Se le chocaban las puntas de los dientes. Había visto morir a sus mejores amigos de formas espantosas y a dos de ellos en la ciénaga de aquel enorme cuyo nombre desconocía . Sí lo sabía gente más brillante que él,con planes más elaborados pero era ahora o nunca,y nunca era demasiado. Amaba el frío pero sentía que aquella niebla con frío le traía el vacío y la tranquilidad de los cuerpos de aquellas personas que había amado inútilmente.
El tren de barras de metal no tenía vigilancia de noche. Era su última oportunidad de llegar a Trieste (Italia).La semana pasada alguien debió dejar una corriente eléctrica suelta y Monkey -cómo era la única forma en que permitía masoquistamente que le llamaran- vio a sus dos compinches electrocutarse, temblar hasta echar humillo y desmayarse hasta que ya no reaccionaban. Había huido del Campo de Refugiados era eso o ponerse en el hueco de las ruedas de un camión durante días. Encima con mucho riesgo a una revisión.
Pasó la noche angustiado contorsionado entre el escaso hueco de las cajas. El ruido frenético y la alta velocidad no le dejaba distinguir los paisajes para saber donde detenerse, pero cuando vio acercarse la primera ciudad se tiró.
Tras dos horas llegó a la ciudad llena de canales con los pies dolidos y lleno de heridas sin cicatrizar pero entusiasmado, y cuando observó una estatua con un parche en el ojo y un sombrero ladeado un tanto ridículo que le recordaba a un patrón (mafioso) de su pueblo se quedó quieto ante ella como si quisiera descubrir el misterio de "su autenticidad".
Había patrullas de policía merodeando y de pronto tras haber pasado lo peor en un día lleno de angustia se vio perdido en plena ciudad cuando la misión estaba cumplida.
La abrazó con fuerza para fingir que estaba besando a una pareja ocultándola,para que no cayeran en la cuenta de que la estatua era de un hombre. "Se darán cuenta,deben conocer esta estatua"pensó. Pero la policía apenas se fijó en él como por una especie de pudor ambiguo. Siguieron su camino muy concentrados como si hubiesen recibido órdenes precisas.
A partir de entonces tendría que contactar con los suyos y buscarse la vida. Amanecía.La estatua era la de James Joyce que parecía lamentar no poder escribir aquella gran historia.
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