Al borde de la noticia por Jacques Lecroy
La ciudad despertó, lentamente, con legañas en las
ventanas. Sus habitantes tardaron un poco más en bajar de la cama y lo hicieron
con la típica crisis de cerebro matutina. Todo parecía correctamente cotidiano
y habría sido un día más, sin pena ni gloria, de no ser porque no funcionaban
los televisores.
Ingenuamente pensaron que sería alguna avería en la antena
de la montaña. Les molestó en el desayuno y nada más.
Sólo Ulises se dió cuenta que había tenido que ocurrir
algo en la plataforma. Pero nadie quería decirlo para no comprometer su puesto
de trabajo. Todo empezó siendo algo inevitable. Había petróleo cerca de la
costa ¡hip hip hurra!. Una compañía de
lejos vino a hacer caros sondeos con ayuda del ministerio para saber si había
suficiente petróleo y era de calidad. Generará riqueza y creará empleo dijeron
los políticos. Sería absurdo no hacerlo vendrían los chinos y lo harían
sin medidas de seguridad. Después la propia compañía dijo que seguirían siendo
igual de pobres y que tendrían que seguir con sus chanchullos para poder
superar las trabas para poder gasolina cada vez más cara.
Ulises necesitaba una declaración y sólo se le
ocurrió ir a la emisora de radio.
Tenía que hacer
la declaración para que los oyentes reaccionaran antes de que todos le dieran
la espalda. Había una música folclórica atronadora en su cráneo. ¿Sería una
radio libre censurada?. Porque esa era la perversidad de la condena:
Aislarlo. Intento abrir el agua del grifo y no salía. Después lo intentó con la
ducha y tampoco. ¿Habrían parado la desaladora para que el chapapote no
estropeara la maquinaria?
El proceso era hacerle dudar, primero humillarlo públicamente.
Abrirle la cicatriz de sus anteriores heridas. Vegueta estaba desolada. La
gente que tanto odiaba seguía en sus casas descansando. Se habían olvidado de
él. Pero él exhausto tenía que llegar a la emisora para recordarles. No podré
hacerlo solo pensó. Aquello se le semejaba como ir a un velatorio en una
perrera.¿ Me voy a exponer a quedar como un lunático por salvar a los que me
han humillado una y otra vez, en el colegio, las mujeres, en el trabajo, en el
partido político?
Lo habían abandonado allí en la islita por una condena que no recordaba.
Los edificios de piedra pulida gris parecían ruinas prematuras. Era difícil
distinguirlos. Pero parecía obvio que estaban llenos de historia
insignificante. Como dentro de poco lo sería la suya. Las innumerables
pasiones. Los esfuerzos sin recompensa. Las obras dejadas a medio hacer ¿quién
las relataría aunque fuera con el nombre de otro?. ¿Cuántos cientos machacarían
dando vueltas en la cama su historia, las cientos de historias como la suya?
¿qué es la verdad?.
Y él se quedó callado. Enfrente el edificio de la emisora de radio
parecía en riesgo de derribo. En Madrid no soñarán mientras les ruge la
barriga. Tocó el telefonillo. Le abrieron sin preguntar, quizá pensaron que
sería otra redada de la policía. Empujó el portalón. Subió por los escalones
estrechos de dos a dos. El pasillo lleno de pasquines por el suelo. A los
lados. El cuarto de la mesa del sonido. Estaba con el sopor de la depresión
tras un ataque de angustia. Entró rápido en la mesa pa estar en el aire. Sólo había
guitarras solitarias tocando con alegría. Una brisa levantó hedor a polvo. No
volvería a haber recuerdo de los muertos...Había llegado tarde como lo había
sido siempre.
Sacó el cuerpo hasta los muslos por la ventana
de la octava planta a punto de caerse y pudo atisbar horrorizado a lo lejos el
mar negro.
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