Todos hemos podido serlo todo sin entenderlo, dentro de nuestras posibilidades. Hasta que empezamos a trabajar y a ser sujetos realistas, donde ya podemos ser pocas cosas y pensar sabiendo vivir lo que decimos pocas cosas. Un fontanero que habla de la inteligencia de los pigmeos sobre la calidad técnica de las instalaciones de agua de su ciudad.
Los japoneses que entendieron al cristianismo como una religión de chusma,cruel e hipócrita consideraban de pésimo gusto que se pudieran mostrar los afectos más básicos desde la infancia y al dar la espalda con respeto como un gesto de cortesía hacia las otras razas con las que estaban obligados a convivir. "Nunca podrás ser japonés,ni uno de nosotros" le dijo YUKIO MISHIMA a John Nathan la primera vez que tradujo de forma magistral su obra maestra al inglés.
Gregorio era joven,contradictorio y quería llevar la contraria hasta lo absurdo hasta llegar a conclusiones filosóficas,sublimes para él que despreciaban solo aquellos que podían entenderlo pero no contradecirle.
Lo pusieron a trabajar en la mercado enorme con productos de contrabando legales e ilegales,y solo una esquina para aceite y vinagre donde no podía discutir sobre la idea del sentido común según Hume que había enriquecido a su generoso contradictor Adam Smith. Ese rincón sucio era el más popular porque se divulgaban las ideas ya aguadas de los maestros.
Así que a las señoronas devotas siempre les replicaba con perspicacia lo mismo lo mismo "Si te vengas de tu marido acostándome conmigo, te llevas la compra gratis". La cosa funcionaba solo con las señoras de color que estaban frustradas porque no pudieron aquello que nunca se decía en abierto de mejorar la raza,pero que muchas denunciaban diciendo que los comerciantes las discriminaban por no bajarles un poco los precios como a veces se hacía con las esposas de los profesionales de Vegueta.
Hasta que al cabo de un mes los proveedores le pidieron el dinero y él sabía que su padre le pediría explicaciones. Su padre un puritano que había estado en la guerra como contrabandista,que abrió un garito ilegal de juego y mujeres a base de sobornar a la Iglesia y a la policía no podía comprender la pasión en alguien recto de su estirpe comerciante. El soborno era un impuesto silencioso más. Como acostarte con la mujer de algún subordinado desgraciado que había conseguido un doctorado en Humanidades y a los que regalaba regalos caros con su nombre en mayúsculas para humillarlos.
Si no se las daba le daría una paliza. Gregorio era un orgullo para su padre: falso, usurero,valiente, creía en la crueldad necesaria del comercio y en la aristocracia del dinero que tenía la contradicción fastidiosa y democrática de que necesitaba dinero.Pero Aurelio el padre de Gregorio, estaba acostumbrado a asfixiar a aquello que amaba, había destrozado la vida a su enorme mujer que de ser una mamasota tropical se transmutó en un ser pálido,quebradizo y en un ideal morboso que solo salía de casa a misa de madrugada, pálida y escotada para excitar a un sacerdote viejo y rijoso.
Gregorio había faltado a la única excepción de su sagrada hipocresía: el dinero. También había autoeditado su primer libro, una obra capciosa de adolescente "Elegías Parias" que queriendo contradecir a Locke y a Nietzsche a la vez tras un lenguaje alambicado no contradecía nada. Tampoco quería pagárselo al editor replicándose en voz alta que para un filósofo era un insulto tratar de convencer a nadie o pagar algo que no iba a cobrar porque la mayoría ignorante no sabría valorarlo
Solo cogió unas monedas sin curso legal de valor afectivo de distintos países,un manojo de hierbahuerto y una maleta roída llena de fotos de grandes hombres solterones a los que por su inmadurez eterna llamaban escritores malditos, y se subió a un transatlántico que acababa de atracar a puerto para una redada contra los polizones cuyo nombre ni conocía.
Consiguió huir por los pelos el mismo día que llegaron los proveedores a preguntar por su padre, le escribió una breve carta de despedida a su madre con letra de niño pequeño y con muchas faltas de ortografía pidiendo perdón y llevándose la mitad de los ahorros de sus antepasados, "porque no quiso abusar".
Por supuesto, subió al barco de polizón. El barco se movía mucho, y los de tercera clase comían laterío y lo que sobraba de la cocina o de la primera clase. Decían que en Cuba se podía uno poner a trabajar en los cañaverales desde el primera día. Tras veinte días de vómitos y mareos, y dormir apilados con los hombros metidos hacia dentro, llegaron a Santiago. Los dos amigos que hizo al llegar a puerto, viendo lo cariñosas que eran las mulatas se quedaron allí,pero él era ambicioso y quería llegar a la capital a pesar de un pequeño tornado que había. "En La Habana pagarán mejor" decían.
El capitán estaba preocupado con cumplir con los horarios y ni siquiera quiso rodear el huracán. No era muy grande pero hundió el transatlántico a menos de un kilómetro de la costa. Fue terrible, nadie quiso gastarse el dinero en ir a buscarlos. Primero porque la inmensa mayoría eran emigrantes pobres y después porque la gripe española estaba en auge en 1919 y aunque nadie lo reconocía tenían miedo. Eso no lo recogió el libro de los transatlánticos de la emigración.
Los mulatos hoy en día cantan con sus guitarras roídas en el Malecón recordando que se oye como una niña que toca el piano en el aniversario del naufragio, que no encontraron ni náufragos ni las lanchas de salvamento dando a entender que se salvaron todos. Pero allí quedó la angustia de los náufragos que no sabían nadar y se hundieron en las bodegas gritando mientras el agua les sumergía poco a poco.La angustia de la presión del agua y de no poder subir.
El cuerpo de Gregorio quedó allí y los ahorros de los antepasados de su madre que envejeció paseando entre tomateras viendo su fortuna arraigada a la tierra, mirando al mar soleado, imaginando a su hijo único como un terrateniente de cañaverales y que soñaba que algún día le escribiera, "no me escribe porque pensara que estoy enfadada con él", y mandara fotos para conocer a sus nietos.
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