Alicia atraída por la madriguera

Alicia atraída por la madriguera

sábado, 7 de junio de 2014

Gabriel García Márquez era un colgadera
(el cuento que Carlos Álvarez  autor de la Pluma del Arcángel no entendió)

- Déjate de hablar de las"marditas" letras, mamarracho. Cállate, ¡Dios!. A tostar, huevón.

Esas fueron las primeras palabras de sabiduría del maestro desde unas escaleras, mientras bailaba de cualquier manera,ondulando los brazos, que me gritó a medianoche en un bar abarrotado del barrio Chino de Barcelona en esquina con Las Ramblas. Nadie en el bar se paró ante el griterío, que pasó desapercibido.La multitud de devotos lo miró con aire distraído menos un japonés que vivió lo de Hiroshima, que se quedó estupefacto.  Había mucho vaho dentro del bar. El suelo estaba pegajoso y  lleno de servilletas arrugadas de papel. Habíamos ido después de la ceremonia de la final del premio Planeta.
                         
                                                            *                  *                *

 Habíamos ido después de la ceremonia de la final del premio Planeta.
 ¡ Cuánto sufrimiento!¡Qué tortura de lujo y humillación por morbo!¡Y tenía que pasar por el aro para no ser un don nadie! ¡Vivía achantado!  ¡ A veces pensaba qué tantas humillaciones y necesidad se recompensarían de alguna manera! ¡ Pero se ve que no!   Hasta le tuve que pedir un traje a mi tío. Estaba allí delgado sin atreverme a decir nada a los que me rodeaban. Iba con un pulcro traje negro,con pantalones de pitillo, y con mi libro de opiniones sobre filosofía del que sí estaba más orgulloso por si alguien me lo editaba.

- ¿es usted el que se ha pasado estos dos días paseando y tirado en el banco de las barras de madera?
me respondió con desdén el editor cuando le enseñé el libro. No encontré otro momento para lucirme que el velatorio de un escritor que había sido el día anterior al premio.
         
          No hubiese tenido que venir a este premio por dignidad pero tenía que abrirme en este mundo y cuando fuera famoso me necesitarían. No me apetecía escuchar a mis colegas con sus aires de grandeza ni como me corregían mis anécdotas en la islita de 1500 kilómetros de tierra nostálgica de áridos. Había ido a manifestaciones y me había apuntado a sindicatos para que me colocaran. Lo mismo.
         En el salón donde se daría el premio era del mismo Hotel en que nos hospedaban. Tenía un gran salón de entrada con 5 plantas con vistas a las floristerías donde se despertaba la imaginación, y comedor con buffet que era uno de los primeros que había visto.      En mi habitación, en la mesa junto a mi cama estaban aún 7 sobres grandes abiertos con somníferos para anestesiarme y manuscritos para que  los vieran los editores.
   - Sí este es el mejor momento de mi vida.
   
Pedí habitación con teléfono, me asignaron una del cuarto piso. Subí para estirar las piernas por las escaleras y me retiré para cotillear conmigo mismo. Después pedí continuamente a la telefonista, una mujerona mayor de voz lenta y pastosa 4  números de teléfono. Llamé a 3,4 mujeres, por un poco de compañía para comer. Sólo Maraya aquel amor contrariado y retorcido aguantó mi insistencia, pero ella que tanto había despotricado contra mí en público y en privado haciendo que me echarán a perder algunas de mis conferencias, después de tantos años en que hemos podido hacer las paces, tiene una excusa inapelable:

     - Tengo a mi marido enfermo. No, no puedo. No chismorrees demasiado. Me soltó hirientemente después de tantos despotriques que lanzó contra mí.

         Sólo me habían invitado para hacer bulto con 10 novelistas más, que no conocía, en un salón de castillo medieval donde yo era otro bufón intelectual con mesas redondas de los gerifaltes del Régimen que querían culturizarse. Yo con mi primera novela con 35 años encerrado en el infierno de la ratonera de una islita anodina jugaba con las servilletas para pasar desapercibido.
Era una novela absoluta, narrada a través de fragmentos, sin especificar el narrador en un torrente de voz interior. Pero,oh sorpresa, a nadie le importaba. Estaba aquí sonriendo ante el único fotógrafo delgaducho  que se conformó conmigo sujetando su enorme cámara. Y jugando a hacer carambolas con la mirada de las mujeres con vestidos escotados y camareros solemnes de aquí para allá. Decenas de personas con traje y corbata para lo mismo: hacer bulto. Ser un vampiro de sus secretos más íntimos o plantearle nuevas narraciones era idea mía.

