Alicia atraída por la madriguera

Alicia atraída por la madriguera

sábado, 21 de octubre de 2017

Un amor lejano desde una sonrisa.

Se conocieron sentándose juntos en el banquete de una boda. Patricia era una profesora infantil estricta y de treinta y tres años, aunque era guapa nadie quiso sentarse a su lado porque tenía una merecida fama de borde.Francisco era carnicero,empezó a hacer bromas blandas,a hablar de la Guerra del Sáhara de la que acababa de volver y de que da igual el tipo de sangre que sea,su color, o del animal que sea: siempre huele igual.

Lo hizo con tanta pasión poética que hasta ella que comprendió que solo se atrevía a hablar de su profesión porque era su mundo, lo trató con respeto planteándole preguntas y con un punto de admiración.

Contra todo pronóstico ella aceptó hacer senderismo con él. Él entusiasmado la llevó al Roque Nublo pero al final ella solo hizo 500 metros en llano y se quedó sentada con sus bailarinas,callada, extraordinariamente enfadada por la falta de tacto de él. Y siguieron saliendo: a recoger castañas en el Norte,a ella no le gustaba porque lo consideraba un robo, y sobre todo, aunque no lo admitiera porque tenía que pelar las púas con los pies y era demasiado torpe se caía por los lados y tenía mal pulso, e ir a comer pescado.

Fue la única vez en que se permitió ir de forma sexy y era una Cofradía de Pescadores con gente vestida de playa,sudando y gritando lo que daba un aura de exotismo curioso. Él invitaba siempre humilde y discretamente.

Él le hablaba de la Marcha Verde y de cómo patrullaba en lanzas cutres en el Banco canario-sahariano protegiendo a pescadores canarios de las metralletas de las lanchas marroquíes. Ella le corregía constantemente no solo sobre detalles de su propia vida que eran imposibles sino sobre su forma de hablar, en público de una forma que era hiriente y daba vergüenza, pero él ni siquiera se daba por ofendido. "La cosa marcha" decía ingenuamente.

Los dos eran personas de otra época,con una crueldad benigna y unos prejuicios confusos de otra época. Verlos era algo repelente y profundamente entrañable a la vez,el hombre que solo sabía hablar del manejo su oficio de charcutero, y la profesora elegante y discreta que solo sabía corregir y expresarse de forma engolada.

En aquel tiempo fueron los asesinatos a cuchillo de mujeres de Campo España. Por la mañana él iba a casa de ella y le llevaba unos cruasáns para desayunar juntos. Él le contó que tenía una deuda y que le habían añadido intereses que pensaba pagar la deuda pero no los intereses porque a un abogado le parecían abusivos. Y se puso a leer las noticias con la historia de los asesinatos y a discutirlos apasionadamente como un profesional: el tipo de puñalada,el ensañamiento y la profesionalidad casi militar del ejecutor.

Ella planchaba en el salón mientras él leía los detalles en el periódico. "¡Dios! me he quemado un dedo escuchándote". Le indignó el grado de "canallería" con el que comentaba las noticias y más aún que no quisiera pagar los intereses justos o injustos de su deuda,"una persona honrada paga todas sus deudas con intereses justos o injustos y ¿quién eres tú para juzgar si son injustos?. Después de una retahíla de gritos de 15 minutos él se fue humillado sin replicar nada. Nunca volvió.

Ella misma que así había roto la relación nunca se dio por aludida,pensó que él volvería al día siguiente como si no hubiese nada,si no a la semana siguiente y si no al mes siguiente. Al cabo de tres meses le escribió desorientada varias cartas disculpándose explicándole que estaba pasando una mala época pero sin concretar nada. Solo había tenido una relación en su vida anterior.

Él le escribió otra carta corta y llena de tachaduras,borrones y faltas de ortografía replicándole que fuera feliz y que no le escribiera más.

Cuando iba a verle a la charcutería él me contaba su "gran historia" de amor, me contaba anécdotas de cómo se habían recorrido los Roques de la isla juntos varias veces,alusiones veladas a detalles sexuales apoteósicos,cómo le gustaba ir a coger castañas y sus hazañas de la guerra.

Sabía que cada historia que me contaba era una media verdad,una mentira, y tenía tanta curiosidad que a veces tenía ganas de preguntarle,pero no me atrevía porque intuía íntimamente que era herirle en lo más profundo.

Así que lo dejaba engañarse con sus ingenuas tramas fuera de la realidad,y me repetía lo buen amigo que era,porque si se las contase a otro se reiría de él en su cara.

Cuando acababa una anécdota se reía, rompía un hueso o cartílagos grandes como con orgullo y satisfacción. Miraba detenidamente el trabajo bien hecho. Parecía que el ruido sirviera como un tambor dando énfasis como si pudiera impresionar a algún ángel lejano.


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