Dejadme una mentira por Dios. Una bendita mentira.
Siempre sin fuerzas. Me obligaron a arrodillarme en las escaleras y poner el brazo a lo fascista. Tuve que cantar no sé que cosa absurda. Guanhaben dijo que no. -¡ Pégame si tienes huevos!¡pégame!.
Me puse a tararear unas cuantas frases sin sentido. Yo avergonzado me arrodillé en forma fetal quizá como en una forma de ridiculizar al hijo de don Agustín.
El profesor, padre del matón, vio la botella oxidada del insecticida en una esquina. Era un hombre chistoso y simplón que lo quería era acabar con aquello y quitarle importancia sin llamar la atención de su hijo. Pero ya tenía un pliegue dentro del culo hinchado e irritado.
Después del partido los que estábamos durante el recreo en el aula ayudamos a sacar pupitres de un trastero de al lado. Agustín el hijo de don Agustín junto con un camello del Salesiano quiso gastarnos la broma. Desnudó a cinco y nos metió en el váter destartalado desnudos,nos tapó la cabeza con bolsas de plástico y nos roció. Alguno le dijo que tenía hemorroides pero no le creyó. "Son unos gallinas de mierda".
Nos echó en los ojos,en el trasero y lo peor que el insecticida olía raro como especialmente a podrido. Pero ninguna de las víctimas se atrevió a reaccionar. Empezó a llenárseme de verrugas los brazos y de rojo.Yo dije que no era nada.Que no era nada.Pero el picor era insoportable y en poco tiempo el picor de las verrugas se volvió insoportable.
Me miré con la vista borrosa en un espejo roto a la luz en un rincón. Vi mi cuerpo esmirriado de intelectual frustrado.Me sonreí con orgullo cuando lo pensé.Solo se habían librado de que les saliera una costra requemada como a los otros que parecían como la de los inmigrantes de los invernaderos. Ay ni siquiera iba a ir al Viaje de fin curso ya. No iba a ir aunque lo sabía desde el principio.
El camello viendo el cariz de los acontecimientos desapareció.Y el profesor que nos tutoreaba llegó y se dió cuenta del estropicio de las mesas rotas y de la salvajada. Cuando íbamos al Hospital me dijeron, entre ellos mi profesor Agustín, que teníamos que avisar a alguien. Al mala bestia de mi padre o a la santa pirada de mi madre.
Supe que tenía que inventar una mentira aunque eso supusiera defender a mi verdugo que todos sabíamos quién era.Dije que había sido una pelea y un accidente lo del insecticida. Mi profesor Agustín repitió a gritos que no que aquello no podía ser. Y me señalaba con el dedo para repetir mi incoherente versión de los hechos.
Como siempre me quedé sin réplica. Iba a proteger al sosias canalla de su vástago y me decía como una broma impertinente que me iba a acordar de aquella bolsa con la que me habían tapado la cabeza.
Yo había pulido mi versión absurda cuando llegué a la Clínica Santa Catalina. La médica me examinó como si destripara una rana pero levantándome los brazos con delicadeza. Me puse de rodillas sobre la camilla y extendí los brazos en cruz.
"Imposible","no","bah, no es posible". Me preguntó que para qué mentía. Y como no me atreví a responder tuvo el pésimo gusto de repetirme la pregunta insensiblemente. Aquella médica era tan hipócrita de ignorar que si decía la verdad mi padre me gritaría y mi madre tendría un ataque y mi vida sería un infierno. ¿Pero que le importaba a aquella simplona por las ánimas del purgatorio?
Estaba como en otro trastero lleno de máquinas tapadas con sábanas y la doctora que me miraba de frente fijamente. - ¿Crees que me vas a engañar?¿crees que soy idiota?
Ante aquella falta de tacto la cuestión era de dignidad. Y aunque me repitió la pregunta solo le respondía con un No. Y otra vez con otro No. Porque ya era cuestión de dignidad, de una dignidad instintiva y beocia.
Déjeme decir una mentira por Dios. Una santa mentira y déjeme ya de reventarme el cráneo.
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