Desfase entre dos vidas
Cuando a mi madre Josephine la atropellaron fuí a verla todos los días al Hospital Insular. Había que esperar en un pasillo oscuro con mámparas hasta una hora indeterminada alrededor de las 12.00.
Fué el corolario a una vida desastrosa. Con esquizofrenia sin tratar, no podía durar en ningún trabajo y con dos hijos se veía reducida a sobrevivir cuidando ancianos y a limosnas de comida esporádicas.
Aquella mujer de la alta cultura y la moral franquista vivía en un mundo que ya había muerto.
Y resultaba absurdo.Verla vestida con un pijama negro por no sé qué luto delante del ventanal del hospital mirando al inmenso mar y al barrio pesquero de San Cristóbal con los chavales haciendo gamberradas con sus bicicletas robando macetas de geranios y tirándolas a otras casas, y sonriendo como si eso fuera un mérito en el que alguien se iba a fijar, y después agradecerle como una distinción para un admirador millonario ...era patético.
Los médicos,jóvenes recién licenciados, dijeron que no se recuperaría y tardaron en ponerle antidepresivos porque eran bastante reacios. Por lo que su proceso de mejora fué lento.
En la habitación compartida había una cristalera que daba al barrio pesquero de San Cristóbal. En la undécima planta se veía a lo lejos a los pescadores. Uno se imaginaba a los jovencitos sin formación trapicheando con haschich o vendiendo los relojes que habían robado a algún panoli que hubiese ido a bañarse entre las barcas o acostarse con algún jovencito que le robaba por no pagarle.
Él que me hablaba de esas historias infames era Yeray, el compañero de habitación. Un libertino homosexual de unos 36 años que tenía una extraña enfermedad en las piernas que se las amorataba y hacía que se le hinchara las venas. Por lo que no podía trabajar de pié.
Así lo vi por primera vez. Fumando, acostado con las piernas subidas y amoratadas y un rostro cínico y libertino típico de los canallas.
"Qué pena que no tengas pluma" me dijo después de contarme indirectamente historias de niños que se prostituían. Historias que según él había oído indirectamente, del barrio que nos desbordaba la vista enfrente más allá de la cristalera con barras de aluminio.
Él había hecho un curso para discapacitados en ADEPSI que tenía especialidad en personas con retraso. Y allí en los baños recién estrenados y que se encendían con los pasos y con el grifo que se encendía solo con sentir debajo tus manos había guardado sus bellos recuerdos.
Yo lo miraba con asco y envidia. Yo tenía que tener el papel ante mi hermana de hijo abnegado ante una madre con una enfermedad muy grave. Muchos de nuestros familiares venían a verla todos los días pero a veces no podían entrar. Siempre era yo el que tenía que ceder el puesto porque sólo eran dos visitantes por paciente.
Y Yeray por supuesto, aunque nunca lo visitaba nadie tampoco quería no cedernos sus dos visitantes para no llamar la atención. Estaba extremadamente prohibido fumar y aunque debía ser una enfermera la que le pasaba el tabaco quería agradecérselo siendo discreto...
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