Desde 1968 la mayoría de las reclamaciones han sido parodias astringentes del glorioso por productivo siglo XIX.
Hasta que se consolidó la máquina como bien capital producir era abusar: los esclavos trabajaban en los monocultivos a destajo en vez de una vida solipsista y poco productiva en África, las mujeres tenían muchos hijos con la lamentable certeza negada de que muchos morirían a pesar de las curanderías y precariedades médicas, los campesinos en levas se mataban en guerras idiotas para mantener redes comerciales e Iglesias que defendían sutilezas intrincadas que ni ellos entendían, los trabajadores niños se metían en minas minúsculas para conseguir más carbón contaminante, y los novelistas, poetas y dramaturgos prostituían sus exigencias entelequias por un arte por el arte que sí podía llegar a un público embrutecido por el trabajo que no necesitaba su delicadeza y autotormento del alma.
Gracias a la máquina se pueden concretar los derechos humanos.
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