Alicia atraída por la madriguera

Alicia atraída por la madriguera

martes, 21 de octubre de 2014





     Al borde de la noticia por Jacques Lecroy

La ciudad despertó, lentamente, con legañas en las ventanas. Sus habitantes tardaron un poco más en bajar de la cama y lo hicieron con la típica crisis de cerebro matutina. Todo parecía correctamente cotidiano y habría sido un día más, sin pena ni gloria, de no ser porque no funcionaban los televisores.
Ingenuamente pensaron que sería alguna avería en la antena de la montaña. Les molestó en el desayuno y nada más.

 Sólo Ulises se dió cuenta que había tenido que ocurrir algo en la plataforma. Pero nadie quería decirlo para no comprometer su puesto de trabajo. Todo empezó siendo algo inevitable. Había petróleo cerca de la costa ¡hip hip hurra!.  Una compañía de lejos vino a hacer caros sondeos con ayuda del ministerio para saber si había suficiente petróleo y era de calidad. Generará riqueza y creará empleo dijeron los políticos.  Sería absurdo no hacerlo vendrían los chinos y lo harían sin medidas de seguridad. Después la propia compañía dijo que seguirían siendo igual de pobres y que tendrían que seguir con sus chanchullos para poder superar las trabas para poder gasolina cada vez más cara.
 Ulises necesitaba una declaración y sólo se le ocurrió ir a la emisora de radio.
            Tenía que hacer la declaración para que los oyentes reaccionaran antes de que todos le dieran la espalda. Había una música folclórica atronadora en su cráneo. ¿Sería una radio  libre censurada?. Porque esa era la perversidad de la condena: Aislarlo. Intento abrir el agua del grifo y no salía. Después lo intentó con la ducha y tampoco. ¿Habrían parado la desaladora para que el chapapote no estropeara la maquinaria?
                   El proceso era hacerle dudar, primero humillarlo públicamente. Abrirle la cicatriz de sus anteriores heridas. Vegueta estaba desolada. La gente que tanto odiaba seguía en sus casas descansando. Se habían olvidado de él. Pero él exhausto tenía que llegar a la emisora para recordarles. No podré hacerlo solo pensó. Aquello se le semejaba como ir a un velatorio en una perrera.¿ Me voy a exponer a quedar como un lunático por salvar a los que me han humillado una y otra vez, en el colegio, las mujeres, en el trabajo, en el partido político?

                  Lo habían abandonado allí en la islita por una condena que no recordaba. Los edificios de piedra pulida gris parecían ruinas prematuras. Era difícil distinguirlos. Pero parecía obvio que estaban llenos de historia insignificante. Como dentro de poco lo sería la suya. Las innumerables pasiones. Los esfuerzos sin recompensa. Las obras dejadas a medio hacer ¿quién las relataría aunque fuera con el nombre de otro?. ¿Cuántos cientos machacarían dando vueltas en la cama su historia, las cientos de historias como la suya? ¿qué es la verdad?.

                   Y él se quedó callado. Enfrente el edificio de la emisora de radio parecía en riesgo de derribo. En Madrid no soñarán mientras les ruge la barriga. Tocó el telefonillo. Le abrieron sin preguntar, quizá pensaron que sería otra redada de la policía. Empujó el portalón. Subió por los escalones estrechos de dos a dos. El pasillo lleno de pasquines por el suelo. A los lados. El cuarto de la mesa del sonido. Estaba con el sopor de la depresión tras un ataque de angustia. Entró rápido en la mesa pa estar en el aire. Sólo había guitarras solitarias tocando con alegría. Una brisa levantó hedor a polvo. No volvería a haber recuerdo de los muertos...Había llegado tarde como lo había sido siempre.
   Sacó el cuerpo hasta los muslos por la ventana de la octava planta a punto de caerse y pudo atisbar horrorizado a lo lejos el mar negro.

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