Cuando vio que Mariana estaba acostada en la mesa del comedor hecha como un playmobil como una virgen sobre un lago se quedó asombrado y sus quejas de que no le había devuelto el saludo de llegada de remplón desaparecieron.
Pensó que iba a reaccionar pero no pudo,se mordía las uñas hasta sangrar y las escupía al suelo. Siempre pensó que un gran amor, que un gran hecho le daría un bofetón fuerte y le haría cambiar de vida.
Y así fue cuando conoció a Mariana,pero al revés. En vez de dejarlo todo y dedicarse a la aventura y a la literatura,se buscó un trabajo mediocre de contable y se dedicó a cotizar.
En el trabajo no lo querían y después de varios años de duro y callado esfuerzo,y de llevar a su jefe gratis en su coche al trabajo,éste le había ofrecido un nuevo contrato con la mitad de jornada a mitad de sueldo.
Y el cuerpo moreno, exquisito de Mariana como un playmobil con una sonrisa bonachona y un tanto ridícula estaba ahí.
Miró su móvil por si alguien le consolaba: su jefe, alguien de su familia, pero cuando veía los perfiles de su whastup eran sí...horror repugnante que de pronto le hizo apartar sin querer la mirada...
exquisitas figuras bonachonas de playmobil que en su rostro tenían una especie de amor maternal pero a la vez castrador y siniestro,una rígida, la otra haciendo una pose que le pareció cursi.
No había nada que esperar se dio cuenta que en su foto de perfil había desaparecido su imagen real,y solo había una mancha borrosa y que pronto él se convertiría en un horroroso muñeco de playmobil.
Creyó que aún tenía una última oportunidad,ridícula pero definitiva. Apretó una agenda apergaminada y la mordió recordando alguna humillación de su infancia. Dio un portazo,y con una voz desmayada,ñanga y zigzagueante pero llena de orgullo gritó: por fin.
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