schopenhauer viajó por toda Europa con el dinero de su padre comerciante. En una Europa devastada por las Guerras Napoleónicas vió en una ciudad alemana como en una callejuela estrecha un carromato que chirriaba recogía los cadáveres de vagabundos que habían quedados tirados en la calle expuestos al hambre, el frío del relente nocturno, y la mugre de los adoquines. Un reaccionario como él no vió nada injusto en ello. Pero se sorprendió la pérdida de voluntad de vivir de aquella gente que se había quedado sin el "sentido" de la guerra. Y fué la propia mujer del General la que le dió la idea de que investigara con monos.
Era una mujer que se sentía rodeada de cafres y aunque la arrogancia de Köhler le ofendía sus ganas de agradar aceptó su compañía.Köhler aunque trató la idea con desde haciendo una negativa con la cabeza de izquierda a derecha al final la aceptó.
Desde que una noche a las altas horas vió a la mujer del General Trujillo salir de la casa de Köhler sus excentricidades pasaron a un segundo lugar. Miranda se dió cuenta qué punto débil podía explotar para ayudar a escapar de la Prisión a sus compañeros republicanos. Se hizo una extraña amistad entre jefe víctima y secretario extorsionador. Le prestaba dinero y pero no abusaba pidiendo que dejara escapar a los líderes. Conque dejara escapar a unos presos ocasionales bastaba. Algo que se pudiera justificar por el penoso estado de la cal de la paredes de la prisión.
- Pero esta vez es distinto. Lo necesito. ¿Sabes? Los republicanos no hacen más que perder batallas. Necesito que vuelva un líder antes que se lo carguen. No quiero abusar y tal...pero es así...necesario.
Köhler se vió víctima de su propio experimento. Recordó que hacía un día le obligaron a estar delante de una ejecución sucesiva a garrote vil en pleno patio con un sol de justicia.El patio le daba claustrofobia y había que levantar bien la cabeza para sentir el sol y evitar respirar para sentir el olor a orina. Llamaron al carpintero. Hizo el armatoste precario. Y fueron pasando los 5 reclusos de espaldas a la pared llena de raño. Uno a uno vió como les salía la lengua como si fuera un bistec que le llegaba a la barbilla. Al último se le salieron un poco los ojos de las órbitas como una rana saltarina.
Se lo habían ordenado para probarlo. Que se recreara en las próximas redadas que vendrían.
-Lo haré. ¡Qué remedio!.
*
Estaba cansado de todo. De no poder huir. De señalar casas por la noche. De llevar el furgón destartalado, lleno de polvo por calles de tierra llenas de socavones. De subir personas desconocidas al furgón para llevarlas al matadero. De oler el raño, orina y excrementos en la Prisión, de quemar a los muertos. De perseguir en el puerto a los estibadores para que no pasaran nada de contrabando. De ir a buscar pescado a San Cristóbal y recorrer 6 kilómetros apestando a pescado vivo. Estragado de ser un Hombre que perseguía a hombres por sus ideas.
Él era un científico... Era un verdugo presa de sus víctimas. Prefería quedarse en casa oyendo las campanas. Mirando el descampado de tierra árida esperando que tocarán por última vez las campanas, para que acabara la "mardita" Guerra.
Mientras lo pensaba, se acercó un soldado que llevaba tiempo merodeando por los alrededores. Preguntando a los parroquianos que le señalaban.
- Señor, disculpe, ¿es usted Köhler?.
-Sí, ¿por?.
- El General Trujillo pregunta por usted. Exige su presencia inmediatamente en su despacho.
Köhler pensó en el carácter del general apretando el puño y dando un golpe con el vaso contra la mesa. Nunca le miraba de frente en su despacho, sino que le elogiaba sus cuadros porque se asustaba de que sospechara algo.
El General tenía la costumbre de expandir rumores falsos e historietas entre sus oficiales del cuartel.
- A Canarias la voy a limpiar yo de víboras venenosas. Hay que entrenar rodeados de traidores de mierda.¡Arribistas!
