Alicia atraída por la madriguera

Alicia atraída por la madriguera

jueves, 6 de noviembre de 2025

Un padre que condena a su hijo.

El paraguas era grande, de un azul marino casi negro, lo único que nos separaba de la llovizna fina y persistente de la tarde. Él, a mi lado, tiritaba ligeramente, aunque no de frío, sino de una ansiedad silenciosa. No podía hablar, ni gritar, ni siquiera preguntar adónde íbamos. Solo podía mirar con esos ojos grandes y oscuros que me observaban con una mezcla de confusión y, lo que más me pesaba, confianza. Apreté el paso. El andén de la estación estaba desierto, iluminado por farolas que apenas perforaban la neblina. El billete en mi bolsillo se sentía como un trozo de hielo. Sé lo que estoy haciendo. Sé adónde lleva el tren que estamos a punto de abordar. Es un tren hacia un destino final, sin retorno. Me justifico, una vez más, mientras el sonido metálico de mis pasos resuena en el cemento húmedo. Me digo que las órdenes son las órdenes. Me digo que él es parte de "ellos", que ha tenido su oportunidad en este mundo y que su expediente, aunque breve, tiene las marcas que lo condenan. Pero no se ha portado mal conmigo. Durante estas últimas semanas, no ha hecho más que seguirme, sentarse mansamente a mis pies, aceptar la comida y el agua que le he dado. Incluso me lamió la mano una mañana, cuando desperté con la pesadilla habitual. Me paro un momento, ajustando el paraguas sobre su cabeza para que no se moje más. Sus ojos, grandes y fijos, se mueven con un ligero temblor. "Lo siento", susurro, aunque sé que no entiende el significado de las palabras, solo el tono suave. Estoy cansado. Cansado de las justificaciones, cansado de esta guerra entre nosotros que estallaba con cualquier tontería, cansado de esta llovizna eterna. Me perdono. Es lo que hay que hacer para seguir adelante. Me perdono porque si no lo hago, el peso me hundirá antes de llegar a la vía. Me perdono porque soy humano y esto es un deber. Al fin y al cabo la culpa es tuya, el que te quieres ir eres tú. El silbato del tren suena a lo lejos, un aullido lúgubre en la tarde gris. El tren llega, una bestia oscura resoplando vapor. Miro hacia abajo a mi compañero silencioso. —Vamos —digo, empujándolo suavemente hacia el vagón abierto. Subimos los escalones. El paraguas lo cierro con un chasquido seco. El destino nos espera a ambos, aunque solo uno de nosotros sabe cuál es.

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