A veces uno se sorprende tristemente de cómo es posible que personas que no saben hablar hayan quedado los números uno de su generación en la oposición de abogados del Estado o de ingenieros superiores industriales.
Y sin embargo, otros que encandilan, que saben hablar e interpretar, que generan dopaminas y que elevan apenas son profesores aunque sea de Universidad o jardineros.
Confundimos al técnico, al que empollar,con el que tenemos que ir aprendidos y hacer preguntas serias, coherentes sin una divagación;
al divulgador serio, pero a veces difuso y medianamente técnico;
y al divulgador actor que genera entusiasmo aunque sea a través de infantilidades, imágenes potentes llenas de imaginación y hasta chabacanerías.
A pesar de todo, preferimos al último para enamorarnos de una materia abstracta y complicada . Al primero para trabajar y examinar nos definitivamente.
Pero sigue habiendo algo de triste...
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