 En cuánto llegó Gabo bajando unas largas escaleras decenas de mascotas con su cámara sacadas de la perrera empezaron a hacerle decenas de veces la misma foto. Con un ramo de buganvillas para regalarle a las señoras que quedaron con un gesto de agrado como si fuera el primer joven que las invitaba a paseo en su carruaje.  Llevaba un traje gris de solapa ancha con un bigote mal cuidado, vamos como un cateto caribeño que nos iba a robar la única línea de consolación  que nos dejó aquel premio.  Su imagen era imperceptible ante el fenómeno atmosférico que lo rodeaba pero estaba resabiada de tantas portadas de revista en que había salido . Pero en vez de flirtear con vallenatos a las mujeronas ricas se callaba ante los alegatos de sus académicos admiradores. Se notaba que tenía dominado el arte de contar sus historias de pliego de cordel de forma peculiar como un ciego con su vara en la plaza del villorrio.

Unos matones le habían amenazado ya con el nobel. Él les recordó sorpresivamente a su hermano como si sintiera un extraño remordimiento de dejar la miseria cuando sus libros lluviosos conseguieron rodar los cantos de los lectores.

-¿ Usted cree que  para un tipo que está tirado todo el día en el parque en un banco de piedra rota y rodeado de ahulaga, que sabe que es un desgraciado aunque se preocupe por chorradas, es un orgullo volver a su piso con el ascensor roto y la luz cortada, y subir las escaleras oscuras de 4 pisos para que su mujer llena de nervios le grite llamándole inútil y don nadie?

 Ésa fué la primera vez que vi sus escaleras. Estaba empeñado en que escribiera sobre unas escaleras no para subir ni para bajar ni para caminar de espaldas.Sino para pararse y fingir quedarse en medio por algo. Para que los amigos barceloneses mitificaran este hecho que querían olvidar por el dolor que les causaba. No quiso conocer a ningún catalán sofisticado. Ni quiso conocer los  detalles minuciosos del escándalo de la muerte de Carmen Broto ni las obras de ingeniería del Palau o del Barrio Gótico cuyas leyendas me había inventado con mucho esfuerzo el día anterior para ser coherente.

¡No sirvió de nada, esforzándome encerrado en casa!. Desperdicié mi vida, toda mi vida, día a día desperdiciada toda mi vida!.
Mis años inclinado sobre una mesa como la cerviz de una vaca mientras escuchaba por el balcón la música de los coches yendo hacia la discoteca no habían servido de nada.Viendo la fachada sucia de color del edificio de enfrente.

Gabo estaba taconeando un zapateao sobre una mesa de madera resquebrajada con una canción que había perdido el tono. Se suponía que era un ballenato.  Hacia fuera se veía uno de esos vehículos que te quita la basura de las calles después de que un desfile de la belleza hubiese acabado en una manifestación violenta.El tráfico recobraba la normalidad después de una procesión a una Virgen con la consecuente manifestación de protesta.Vimos contenedores tirados e incendiados sin llamaradas de guerra. Personas bien vestidas corriendo a paso ligero que parecían huir educadamente.
 Había leído todo lo que aquel caribeño había emborronado. Sus artículos defendiendo a Fidel Castro. Sus cuentos. Sus novelas. Quería que escribiera algún artículo sobre alguien sentado que había fingido no ver alguna catástrofe importante.Las inundaciones del 25 de septiembre de 1962 en el que habían muerto 815 personas.  Porque el mérito no es no ver. Sino ver,estar en medio y saber fingir no haber visto nada.Y contarlo en otro mundo claro.

Me encantaba este hombre. No era intelectual como esos que te fastidian dando profundidad a cosas evidentes.Ni tampoco transportaba a sus lectores sus conocimientos adquiridos cercanos a una gran tradición metafísica.Sólo contaba historias a las que la gente le atribuía una simbología complicada. Yo pensé que por lo menos querría conocer a gente corriente a la que le cuesta pagar el gas y que acaba de tener luz eléctrica pero tampoco.Yo miraba hacia donde creía que estaba el mar en el horizonte al final de la calle.  Estaba en el púlpito en medio de la escalera de aquel bar.

- Se pueden ver bien a los muertos aquí sin tener que escuchar sus sabandijadas. Gritó mirándome fijamente abriendo los ojos sin párpados, como cuando clavas la luz de la linterna en la noche en un gato pero se lo perdoné porque veía que quería perder sensibilidad.

