Alicia atraída por la madriguera

Alicia atraída por la madriguera

sábado, 6 de agosto de 2022

El demonio juega a los dados/ La gratitud y la culpa.

Aquello era el fin. María estaba cansada de huir de la policía en el Metro. Sin duda, alguien la había acusado a la policía falsamente de robar carteras porque aquel policía la había señalado al otro lado del andén y había soplado el silbato. Desde que llegó de la cordillera de Ecuador sabía que la vida sería difícil pero esperaba prosperar el primer año. Se quedaba en un piso con otros ocho compatriotas. La amenazaban con echarla del camastro y del piso si no llegaba a 150 euros. No solo ese mes no había llegado a esa cuota con su venta de baratijas típicas quechuas, sino que no había oferta de mujeres mayores a las que cuidar, la habían echado de interna por un malentendido y ya no querían que volviera. Así que se subió a ese vagón con la gente tan alta, bien vestida y silenciosa para esconderse, y esperar lo inevitable sin que la angustia y los nervios la destrozasen. Le temblaban las manos y se le reventaba elpecho. La angustia recorría su pecho como una ampolla de azufre. Cuando abrieron la compuerta la policía la halló detrás de una chica con tacones y la sacaron del vagón.Afuera había una cámara de televisión. Era una sorpresa de la familia de la señora a la que cuidaba para pedirle perdón y darle las gracias por tanto cariño y tantas horas extras que no había cobrado. La gente alrededor empezó a aplaudir. Le dieron un ramo de flores, y le dijeron en medio de un pequeño tumulto que quería salir en televisión, que a partir de entonces mejorarían sus condiciones laborales y que no se preocupara por sus papeles. María no pudo hablar se le atragantaban las palabras, las lágrimas se estancaban en sus ojillos. Recordaba a sus hijos,la cordillera,las verbenas baratas donde se había alegrado con su familia y era feliz de que no pudiera verla ahora. Solo dijo a pesar de sí misma y en voz baja y entrecortada: Gracias por hacer esto por una sola mujer. La policía la cogió y la esposó, todo había sido un mal sueño. Le leyeron sus derechos y le preguntaron si tenía un abogado o si necesitaba uno de oficio. No tenía abogado, no tenía ni donde caerse muerta, solo quería llamar a los del piso en alquiler para que le devolvieran su ropa y los fotos de su familia de toda una vida. Iba dando saltitos muy lentamente con la cabeza agachada, de pronto miró atrás con vergüenza al joven bien vestido que la había denunciado por robarle el móvil. Ni ella misma sabía por qué lo había hecho. María apenas llegaba a la cintura de aquellos dos mastondontes que la apretaban para tenerla sujeta mientras se alejaba por el túnel con la luz débil parpadeante.

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