Alicia atraída por la madriguera

Alicia atraída por la madriguera

lunes, 26 de abril de 2021

Y si no me acuerdo, no pasó.

"Yo que tantos hombres fui por fin fui el hombre en cuyos brazos desfallecía Matilde Urbach". Matilde Urbach no hizo caso de un estudio sobre pensamientos de hombres y mujeres, solo quería casarse con un hombre responsable, compacto, con carácter, amante de su familia y triunfador, cerca de un parque urbano con la brisa de los árboles para hacer deporte, pero a falta de eso se conformó de forma contradictoria con uno de esos caramelos: un millonario argentino con una imponente estancia con flores de plástico, un intelectual limón que se pasaba la vida escribiendo libros intelectuales con aroma a anciano que no leía nadie. Aquel intenso olor a bosque y una playa infinita llenaban sus recuerdos de amistad. Amiga confusa de Borges tuvo conocidos sensatos como cuchilleros (matones a sueldo de los bajos fondos) y estafadores de éxito de negocios absurdos como coachs de seducción, pero también trató a personas extrañas como al seductor Adolfo Bioy Casares. Bioy Casares tenía 14 años menos que Borges y escribía cuentos para demostrar que en el fondo no podemos descubrir la profundidad de las cosas o de ciencia ficción. Bioy era un vitalista que en cuanto podía intentaba seducir a las mujeres enclaustradas que lo rodeaban. Matilde vivía confortablemente amargada entre estos hombres sin carácter. El dinero había anulado su ambición, sus ganas de viajar, vivir aventuras, bailar o de meterse en política. Le conmovía que Bioy desde el comienzo y fuera de lugar intentara seducirla torpemente casi de forma provinciana, emocionalmente y siempre a destiempo en su propia casa. Dejarse enamorar por un vividor así era romper con todo, pero de alguna manera era empezar a vivir, y dejar una constancia real en los libros, de su vida. Sin embargo, Borges que no tenía carácter de ejercer de padre espiritual de nadie, ni corregirlo, ni siquiera cuando se casó en su vejez rompió su amistad con él. Sólo le dijo una vez en un extraño sentido de disuasión, que parecía que le animaba más aún: «Me da cosa pensar que tal vez no tengamos recuerdos verdaderos de nuestra juventud». Aunque sabía que había apasionado a las mujeres de casi todos sus amigos, cosa que ninguno de sus retratados insinuó nunca, salvo los protagonistas de los cuatro cuentos de Borges donde se hacen alusiones veladas como una confesión expiatoria de un traidor a un confidente que no se entera de nada. Matilde envidiaba la capacidad de la madre de Borges de escribir hermosos cuentos, tenía pánico de que se enteraran de la tentación de débiles que les parecería una auténtica aberración, una deshonra para su abúlica clase. Miraba la enorme estancia y se sentía encerrada en un cuadro frente a la eterna Pampa de su casa con buganvillas sin olor. Muchas amigas se sintieron identificadas con sus personajes, sus parejas lo insultaron y dejaron de llevarse con él, por considerar que como escritor era un prepotente odioso y un desagradecido. Nunca se enteraron de la temática real de sus cuentos. A partir de entonces esperaba el paquete de cada novela suya que llegaba de la capital. Leyendo y deseando verse retratada con angustia, con entusiasmo, con ganas de odiarlo, con humor en islas exóticas, viajando a glaciares lejanos o convirtiéndose en un monstruo bipolar. Mientras leía, comentaba meticulosamente las tramas con la retrógradamente puritana madre de Borges. Sin duda, empezó a sentirse viva, pero nunca supo que la madre de Borges lo sabía todo. Sonreía benévola condenándola en silencio esperando en algún momento de debilidad una disculpa humillante, en silencio, acariciando su frágil tortuguita apretándola en la mano, preservando su imagen de matriarca raquítica y entrañable, girando la cabeza desde su mecedora destartalada temiendo romperla o caerse. Derechos de autor @ Alfonso Antón Romero.

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