Alicia atraída por la madriguera

Alicia atraída por la madriguera

jueves, 12 de julio de 2018

La última tarjeta equivocada.

Has vuelto a meterte en la podrida ratonera, a dejarlo todo, a poner tu vida patas arriba y has hecho el ridículo ante ti mismo por aquela nota "entre nosotros aún hay una cuenta pendiente, y por una tarjeta imantada con el número 305".


Sin embargo, no sabías lo que hubiera podido significar para ti. Después del pulpo reseco de la cena en el restaurant con las mesas viejas vacías escuchando canciones de Julio Iglesias, al entrar en tu cuarto con gotelé del Gran Hotel de Puerto de Rosario, viste enfrente un podenco que se había quedado atrapado gimoteando en unos alambres de hierro de las ruinas del edificio.
Estaba rajado, mirando abstraído, tocando de puntillas el suelo. Se le habían salido las tripas. Pudiste salvarlo, pero no sentiste alegría, ni el vértigo de la compasión, sino indiferencia.


Necesitabas su rostro desfigurado, sus tripas deslizándose y la angustia de su pecho hinchándose y deshinchándose para reaccionar. Entonces te pusiste a deshacer los modelos de taladradora y los folletos de la maleta rota para ordenar el trabajo para mañana, recordabas los gritos del jefe y las patujadas de los compañeros, y entendiste que tenías que ir.

Esa llave magnética con un número y una nota era como una de esas profecías de los dioses, sentías que huir de tu destino sería como provocar tu propia muerte indigna y ser un Judas patético. Quisiste provocar ese error, ¿sería aquella mujer?, pero tenías que averiguarlo por ti mismo. Y después ponerte arrogante y echar cosas en cara o huir arrastrándote como con un motivo sensato.

No llevabas la ropa nueva de los grandes contratos, y se te había olvidado el champú, tras ducharte te tuviste que limpiar con las sábanas algo viejas de la cama y te peinaste con las manos.
Caminando por el pasillo quisiste ver la luna llena o la playa de noche cuya brisa del mar oías lejana, para engañarte conque aquello era una anécdota mediocre y que no tendría importancia aunque fuera de algún modo una cuenta pendiente que tenías desde hace muchos años atrás.

Llegué a tu puerta y respiré profundamente pensando que los recuerdos de nuestra juventud ay… Abrí rápido la puerta para no temblar, y al entrar vi la cama deshecha y sudada llena de arrugas, y un fular color carmesí con olor a rancio.
Al día siguiente otra vez la cafetería medio vacía del hotel, quisiste esperarla, y pedirle explicaciones, merecías una explicación. Otra vez soplar el café ardiendo y unas magdalenas rancias, joder. Un viejo te miraba asombrado hablar llevándote la contraria a gritos. De pronto, una anciana con modales remilgados se sentó en una mesa llevando su desayuno. Miró con odio al anciano y se fue sin llevarse sus platos.
Entonces de una forma confusa lo entendiste y quisiste devolverle su nota y su llave. La anciana salió orgullosa y elegante del Hotel con su maletín a la parada de taxis en una esquina y miró su reloj. Tú te acercaste a su espalda enfrente del contenedor. Sin saber por qué; la odiabas, quizá la noche anterior no habías ido a su habitación buscando sexo, o no solo sexo, sino una nueva vida, recuerdos con que anclar tu pasado.

La miraste fijamente odiando el hecho de no poder sentir nada. Su pelo, su suave vestido, su sudor que olía al bochorno te recordaba tu pasado sin historia y la decrepitud.



Versión 2: De pronto la empujaste, cayó en el resto de unos vidrios pegados al lado del contenedor de basura. Apenas gimió. Su cuerpo estaba rajándose en medio de los cristales rotos, se había quedado enmarañada en unos alambres.

Quisiste ayudarla pero no te atreviste. No sé, sentiste que por fin podías vengarte de alguien, de tu pasado, la agarraste por los brazos pero no para que se incorporara sino para poder sentir su secreto, su sufrimiento. Uno de los taxis que estaban parados empezó a pitarte. Tenía un taxista dentro. ¿Te habría visto? Se notaba que no entendía la situación.
La mujer te agarraba el rostro entre sus manos temblando como queriendo darte las gracias. ¿Podría ayudarme? Repetía. ¿Te cogerían?. No sabías qué hacer. El taxista con el gesto furioso gritaba, “¿qué está pasando?, acabo de llamar a la policía”. Te acercaste a él poco a poco con fuerza y con carácter sabiendo que mentía, sangrando con los restos de vidrio en tu carne.
No sabías cómo reaccionar. Por fin, te sentías libre…



Versión 1, en el fondo la misma que la 2ª: Llegó el taxi y ella se subió sin mirar atrás. No sabías cómo reaccionar.

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