La Declaración
Tenía que
hacer la declaración antes de que todos le dieran la espalda. Había una música
folclórica atronadora en su cráneo.
¿Sería una radio?. Porque esa era la
perversidad de la condena. Aislarlo. Primero humillarlo públicamente. Abrirle
la cicatriz de sus anteriores heridas. Vegueta estaba desolada. La gente que
tanto odiaba seguía en sus casas descansando. Se habían olvidado de él. Pero él
exhausto tenía que llegar a la emisora pa recordarles. Aquello se le semejaba
como ir a un velatorio en una perrera. Lo habían abandonado allí en la islita
por una condena que no recordaba. Los edificios de piedra pulida gris parecían
ruinas prematuras. Era difícil distinguirlos. Pero parecía obvio que estaban
llenos de historia insignificante. Como dentro de poco lo sería la suya. Las
innumerables pasiones. Los esfuerzos sin recompensa. Las obras dejadas a medio
hacer ¿quién las relataría aunque fuera con el nombre de otro?. ¿Cuántos
cientos machacarían dando vueltas en la cama su historia, las cientos de
historias como la suya? ¿qué es la verdad?.
Y él se quedó callado.Sin reacción. Enfrente el edificio
parecía en riesgo de derribo. En Madrid no soñarán mientras les ruge la
barriga. Tocó el telefonillo. Le abrieron sin preguntar. Empujó el portalón.
Subió por los escalones estrechos de dos a dos. El pasillo lleno de pasquines
por el suelo. A los lados. El cuarto de la mesa del sonido. Estaba con el sopor
de la depresión tras un ataque de angustia. Entró rápido en la mesa pa estar en
el aire. Sólo había guitarras solitarias tocando con alegría. Había hedor a
polvo. No volvería a haber recuerdo de los muertos…
El Asalto al
Guiniguada
Maraya y
Vicenzo apreciaban el desprecio que les tenía el Departamento de Inteligencia.
Eran los únicos que les tomaban en serio. La policía analizando
semioló-gicamente en la SUPERCOMISARIA
nuestro programa. Transcribo notas de los croquis de los informes
policiales. Dios qué impertinencia sutil. Qué endiablados. Qué indirecta.
Doctor sutil. Esta chusma es peligrosa. Tiene la cabeza llena de cuchillas
oxidadas. Este silencio cuánta mala uva, qué ruindad. Claro y cómo van de
tontos. De inocentes. Morralla gofiones de mierda. Joder y en época de Crisis.
Diletantes…buf hay que pararles los piés…
Y lo recordaban con el primer martillazo con
el ariete sobre la puerta de madera desvencijada. Entrando con en el edificio
de derribo. Subiendo con las porras. Con los cascos estrechos y empanadísimos.Con
la linterna led lenser hacían ringorrangos sobre los carteles. Debían de ser de
hace 30 años. Pero aparecían ellos pegando a adolescentes embarazadas
histéricas. En la pera de comunicación sintonizaban la misma sintonía que
querían abolir. ¿Te gusta el teatro cabrón eeeeh? Se imaginaba dando porrazos
al adjunto de la Universidad. Que se les daba de superior con su acento
engomado. Ese acento vallisotano arrogante. Por fin podría rajarle la dentadura
como si fuera la quijada de un caballo. Sí era su momento. No se repetiría.
Cuando llegaron a la sala de la mesa del sonido no había. Había un hedor a
sudor y polvo. Vieron la pecera a través de la cristalera. Había micrófonos.
Junto a unos libros con rosas marchitas y bordados granates como de hermosas
prostitutas…o de muertos sin dinero… miraron por la ventana con pena. Enfrente
la pared tenía una mancha de raño.
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