Le encantaba pasear por el Parque de enfrente y hacerse el encontradizo con los oficiales.Unos que le miraban con la cabeza gacha. Otros con respeto y un poco de odio. Miraba a las mujeres vestidas de blanco casi en ropa interior limpiando la entrada de sus chamizos.Tranquilas, pastosas, ajenas al ambiente tenso de conjura que él pretendía estrablecer en su Cuartel. Sin parecer darle importancia a la guerra ni a que los militares tuvieran un nuevo prestigio social.
Köhler fué a ver al General sin coger su gorra militar. Ni cogió su libreta con el registro del resultado de sus experimentos. De alguna manaera aunque merecía una medalla sabía algo terrible. El juego impertinente de un investigador loco, quizá. Miró el patio con montoncitos de chatarra aquí o allí, con el asta sin bandera. Vió la escalera estrecha como con cemento fresco y pisó un poco.
-¿Dios, es posible que me importen estas chorradas?.
Subió los escalones como si no quisiera hacer ruido, casi de puntillas. Y al llegar a la puerta golpeó lleno de rabia con los nudillos. Infló sus cachetes delante de la mirilla como si no le estuvieran mirando.
- ¿Puedo entrar mi General?.
-Sí muchacho pase, pase.
Köhler detestaba ese patriarcalismo de sus formas militares. Sabía que era más inteligente y educado que esa mala bestia. Pero le reconocía ese arrebato loco que define el momento crucial de las batallas. El despacho tenía muebles enormes con una madera del grosor del puño de un adulto. Una alfombra delgada como con manchas de una cebra. Había puros a medio fumar y colillas tirados por el suelo. Desde la ventana a un lado se veía la costa rocosa de siempre.
Köhler se acercó a la mesa y se cuadró sin sentarse delante del General como siempre.
- ¿Han preparado la redada de mañana,Köhler?. Siempre berreaba a gritos su nombre con impertinencia. Miraba una especie de informe de papeles amarillos, muy escasos, para casos especiales.
-Sí. dijo en voz baja.
-Diga sí alto. Como un hombre.
-¡Sí.!
-Me han dicho que tenemos una tasa, de doce fugas cada cien presos.
- Es posible.
- Es posible. Es posible.Vaya respuesta en un oficial.Es muy alta. Inadmisible.
- ¿Sabe por qué vamos a ganar esta guerra?
- Por la ayuda de los alemanes. Respondió sonriendo
-Una mierda. Por saber atar cabos. Por saber organizar. Ver los hilos sueltos y dar puntadas. Una tras otra. Una tras otra.¿Entiende?
-¿ Me odia mi general? ¿le molesta qué haga mis pequeños experimentos?. Cuando estás seguro te aceptar tu responsabilidad te pegan un tiro. O te pegas un tiro.Lo sé lo he investigado con monos. Soy científico ¿recuerda?.
El General jugaba con el bolígrafo sin hacerle caso. Hacía garabatos en forma de flores dando la impresión que escribía cosas serias que exigían rapidez.
-¿Qué importa ser infeliz con lo que se ama, hombre?
¿Y su cartera Köhler?. ¿parece que ha perdido su cartera?
-¡No? y al tantearse bien para asegurarse si la tenía le pareció que sí. Pero al sacarla vió que era un montón de papeles doblados. Eran observaciones de sus experimentos.
- Hostias, no, no, General no la tengo.
- ¿Dónde estuvo ayer por la noche? ¿sería gracioso que un carterista robase la cartera a un militar de prestigio? ¿ a un científico que nos está dando la tabarra constantemente de lo culto que es? ¿no, Köhler?
- bueno... no sé...no le entiendo,mi General.
- ¡Recuerde, cojones!, ¿usted no tiene una memoria prodigiosa,Köhler?
Sacó una cartera de cuero repujado sin olor, o sea bien curtido, de las caras.
- ¿ Es ésta, Köhler?
- No lo sé. Es posible que no. Respondió como tanteando la situación prudentemente.
- No denunció que se la robaran.
-No. Köhler estaba agotado. Esperaba una palmadita. No le gustaban los juegos divagantes del General.
- La encontré anoche en mi dormitorio. No quiero explicaciones Köhler, ¿entiende?. No quiero explicaciones.
Köhler pálido como la muerte, sonrió sin fuerzas y se derrumbó intentando pegar todas las partes del cuerpo sobre la silla.
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