Alicia atraída por la madriguera

Alicia atraída por la madriguera

jueves, 20 de marzo de 2014

         La Declaración


                    Tenía que hacer la declaración antes de que todos le dieran la espalda. Había una música folclórica atronadora en su cráneo. ¿Sería una radio?. Porque esa era la perversidad de la condena. Aislarlo.
                   Primero humillarlo públicamente. Abrirle la cicatriz de sus anteriores heridas. Vegueta estaba desolada. La gente que tanto odiaba seguía en sus casas descansando. Se habían olvidado de él. Pero él exhausto tenía que llegar a la emisora pa recordarles. Aquello se le semejaba como ir a un velatorio en una perrera.
                  Lo habían abandonado allí en la islita por una condena que no recordaba. Los edificios de piedra pulida gris parecían ruinas prematuras. Era difícil distinguirlos. Pero parecía obvio que estaban llenos de historia insignificante. Como dentro de poco lo sería la suya. Las innumerables pasiones. Los esfuerzos sin recompensa. Las obras dejadas a medio hacer ¿quién las relataría aunque fuera con el nombre de otro?. ¿Cuántos cientos machacarían dando vueltas en la cama su historia, las cientos de historias como la suya? ¿qué es la verdad?.

                   Y él se quedó callado. Enfrente el edificio parecía en riesgo de derribo. En Madrid no soñarán mientras les ruge la barriga. Tocó el telefonillo. Le abrieron sin preguntar. Empujó el portalón. Subió por los escalones estrechos de dos a dos. El pasillo lleno de pasquines por el suelo. A los lados. El cuarto de la mesa del sonido. Estaba con el sopor de la depresión tras un ataque de angustia. Entró rápido en la mesa pa estar en el aire. Sólo había guitarras solitarias tocando con alegría. Había hedor a polvo. No volvería a haber recuerdo de los muertos…

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