EL POZO DEL ODIO INFINITO.

En aquel pueblo pequeño perdido en la montaña, nadie se enteró del comienzo de la guerra. Bueno fingíamos que no. Cuando vi morir a mi hijo de 25 años entre mis brazos entendí lo que es el odio infinito y la impotencia. Alguien se había chivado y una patrulla desconocida que iba por los pueblos hizo el trabajo sucio., Me dijeron que como me quejara, me podrían matar a mi también. Una tarde monté en cólera pero después acepté mi destino. Mi mujer temblaba y vomitaba de la preocupación. Se negó a hablar con los demás y se hacía caca en la cama de los nervios. Se ponía a gritarse por la noche llevándose la contraria. A un hermano suyo también lo mataron en la capital, había miles de asesinatos. Nadie se atrevía a recoger a los muertos sin permiso. Por la radio, los líderes de un bando decían que la política de unos nos llevaban a la miseria y a ser tolerantes con la delincuencia. Los otros hablaban de justicia social, del hambre que pasaba mucha gente humilde y contra la que nadie hacía nada. Nadie quería discutir ya en el bar. Los aviones tiraban bombas y derrumbaban edificios en un momento en la capital. Yo tampoco quería pensar. Amo la belleza de este pueblo, a veces me impresiona tanta belleza. Veía el estanque sucio, los animales del establo a los que tenía que dar de comer. ¿Vendría el ejército a robarme mi carne y mi leche?¿tendría a quién vendérsela? ¿llegaría el frente al pueblo?¿nos tirarían bombas?¿habría fusilamientos? Nosotros no nos habíamos significado. Hay que trabajar. Si nos matan, de algo hay que morir. Ayer con el hierro me hice unas heridas y me rasqué para que se me agrandaran las cicatrices. Me preocupa muchísimo dejarla sola.