Alicia atraída por la madriguera

Alicia atraída por la madriguera

jueves, 31 de agosto de 2017

La Historia de Amor del Exlegionario


La mejor imagen del odio que he visto nunca, fue hace 20 años cuando un legionario que vivía en un banco de madera que servía de parada de transporte aceptó la apuesta de comerse un pollo crudo.
Cortaba meticulosamente el pollo con su cuchillo acusando a los que le habían excitado con esa apuesta. Ya era así. Se pasaba todo la noche gritando e insultando por su nombre a gente de la lejana Cantabria que nadie conocía. Después de aquello se quedó varias noches durmiendo debajo del banco. Nunca más volvió a comer pollo.
Y por la mañana la gente esperaba tranquila, ignorando el mal olor, el transporte en el mismo sitio donde él había dormido gritando sus amenazas. Él por la mañana se dedicaba a pasear con una bandera nacional franquista y con una casete a poner música militar insultando los titulares “democráticos” de los periódicos.

A las Terrazas de Luis Doreste Silva no llegan los proxenetas ni delincuentes de poca monta. Muchos se ponen a hablar de sus viajes extraordinarios y dicen que algún día volverán a irse, que esto es un pequeño exilio, de una escala extraordinaria de viajes y de aventuras. Solo unos pocos suman a los negocios algo de cultura y replican que me dan permiso para que escriba sus extraordinarias vidas.

Entre todos destacaba un hombre que parecía hablar una lengua y que decían que era ruso y que tenía los dedos de la mano literalmente llena de anillos y vestía de blanco.
Lo triste es que aparte de desperdiciar todo el día bebiendo whisky, en poco tiempo los latinoamericanos se parecen bastante a los canarios. Los “exiliados” de la avenida Luis Doreste Silva que han estado en Nueva York, en el Norte de Europa o en el Lejano Oriente trabajando aunque cuentan historias extraordinarias que uno no tendría interés para contar, uno siente que son las mismas que te podrían hablar en tu barrio.

Mientras los demás iban y venían con rapidez , trabajando, ellos mostraban su ociosidad una y otra vez. En poco tiempo una colonia exiliada brasileña se hizo su gueto en la Avenida. Ni siquiera querían aprender nuestro idioma. Solo comprar joyas, beber bebidas caras, alquilar coches de alta gama y estar con mujeres u hombres guapos “de compañía”. Y algo muy común, recordar que algún día se irían y volverían “a ser grandes”.

Lo triste del legionario no era solo lo mal que vestía, sino que se prostituía y por las noches iba por las calles cantando, gritando con odio o amenazando por culpa de sus desgracias. Después se le ocurrió llenar la avenida de versos de amor malos y a favor de la solidaridad que firmaba como el Poeta Descalzo. Muchos versos de amor.
Así consiguió varias semanas de gloria entre los inquilinos nocturnos de los bancos del parque. Pero los demás vagabundos sintieron envidia y decidieron poner de moda la poesía satírica desenmascarando al exlegionario con poemas escritos al carboncillo por todas las calles.

Aquello fue demasiado. Entre gritos de rabia cogió a un hombre gordo vestido elegantemente de blanco con su sombrero de panamá y lo arrastro por el cuello hasta la acera de enfrente donde empezó a golpearlo. ”¿Sabes lo que me gusta, a mí sabes lo que me gusta exiliado?”.
Todo aquel griterío aquellos berridos, fueron seguidos por las pitadas de los coches que celebraban casualmente que habíamos ganado un campeonato. Había una especie de vértigo y cansancio del frenesí. Al día siguiente nadie pudo ignorar que apareció una especie de hombre crucificado. La cruz era el palo de un sombrerero dentro del contenedor de basura y el cuello estaba sujetado por un alambre enroscado varias veces. A nadie le importó pero después vieron que tenía los labios pintados y una especie de sujetador por fuera.

Solo entonces yo entendí mientras echaba un cubo de lejía sobre el pavimento tiempo después para limpiar los restos de sangre y chicles, y la suciedad de los perros de que se trataba de la venganza de una historia de desamor.



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