Todos los miércoles sin falta, el borracho se sentaba en el mismo sitio, y lloraba... pero aquel día era diferente. Había visto las fotos de aquel bebé sonriendo entre los abrazos y el beso de sus abuelos. Una envidia correosa le carcomía. ¿No era absurdo sentir celos por aquella bebé musculosa, mofletuda y bastante fea? Ni siquiera era mona,era el amor y la seguridad lo que envidiaba. Sabía que era ruín y no quería engañarse,pero tampoco podía evitar hacerse daño volviendo a ver aquellas fotos odiosas que le enfrentaban a su propia vida sin amor y en soledad. Tampoco quería exponer sentimientos que resultaban mezquinos.
Miraba los pies de las parejas pasear por la callejuela que daba al paseo de las Canteras desde el ventanuco del sótano de su casa con una luz débil. Recordaba su historia de amor, aquella historia tan lejana. El sabor metálico del whisky hacía que a veces le viniera otro temblor de improviso. Se le trabucaba la lengua. Cada tres minutos se escuchaba un portazo del edificio vecino que le hacía temblar. "¿Por qué bebes idiota?" no solo para olvidar y anestesiarme sino para sufrir bien y poder desahogarme. Hay veces que ya uno no reacciona ni para defenderse.
¿Qué ha fallado en mi vida? se repetía. Tengo principios y aunque pueda ser algo patoso repito las cosas hasta que salgan bien. Hacía tiempo que hasta rehuía hasta a sus parroquianos del Bar, gente gritona y maleducada que no hacían más que gritarle para llevarle la contraria y buscar pelea. Además les había pedido dinero para las copas y no podía devolverlo. Hubo una época en que fui guapo y de talento...¿qué pasó?
¿Qué ha fallado en mi vida, qué ha fallado? Era un hombre que vivía en las palabras y no quiso hablar. De pronto un cachorrillo de perro se puso a saltar y picotear a otro adulto unas diez veces más grande que él, que ponía un gesto de fastidiado. Aquel cachorrillo desnudo, indefenso,con su pirindola minúscula, "defendiendo" orgulloso a su dueña anciana le hacía una profunda gracia.
Aprovechó el arrebato de alegría que le dio la escena y salió a la Avenida soleada. Allí exhausto tras un largo sufrimiento y con la ropa sucia y desordenada miró el mar y los jóvenes bellos cogiendo olas,besándose ante su arrebato de angustia y charlando entre ellos entre carcajadas. El sol resplandecía en los cuerpos y edificios. Y como el resorte de un moribundo que encuentra la serenidad sonrió profundamente. Quería vivir a pesar de todo.
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