Literatura/ lengua,cine, música y arte.
Alicia atraída por la madriguera
martes, 11 de noviembre de 2025
Sonido de guitarra.
Había planeado mi Camino de Santiago durante meses. Me había aprovisionado de todo el equipo "esencial", incluyendo un par de calcetines técnicos de senderismo de última generación. Estaba haciendo el Camino Francés, y todo iba bien hasta el tercer día, en una etapa particularmente larga y calurosa.
A mitad de camino, sentí la temida punzada: una ampolla empezaba a formarse en mi talón. Intenté ignorarla, pero para cuando llegué al albergue esa noche, cojeaba visiblemente. Era una ampolla de proporciones épicas, y al día siguiente me esperaban 25 kilómetros más. Estaba desolado, pensando que mi aventura terminaba allí.
Mientras estaba sentado en el porche del albergue, sobándome el pie dolorido, un hombre mayor, de unos sesenta años, se sentó a mi lado. Tenía una barba canosa y una mirada tranquila, y llevaba una vieira en su mochila. Sin decir palabra, me miró el pie, sonrió, y desapareció dentro del albergue.
Unos minutos después, regresó con un pequeño paquete envuelto en un pañuelo de tela. Me lo tendió. Dentro había un par de calcetines de lana gruesa, de los de "toda la vida", de esos que mi abuela me diría que picaban. El hombre, que resultó ser un peregrino alemán que llevaba semanas en la ruta, me dijo en un español lento pero claro: "Técnica moderna buena... pero lana de abuela, mejor para ampollas".
Me reí, un poco escéptico, pero me puse los calcetines. Al día siguiente, para mi absoluta sorpresa, no solo no me dolía el pie, sino que la ampolla había mejorado milagrosamente. Esos calcetines de lana, anticuados y picantes, se convirtieron en mi amuleto para el resto del camino.
La amabilidad de un extraño que me dio sus calcetines (que olían un poco, por cierto, como es tradición en el camino) salvó mi peregrinación y me recordó que, a veces, las soluciones más simples son las que funcionan mejor.
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