Otro rostro podrido y cualquier misterio de las mariposas rojas.

(A la vieja trabajadora de los invernaderos de Vecindario). Juventud, divino tesoro juventud te fuiste para no volver, nuestro destino siempre fue desperdiciar la juventud. Hubo que trabajar que trabajar trabajar el desierto las manos, que trabajar más: cuarenta años, trabajar cada gota del mar, que trabajar hasta la noche el sacho buitre sin consuelo, sentir las manos de cal y labios, moho del desierto. ¡Grandes recuerdos sin gloria! El niño bajo un sol de remate berrea en la caja del tomate ¡mujeres, lucha y la victoria! ¿Quién salvará a esta anciana de su altar movible sangrado donde sólo es sagrado el candado de sus llagas? ¿Cuándo podré descansar de respirar arena?, se pudre entre rastrojos su cara ya sin pena. En las olas del invernadero anhela... exhuma el humo de las máquinas... ¿Qué paloma traerá a las lápidas el laurel de la primavera? ¡Descanso! protegerme del sol como el que agotado se protege de un abrazo o huye del amor. ¿No hay límite al sueño en la luz ni en las normas del mar, ni en la tierra árida sin medida?, tus imposibles cabalgaron sin formas fuiste la luz sin entender el día. La esperanza tan sinuosa llenas de ondas como un cisne golpeando el fondo del reflejo tan suave... no me sirve...