Una condena sin motivo.

"Cada loco con su tema" pensaba sonriendo. Les pedí que me metieran en el grupo familiar de whatsup porque me sentía marginado. Entonces entré en la marabunda, todo el mundo unos 50 integrantes tenía MIEDO a pasar desapercibido como los niños que saltan pidiendo atención a los padres: uno con DISFRAZ, otra que vivía en Noruega y viajaba cada mes a un paraíso distinto en cada continente del mundo, otra que se escogía increíblemente fotos sugerentes suyas con comidas exóticas y ponía frases de autoayuda requetesobadas y audios de varios minutos con recuerdos de adolescentes. Además se notaba que unos no se escuchaban ni leían a otros. Al cabo de dos meses me enteré que mi tía había muerto - la que quería que yo fuese cura jajaja- y me enteré una semana después del funeral. Lo dije en el grupo en público y un chiquillo me contestó en privado que su familia pensaba que yo lo sabía y que aquel no era el grupo "de las cosas serias". Parece que en el Hospital se reunieron siete personas, y una prima se ponía a dar la perorata "¡Dios, llévanos a todos pero no te la lleves a ella!", y que un hijito suyo pequeño mientras todos se miraban sin atreverse a mandarla a callar, le respondió con voz infantilona "mamá ¿pero tambiéééén a mí?", los presentes empezaron a sonreírse hasta reírse a carcajadas. E incluso la moribunda acariciándole el pelo rubito se sonrió y rio sin apenas fuerzas. Así nos dejó. Volví al grupo de whatsup. Había conversaciones en que nadie respondía a nadie ni compartían tema. Había ido a llevarle una guirnalda a mi tía y envié las fotos. Les expliqué la situación y les mandé el emoticono de un corte de mangas. Me invitaron a una cena que iban a hacer en su honor, y decidí darles una colgada por orgullo. Pero, al final, no fui hubiese sido una condena a muerte. Un aplauso a su desprecio. Mi tía se lo merecía.