Literatura/ lengua,cine, música y arte.
Alicia atraída por la madriguera
domingo, 4 de abril de 2021
El sacrilegio de Ibiza.
UN LIBRO DE SERRAT. UNA PIEDRA VERDE. UN ANGELITO ROJO. DOS MANDARINAS.
Volví asfixiado y angustiado nadando casi siete kilómetros desde el Ascensor porque estarían bastante preocupados por mí en la orilla pero no fue así. Mis dos amigos Ángela y Guillermo parecían un angelito rojo y una piedra verde de terracota renegrida con las dos mandarinas peladas en la arena como olas reventando. Quizá por aquellos motivos fui a jugarme la vida en el Ascensor porque la marea estaba subiendo y correnteaba unas subidas y bajadas peligrosas. Pero pincharme de erizos y rajarme las manos agarrándome a las piedras resbaladizas, no era suficiente para olvidar.
Hablaban de un libro de Serrat que no entendía y de que el COVID era una exageración mediática, una conspiración mundial para implantarnos chips para tenernos a todos controlados. Ángela estaba ilusionada con Guillermo, porque era activo, sensato y quizá por su áurea indiferencia, pero mientras tanto aceptaba que cualquiera en la playa se le acercara para intentar ligar con ella, a veces se acercaban profesores de la universidad, pequeños tenderos y esta vez un fastidioso conspiranoico parado que proclamaba el amor universal.
Ángela era la madre que me hubiera gustado haber tenido: con carácter, ambiciosa, sin prejuicios, aglutinante, creadora de gente útil e independiente a su alrededor y de historias exageradas pero nada dramáticas. Sobra decir que yo era un ser impulsivo y bastante cobarde, pero su compañía aliviaba ambos defectos.
Cuando vi al conspiranoico como supuse que seguía con el tema me fui a pasear. El Ascensor era un agujero enorme donde habían muerto varias decenas de turistas sobre todo alemanes en medio de La Barra, una formación rocosa paralela a la orilla a unos siete kilómetros. Era especialmente peligrosa en los cambios bruscos de marea, pero también era un aleph en el sentido que su visión podía rememorar a cualquiera cientos de vidas ajenas como si de verdad les importara paradójicamente.
Cuando era niño me fastidiaba que me controlaran tanto, pero ahora de adulto era libre, o sea que les importaba un carajo. Había hombres muy interesantes, ella les daba el teléfono real pero según ella parece ellos no insistían mucho.(Obviamente, solo me importaba el rebencazo constante de las olas y el recuerdo de viajes frustrados). Miraba sonriendo a las mujeres en topless riendo en la orilla y veía el oleaje brutal de olas de 7 metros chocando frenéticas una y otra vez contra la barra. Me sentía odiosamente seguro e impotente.
"Mecagüenlaputa tienes que volver Javier, tienes que volver". Me sentía como si tuviera que cumplir una penitencia imposible, como el mafioso al que atrapan y sabe que no debe delatar a sus compañeros porque peor que la traición es que te maten los tuyos que ya reniegan de ti como un hijo réprobo que tiene razón. ¿Y no me había traicionado yo a mi mismo y con ello a la vida? En un impulso me tiré al mar. Empecé a nadar frenético contra la Barra mientras tragaba agua, doliéndome la cabeza con mis brazos temblando y cansados y piernas descoordinadas. Era como si estuviera ardiendo un edificio y tuviera que ir al oír los gritos mientras la gente sensata huía.
Las olas sobre las piedras atronadoras. La espuma amarilla y la sagrada ceba inútil desperdiciada sobre la piedra resbaladiza y confusa. Yo controlándome en medio del horror, me acercaba más y más frenético. Me sentía libre...
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