Es cierto. La gente es estúpida sólo ve las escaleras para subir y para bajar hacia algún lado. Tiene que ponerle sentido. Y cualquier acción para disfrutar tiene que producir sensaciones fuertes o tiene que ser hablar por hablar. Lo mejor de la escalera es que puedes ver a la gente que hace cosas de vital importancia porque hay que hacerlas pero que en el fondo no sirven para nada.

Gabo estaba casado con Mercedes Barcha pero tenía un lío en no sé dónde y siempre estaba amenazando con irse. Pero el único que disfrutaba de su balalaika en la que se iba por los lados junto al oportuno borracho al que le faltaba una paleta era él mismo. Los demás esperábamos alguna frase célebre. Algún consejo literario inmortal. Creo que por eso Neruda dijo de él que era un hombre sano y generoso. Yo amaba a mi mujer y aunque sufría socialmente por no haberle sido infiel no lo necesitaba ya. Aunque tenía la educación de fingir que no se me notara pero se me notaba la envidia callada a la legua. Uno se siente como un pringado desgraciado cuando te encuentras el cinismo de los genios. Pero prefieres obviamente su versión de los hechos. Lo admiraba a pesar de sí mismo pero el preveía mis intenciones y era estricto con la verdad.

Desde el autobús que nos iba a llevar al bar Reinols se veían las callejuelas que salen desde las ramblas. Los edificios conservados elegantemente desde el siglo diecinueve y que  no nos quería enseñar nada. Cuando con una abnegación sin límites como si le ofreciera mi mujer, le cedí mi asiento soltó

-No. Llegaré antes de pié.
-Este hombre no nos va a dar ninguna gran historia.
-No las crea las transmuta. Dijo alguien al aire que no recuerdo quién.
- ¿Saben?. Nos cortó en seco el maestro temiendo que lo despellejásemos vivo. Me gusta cambiar mi rostro, y después afeitarme el rostro para ver como la muerte trabaja sobre mi cara.
La navaja en el cuello sólo me la pone mi peluquero.
Y por cierto, hay que saber colocarse como un señor cuando uno quiere tirarse un pedo en las escalerillas de un autobús sin llamar la atención...
                   
                                              *                     *                             *

Era la primera vez que veía Barcelona y no iban a enseñármela los de la organización del Premio.
¡Era bellísima a pesar de la miseria provocada por la Crisis!  Con un poco de buen gusto se puede multiplicar la belleza de los jardines.

 Fuera de las Ramblas  se oían disturbios con marchas policiales. Habían ocupado una excavadora y una furgona de la policía nacional.
 Había gritos bajo el sol mediterráneo y la brisa e inmobiliario urbano destrozado. De noche había barricadas  por desahucios, por la dificultad de adquirir casas vacías, y algún enfrentamiento con unos policías rezagados, no acostumbrados a la lucha urbana. Y menos en una zona turística.
Muchos eran hijos de los trabajadores de la zona turística que sabían que no podrían trabajar allí.Asaltaban tiendas de imagen y sonidos, las farolas antigüas de diseño, la fachada de los edificios. Era increíble que con tanta gente distinta con tantas historias no tuvieran más escritores. Mi padre del que apenas supe nada era de aquí. Me parecía que me estuviera vigilando porque hacía años que no sabía nada de él. Necesitaba por tanto actuar con especial dignidad.
 Nunca pude entender como viviendo rodeado de tanta belleza se podía tener tanto rencor y ser tan egoísta. El propio Gabo parece que estuvo viviendo en un piso aíslado creando su Universo según lo que veía a través del balcón.


El bar Reinols era un viejo bar de barrio con barra pegajosa donde cualquiera podía proponer un delito a viva voz sin que nadie se sorprendiera. Estábamos lejos de la zona de guerra y no queríamos ir a verla para que no nos influyera.  Había pollitos de papel tirados por todas partes y gusanos que se habían fumado pero nadie se atrevía a volver a pisarlos para no arriesgarse con su Karma. Las personas llegaban dando gritos, sudando con la camisa fuera y fumando. Eran reyes destronados que se tiraban en sus taburetes para quejarse de sus pueblos rencorosos.


