Habría que promocionar viajes culturales e infraestructuras culturales desde hace décadas, tan divertidas como los Museos de la Ciencia:sin un lenguaje alambicado-oscuro, planteados en plan lúdico,con anécdotas como los free tours al margen de lo pesadamente académico, del alcanfor que echa para atrás.
Cada viaje tiene que ser ACTIVO en varios sentidos, crear su mitología familiar,sus anécdotas imposibles, o sea el turista tiene derecho a negarse a ser un turista adocenado. Y hay que favorecer la reconstrucción arquitectónica e histórica mitificada.
Desde la Isla de los museos en Berlín desde el altar de Pérgamo donde Heráclito de Éfeso jugaba a los dados con los niños tras renunciar a ser Rey de Éfeso o dejar escrita su filosofía divina,o la Puerta de Isthar de Babilonia por la que la mayoría de las mujeres babilonias tenían que acostarse con un desconocido una vez en su vida a cambio de un donativo al Dios,
hasta el barrio del Heno de San Petersburgo que no se identifica actualmente con el mundo tan sombrío de las novelas de Dostoiewski (con Raskolnikov o el Hombre del Subsuelo) aunque también habría que visitarlo en el profundo invierno.
Incluso el Museo de James Joyce que uno no se lo imagina como un museo deconstructivista, así con la novela que esta muy centrada en la urbana Dublín,aunque después lo vas asimilando y sí tiene puntos en común.
Lo mismo pasa con la Casa de Hemingway porque Hemingway vivió y escribió sobre tantos sitios, que se imagina más a Faulkner en una casa con un porche sureño y un juez sureño racista y paternalista planteándose una sentencia paradójica por injusta contra un pobre negro que pasaba por el pueblo para pescar.
Y ello para colmar sus ambiciones políticas locales como una buena película de John Ford. Eso sí es un viaje Thalia.
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