Elogio a la irresponsabilidad . Verlaine.
Todos preferimos ser el malcriado y prematuro genio salvaje Arthur Rimbaud, al víctima de Verlaine. Quizá Verlaine huyó del orden de su vida, de su hermosa mujer, de su trabajo rutinario. Hay huidas que salvan,que suspiran con sentimientos contrariados.
Gracias a la irresponsabilidad nos llegan muchos de los momentos más bellos de nuestra vida. La irresponsabilidad de no tener responsabilidades serias, ni de haberlas tenido.
Cuando allá por 187 y tantos Verlaine iba por las calles de París donde ya había casas de 5 pisos y carruajes inmensos como de madera de caoba negra lacada, buscando un médico para que fuera a ver a su mujer enferma se encontró con Rimbaud. Estaba mugriento.Seguía tan malcriado e insoportable como siempre. Recurrió a la pena de su situación y le echó en cara haberle portado tan mal con alguien de su talento. Argumentos que solo Verlaine podía aceptar sin réplica.
- Me voy a Bruselas. ¿Te vienes?.
-Sí.
Y Verlaine olvidando a su mujer enferma,sus cosas, su trabajo en la sociedad, se fue sin dar ni pedir explicaciones. Y mientras se iba veía el amanecer en el árido Parque de los Campos Elíseos. A los trabajadores malhumorados y cansados a primera hora de la mañana que tenían que recoger las mercancías del mercado.
Y se sintió liberado pero triste,muy triste. Pero siguió caminando.
Mientras iba a la estación de tren pensó en su amigo sincero Lepelletier en las noches canallas de los cafés de la bohemia de París.Él por delicadeza, por falta de fuerzas, o por fidelidad no flirteaba con las camareras. Además sentía atracción por las corbatas de los intelectuales jóvenes y los mandiles de los camareros que lo elevaban, como una tarde soleada de primavera.
Lepelletier engruñado en su butacón se lo entredijo en un arrebato que Rimbaud "es un malvado villano, malvado y desagradecido". Pero no podía evitarlo, tenía que ser libre, explotar sus deseos,viajar, conocer mundo, aunque fuera con el último canalla con talento con el que se hubiese topado.
Y con lágrimas miró atrás aunque no podía ver ya el Sena. Vió la gente trabajadora taconeando sobre el empedrado de los adoquines , que maldice, que se queja por su bajo sueldo. Esa gente que le iba a despreciar por ser poeta, por no dar un palo al agua,por vivir del cuento, ¿de qué vivirían? y sonrió amargamente y se fué.
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