Para que él me oyera empece a comentarle a un compañero a mi lado al que apenas conocía la historia de Carmen Broto a ver cómo reaccionaba. Como abandonó la sabiduría de sus muertos en un pueblo  de casas de piedra de Aragón para servir a un gerifalte de Barcelona. Cómo llegó  para servir de sirvienta callada como un perro callejero sumiso y acabó por prostituirse con la promesa de ver la ceremonia de los toros. De tener un piso alto sin ascensor  desde una mecedora del balcón para poder ver las Ramblas que nosotros mismos veíamos los días de odio y fiebre.
 Cómo se hizo amigos de personas poderosas como políticos y obispos con los encantos de adolescentes prematuras. Y cómo le echaron la culpa a un amante moreno que había intentado extorsionarla y que después quiso robarle.
La versión oficial machacada sin convicción en los panfletos de media mano fue una patochada. Parece que había intentado chantajear a algún poderoso, que se había dejado bigote y hacía discursos mientras se colocaban los toreros en el ruedo de las Plazas de Toros. O sea una insinuación del Gobernador Civil de Barcelona.
Se extendió que su ingenuidad la hizo chantajear al estraperlista textil Julio Muñoz con fotografías tomadas mientras mantenía relaciones sexuales en un sofá demasiado bajo con los niños haciendo el puente en posiciones casi acrobáticas.
Que el Obispo de Barcelona estaba cansado de su falta de discreción cuando le traía niñas gallegas de barrios humildes embrutecidas y respondonas. Como este Obispo era un intelectual frustrado que sólo aguantó una semana en un Monasterio Benedictino porque sólo le dejaban hablar en un patio con jardincillo le cogí afecto. Y porque nunca escuché un sermón desde que no eran en latín...
 Lo cierto es que muchos de sus conocidos no le devolvían el saludo por la calle porque la consideraban una delatora que había provocado el fusilamiento de varios anarquistas, molestos para el Régimen, por lo que su asesino el bello policía infiltrado Jesús Navarro se salvaría de la pantomima de juicio para que nadie sospechara.
Una historia con muchas variantes para que el genio la transmutara.

Pero Gabo estaba olvidando sus demonios en el último escalón de la escalera bailando una balalaika con un borracho renegrido mientras le contábamos grandes historias para que nos las escribiera o esperando como unos buitres alguna anécdota. Era triste. Envidiaba a un mexicano enorme con su sombrero de mariachi completamente borracho con la cabeza apoyada en una mesa de madera con hule con un vaso grande de orujo aparentemente.

Una pilingui le acariciaba el gaznate y le tiraba del bigote
- la navaja en el cuello sólo me la pone mi peluquero.


y hacía como que se degollaba. Ella le seguía los ademanes de la marcha  con una blusa gastada y una falda raída le echó el aliento a orujo al oído y se sintió plena al espetarle:
-Tus amigos son una mierda,una mierda...

¡Dios qué triste es todo!
Después de llevar un año esperando a Gabo día a día, día a día... me acordaba de Pablo Neruda en Birmania de joven en medio de la comunidad británica como cónsul acostándose con todo bicho viviente. Yo era Josie Bliss, su pantera birmana. con el paroxismo salvaje de los celos escondía sus telegramas y le miraba con rencor. La mujer que restregaba su rostro en sus zapatos blancos pulidos y se quedaba con el rostro blanco. Haciendo misteriosos ritos para proteger su fidelidad. Hasta que logró zafarse,  en las escalerillas de un barco que iba rumbo a otro consulado de Birmania...

-Que sufrió mucho. Que escribió el "Tango del Viudo". ¡Qué jodío!. Gente sana, sí. Prefiero no saber la  otra versión.Me pondría triste. Dándole a la matraca una y otra vez y otra vez y otra vez con el suicidio. Es posible, suicidio... Bueno,fue época de cosecha para el amor...

A Gabo le habían amenazado varias dictaduras y muchos partidos de derecha. Era raro verlo con su aire sano dentro de una dictadura de derechas.Pero a mí lo que me interesaba eran las escaleras sobre las que murió Carmen Broto. Me perseguían porque era un asesinato que no le importaba a nadie. En mi tierra nadie me tomaba en serio. Me habían dado tantas veces las espaldas que se habían vuelto escaleras infinitas de las que no podía salir.Me había encerrado en el laberinto de mi infancia.
Pensé que Gabo  padrino de tantas historias deshilachadas me entendería.

 Mientras Gabo se ponía a flirtear con acoso como un niño desprotegido a la única mujer  rubia teñida, vestida con un vestido rosa de flores estampadas de rojo con algo de elegancia que había entrado por la puerta con campanilla. Casi daba vergüenza ajena su falta de contención. Aunque nadie ajeno a su cuadrilla le reconoció tampoco nadie se atrevió a llamarle la atención en público. El camarero clavaba la mirada en el cliente que tenía enfrente con evidente tensión esperando a cualquier estímulo para reaccionar.

