Alicia atraída por la madriguera

Alicia atraída por la madriguera

jueves, 10 de febrero de 2022

El corazón verde.

Después de que Esther tras siete años y medio rompiera conmigo decidí en un arrebato de odio contra el mundo romper con todo, tuve que tomarme una botella de Frangélico para tomar la decisión, y me apunté a la Cruz Roja donde solo me dieron un montón de rotuladores de colores e impresos para ir en el primer vuelo de voluntario (pagando yo 350 euros) a cualquier infierno al que aceptaran llevarme. El infierno que me tocó fue Yucunas, en uno de los afluyentes del Amazonas lleno de esmeraldas cerca a una tribu de la frontera de Colombia , donde solo mi traductor hablaba español y una lengua indígena con menos de cien mil hablantes. En el avión como si se rieran de mí o me persiguiera una maldición había una revista de los Borbones españoles exiliados. Como sabían que era médico me dijeron que tenía que tener una "mente muy abierta" y ya temía muchas aberraciones de falta de higiene. Una piedra pintada era la puerta prohibida para entrar a la tribu. Desde el primer día me pusieron de partero de las mujeres a punto de dar a luz. La embarazada intentando dominarse me miraba a la expectativa, cansada apretándose las manos pero sonriente, y esperando que la situación pasara discretamente, deseando que el niño saliera bien con sus cinco deditos en cada mano. Dentro de la Casa Sagrada un chamizo de cañabrava, la parturienta se ponía en cuclillas mientras se sujetaba de una cuerda y empujaba, el sacerdote meticuloso le daba ungüentos sacados de la selva, mientras curiosos los chiquillos correteaban alrededor. Parece que el sistema increíblemente fallaba a veces , generaba infecciones y el chamán había aceptado ofuscado la presencia de un perverso blanco. Repitió que solo me dejaba estar allí porque el padre-otro blanco desconocido- no quería hacerse cargo de la criatura. Yo sería una especie de padrastro espiritual. Me pareció incómodo tener que ver apretado, dónde estaba el problema y cómo corregirlo sin ofender a nadie. Estuve toda la ceremonia sonriendo de forma entrañable queriendo pasar desapercibido con mi chaleco de la Cruz Roja(muchos allí me pedían uno) y mi piel blanca. La parturienta a pesar de ser primeriza tuvo el bebé rápido en menos de una hora. El chamán me dejó al bebé y se disponía a cortar el cordón umbilical con el filo afilado de una sucia hoja de palmera. El bebé era niña y de alguna manera, entre una sonrisa de oreja a oreja se me parecía a Esther. Se lo di a la madre, le quité la palma al sacerdote y lo limpié escrupulosamente con betadine mientras se lo devolvía al chamán. Me pareció enternecedor ver a la madre ya calmada y concentrada con su rostro sucio mirando con amor e inquietudes, abrazada a su hija entre tanta suciedad. Pude entender el amor de la madre por su bebé pero no compartirlo, ni sentirme dentro de aquella escena, es como si quisiera quemar aquel poblado y huir. Mi infierno torturador había comenzado, sentía una envidia odiosa como si yo hubiese hecho el trabajo sucio de otro Pater que se había llevado el placer y había ocupado mi papel en el mundo y unas profundas ganas de esconderme. No había marcha atrás...

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