Fatiga tanto andar sobre la arena
sin el chantaje del mapa del oro,
para qué culparte de si el tesoro
tiene una maldición por tu pena.
Si hizo huir al barco amado la sirena
por qué quitar el agua amarga al loro,
si empotras cualquier luz violento toro
por qué lo acusas de huir del faro en barrena.
¡Déjalo ya!* nadie te acusa de la orilla
oscura en que hueles tu cara en gravilla.
La angustia del beso ajeno no te culpa.
Solo el paso hueco del arrepentido
verdugo solitario que no ha vivido,
en los gritos de los niños te acusa.
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