Fué como una iluminación. Cuando Gabo se le acercó ella le apartó con casi un manotazo en el pecho. Y en el pequeño bar se sentó en mi mesa a mi lado. Estos detalles daban ilusión a mi vida solitaria.
Era como si Carmen Broto hubiese salido de la tumba ante mis plegarias, para que sólo yo contase la historia de las escaleras de su muerte. Y no el gran maestro.
- Es increíble. Tiene usted cara de niño.
Había pedido un refresco de lata. Me pareció ridículo verla con una servilleta de papel se ponía a apretar para limpiar la apertura como si limpiara el pomo de una puerta.

- Ya... y después comenté a destiempo    - uno se enamora de lo que hay...para mí tampoco hay mucho dónde elegir... y señalé a dos mujeres con la barbilla.

¡Qué mujer más contundente! ¡Qué comentario más fuera de lugar!
Para mí era difícil volver a la brutalidad práctica de la vida. A la defensa por encima de todo de mi prestigio y de mis intereses. El niñato está expectante. Admite argumentos.No se deja amedrentar con argumentos  ni gritos. Tiene prejuicios pero puede volver marcha atrás inmediatamente. No es sólido, ni aguanta sus reacciones. Ni ataca, queda eternamente expectante. No sabe mantener las distancias con la mujer sin tener que ser gracioso ni tirarse a sus piés tras 5 minutos de conocerla. Trabaja tú que sabes, siente dolor en tus brazos soporta la humillación con estoicismo. Tú me harás el elogio fúnebre en unas escaleras y me tirarás al mar. Esos son mis intereses mientras veo las cajas apiladas y las latas de refresco tiradas por el suelo. Podría robar alguna ¿no?. ¡ Qué triste es todo!.

Veía el transporte público pasar una y otra vez por eso me aseguraba que la vida no se había pasado por mis argumentos, en aquel barrio con los chavales con sus mochilas. Contar la injusticia de la muerte de Carmen Broto no le haría justicia. Es estúpido pretender que se puede hacer justicia a posteriori, no se puede. Y punto, y eso esta bien.

Gabo bailaba con dos mujeres con aspecto basto y ropa descuidada.A mi lado la mujer rubia que debía conocer a "sus compañeras" puso un gesto agrio. Gabo puso sus brazos por encima de sus hombros para ponerle una guirnalda con sus brazos en homenaje a alguna leyenda olvidada. Por un momento me alegré de dar esquinazo a los elogios fúnebres de los cámaras. No era profesional dejar de morder a una presa muerta cuando te daría de comer un par de semanas en una de esas revistas con algún desnudo por necesidad de la entrevista.

Gabo se fijó en mí de que estuviera hablando con la rubia contundente y dijo:
- el cornudo, los astados unidos. Y se puso a gritarlo una y otra vez como una carraca. Parecía que era la chica de otro rey a punto de retornar con ínfulas de escritor que estaba a punto de volver según la profecía del zapatero Bandarra.

Vino a mí como un forajido en un duelo entre pollitos de papel y gritó frente a mi cara
- hubiese escrito su maldita novela si me hubiese dicho quién fué el asesino después del crimen.
- El asesinato de una puta siempre es algo romántico para un viejo. No por el oficio. Ni siquiera sé por qué... ¿no le parece? no sé.
- Bah, los riesgos son para los hombres valientes. Lo demás no importa.

 Se cogió y se fué cerrando de un portazo la puerta de aluminio  y tropezándose sin caerse del escalón de la salida del bar sin que yo tuviese derecho a réplica.

Tras el shock,el camarero de la funeraria se acercó a mí con rostro tenso y con un libro. Sería el primer autógrafo de una publicidad adelanta que hacía su efecto por fin. Me tendió el libro con protocolo, estirando el brazo hasta mi barbilla.
- Señor, esta es la cuenta de usted. El otro señor tenía que irse porque tenía una cita.

Era la cuenta infausta. No sólo con lo mío, sino con lo de Gabo y lo de sus chicas que después del incidente se había dado el mutis para no darme explicaciones. Miré al camarero y vi que no tenía escapatoria, que incluso se había sentido engañado por el caribeño con sonrisa sana y cara de buena gente. Había estado en el baño. No podía escapar por el ventanuco.
                                                     
                                                    *                    *                    *

No volví a verlo ni por el Hotel, ni por el barrio, ni en la televisión salvo un par de entrevistas cortas por el parte de noticias. Sólo le volví a ver cuando le dieron el Nobel pero entonces no le podía pedir que me pagara. Ni que escribiera la historia de las escaleras de Carmen Broto.
Así me quedé con el perro callejero ambigüo de mis sentimientos al genio simplón al que no pude engañar y al seductor impenitente que ni presentaba mujeres ni pagaba sus copas.

Pero me hice una foto con la factura como si fuera el autógrafo que Gabo no quiso darme.








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