Mirando atrás las ramas rotas.

Eran dos hermanas y cuando estalló la tragedia cayó como una bomba, los maridos no sabían cómo reaccionar. Las dos hermanas cuidaban no solo a su madre mayor, sino que además habían tenido que cuidar a su suegra a la que ya le había dado un infarto. Les echaron las culpas disfrazadas de agradecimiento soterradamente. Eran los años 80 y se acababa de aprobar el divorcio. Ingrid la mayor le dijo a Kenia que abandonaba a su marido y que como ella llevaba años quejándose podía acompañarla y alquilaban un piso juntas. Esto a los maridos los dejó en shock, y para resolver la situación dijeron que ambas madres saldrían de sus casas de inmediato. Ingrid volvió, pero Kenia que tras años de amargura por fin había probado la libertad no quiso volver. El marido le dijo que volviera para recoger sus cosas antes de tirarlas a la basura. Pero cuando volvió se encontró con cuatro monjas amigas de la familia, una era su prima. Se dio cuenta de la encerrona y que querrían lavarle la cabeza. Sonaba con fuerza una de esas tuberías de aire acondicionado, Kenia se dio media vuelta con su minifalda: “tiren mis cosas a la basura, fueron de una vida que nunca me perteneció”. Y mientras se iba, sonreía y golpeaba los tacones en el empedrado.