Alicia atraída por la madriguera

Alicia atraída por la madriguera

sábado, 5 de marzo de 2022

El ave fáustico.

"Entre el rencor y la pena". ¿Tendría aquello remedio alguna vez o seguiría siendo un puto infierno? La cosa parecía muy difícil. Recordé aquel olor a lejía que se desprendía del delantal de mi madre, a mi madre le gustaba muchas veces lavar la ropa a mano, ni siquiera usaba guantes. Las manos se le quedaban con olor a lejía y agrietadas, mi hermana chica la miraba sin reaccionar, y yo apartaba la mirada entre repulsión, el asco y la pena. Pero mi madre tenía algo de mártir, le gustaban los sacrificios inútiles. Mi padre libraba del trabajo y decidió que nos iríamos al Norte a coger castañas. Cogimos el coche y subimos a la cumbre, allí cogíamos las castañas y quitábamos las púas con los pies o con un palo. Mi padre nos corregía con carácter y en medio de una pelea descomunal no sé por qué, solté que en la escuela nos habían dicho que mejor que un hechizo, todo, absolutamente todo, se podía escribir: incluso el sonido de los animales. Mi padre me respondió que eso era una burrada. Mi hermana cogiéndose de las manos de mi madre me miraba seca, como diciéndome por qué había hablado. "¿Sí? pues eso vas a demostrarlo" Nos subió al SEAT 600 y fuimos por las curvas de las carreteras del Norte a una velocidad que parecía que el capó del coche temblaba frenéticamente. Mi hermana y yo nos mirábamos medio cómplices, ni siquiera me guardaba la pobre demasiado rencor. Yo estaba alegre de demostrar la nueva hechicería que me estaban enseñado en la escuela. Llegamos a la costa y nos quedamos esperando un rato frente al oleaje frenético contra los acantilados en un día nublado. Mi madre no sacó la comida para hacer un picnic. De pronto, llegó un animal fabuloso. Era parecida a una gaviota pero gigante y hacía un ruido extrañísimo y horrible como un niño gimoteando entre patético e infantil. "Bah, ese sonido será fácil escribirlo". Saqué un papel arrugado y un lápiz pequeño. Me puse a pensar en silencio profundamente. Mi padre que era policía de pronto sacó una escopeta del maletero pero apuntaba a mi madre. Mi hermanita empezó a gritar una y otra vez. Empezó a pegarle tiros de rabia al animal. Al tercer tiro, aquel pájaro majestuoso se desplomó. Mi hermanita gritaba que se quería volver. Sus gritos en una gradación insólita fueron espantosos durante dos minutos. Sin más reacción se murió como si de pronto se quedara dormida. Mi madre que estaba cansada de la escenita estaba repitiendo con voz baja pero firme que quería volver a casa, o si no, que nos dejara en una parada de guagua. Yo pude escribir en un lenguaje que solo yo entendía todos los sonidos que emitía aquel fastuoso pájaro cuyo nombre no conocía. "Vale tienes razón papá, no se pueden escribir todas las cosas". Aprendí a mentirle porque tampoco soportaba la escena. Volvíamos a la ciudad a 180 kilómetros cuando el límite ponía 100 y mientras mordía una castaña a escondidas para pelarla pensaba feliz en que era increíble pero sí, que todo lo imposible se podía escribir. "Ojalá no nos pongan una multa" le gritaba mi madre. Mi hermana lloró viendo la escena pero se le pasó y sonrió calmada cuando vio la playa a la entrada a la ciudad. Por fin estábamos a salvo. Ya te dije que ese olor a lejía me rompe los nervios,- hablaba para sí mi padre.

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