En el puesto de palomitas en Triana rodeada de gente seria,elegante,que no se sonríe Araceli se viste con una trasparencia en el frío seco en plena Navidad.Su cintura,sus escote negro,sus brazos menudos titirando a rachas como la malla metálica que separa dos fincas me hacían sonreír.
Me hacían gracia sus sueños de inventar algo que la salve de la miseria: sus esposas de plástico para detenidos,su cuerda para sujetar en la tabla de boogui o sus palomitas eróticas con viagra espolvoreada. Pero incluso aunque esos inventos absurdos fueran rentables ¿cómo lo conseguiría ella desde su puesto de palomitas solo con registrarlo?.
Allí a lo lejos a lo lejos rodeada de gente que se para un momento para comprar sus palomitas y comérselas de caminando la recuerdo soñando sus delirios,pensando que todo el mundo la quiere. Y sin embargo,merecería que la quisieran por su apabullamiento de la libertad. Por su defensa del sexo como algo dignificatorio,obvio a lo que no se le puede llevar la contraria.
Una noche en una enorme soledad fui allí a su puesto minúsculo cerrado y odié su belleza y su alegría de vivir,de saber replicar,la odié a toda ella,incluso a su miseria,a su falta de sentido común,a su olor a arena que falsamente le atribuía porque ya apenas la palpaba en el recuerdo.
Se supone que aceptamos el chantaje de la belleza aunque nos lleve a la desnutrición de lo que nos conviene,¿pero es por falta de madurez,de vitalidad?¡No! sino porque tenemos que respetar el sentido común conque rellenamos de paja los consejos manipuladores de quienes han muerto por fin.
Cogí la garrafa de gasolina y la abrí,la rocié por encima del puesto.Tardó en prender una pequeña llama que parecía apagarse. Yo rechinaba los dientes sin querer y podía saborear mi sangre de las encías. Una humareda blanca cada vez más fuerte empezó a salir del plástico de las juntas del puesto.
Un grupo de chiquillos me veía de lejos pero estaban fumando porros y me miraban extrañados y se encogían de hombros.Era como si estuviera quemando a mi madre. Me sentí como si estuviera en aquella pandilla grogui fumando porros.
Cuando empezó a arder el puesto me acerqué formal y compacto hacia ellos,quise que me reconocieran. Les dije que era policía,se quedaron atónitos y uno comento gangoso que estaba flipado y que era un payaso.Me reí de ellos y salí corriendo. Por fin la policía querría escucharme para olvidarme de su maldito recuerdo.
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