Estos días estoy tanteando a una mujer que no acaba sus frases inconexas y sin concordia, extremadamente nerviosa,dispersa,desproporcionada en sufrir y en replicar ofendida por tonterías,e impulsiva hasta lo absurdo pero aún es comprensible.
Hace 2 días nos pusimos a hablar "del futuro" de su hija, no sé por qué. La niña parece hiperactiva, suele gritar cuando llamo a la madre y a veces monta al triciclo en su propia casa,se pelea cuando la van a secar al salir de la ducha y resulta bastante rebelde.
Se puso a hablar del primer novio, de sus primeras relaciones íntimas, del sufrimiento de la ruptura, y de que todo eso es normal y no se puede evitar. Yo me quedé sorprendido,pensando que con una madre así la hija también saldrá enormemente nerviosa y dispersa. Hablé del método Montessori del que ya hay unas cuantas guarderías aquí,que te enseñan a socializar y a ser más emocionalmente estable, aunque sé que debía de ser más de un tercio de su sueldo al mes.
Pero le dije, céntrate en lo importante, empieza a crearle pequeños hábitos de trabajo y de estudio y que los haga de forma natural, que se acostumbre. Siempre me acordaré como en la Facultad de Derecho había estudiantes que apenas hablaban, sensatos, lógicos pero limitados, y a los que le encantaban cosas antipedagógicas e inhumanas como el Derecho Mercantil materia que daba muchísimo dinero porque en Canarias había pocos buenos expertos en la materia según se decía.
También me acuerdo de una compañera en concreto a la que solo le interesaban estas materias inhumanas, como dibujar edificios y no rostros y hacer fórmulas matemáticas como derivadas. Había mucho de gélido, inhumano y pero a la vez limitado porque no había ninguna motivación humanista detrás de aquello. Era disciplina asumida y el resultado era una brillantez invisible.
Después había otra gente que parecía brillante que solo sabía hacer eslóganes y juicios de valor baratos que creaban pasiones encontradas y los hacía populares. En fin, le dije que se esforzara porque la chica cogiera buenos hábitos y me sorprendí con la vehemencia conque se lo recomendaba sin importarme siquiera.
Recordé a muchos compañeros que acabaron siendo doctores y cargos académicos de más nivel que propiamente ni siquiera me parecían inteligentes, y quise que la niña tuviese un futuro prometedor. Que no tuviese que matarse a trabajar en un trabajo físico,que no aporta apenas valor, fastidiándose la espalda y las rodillas por un sueldo miserable. Mi padre siempre gritaba ¡qué triste que pienses así! como si fuera un planteamiento clasista, y no un ansia por prosperar que él nunca tuvo.
Al final, ella repitió mi frase de forma deslavazada dándome la razón pero volvió a sus sermones, quejándose de lo duro que era su trabajo y del miedo que su hija sufriera los sufrimientos inevitables y maduradores de la vida.
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