Alicia atraída por la madriguera

Alicia atraída por la madriguera

sábado, 19 de agosto de 2023

El soplo en el corazón.

Como todos los domingos José Dalí se sentaba en un banco del parque mirando hacia la ventana de aquel tercer piso, donde había muerto hacía dos meses la mujer de su vida. Se separaron hacía tres años, porque ella se excusó en que quería cuidar de su padre desvalido con inicio de demencia senil e irse a vivir con él. A pesar de sus numerosas infidelidades la aceptaba,no porque la amara sino por mi ambición de llegar a ser un pintor reconocido. Era la consagración o ser despreciado,olvidado y acabar en un psiquiátrico fumando anónimo, sin esperanza. Ya me vengaría de otros, haría constantes entrevistas, con el dinero firmaría cientos y cientos de cuadros que mandaría a pintar a otros con mis imagiones más extravagantes para conseguir ser eterno. Conseguir plasmar la obra que no tenía fuerzas de dibujar ¿quién podría cumplir este delirio de forma tan sensata? Después de 12 años de relación, nadie de su familia: ni sus hermanas, ni tíos, ni nadie le había informado de su muerte, ni de su funeral. De alguna manera había hecho conatos para iniciar otras relaciones pero a cierta edad las personas se vuelven más egoístas, aguantan menos, están más enfadadas con la vida, tienen hijos y familia propia que son su prioridad absoluta. Entonces se quedaba en aquellaterraza durante horascon un hipercubo de rubik. Lo deshacía un poco,y volvía aintentar rearmarlo pero ya no podía, confundía los colores que con una intensa angustia creía que había conseguido uniformar hasta que mirando profundamente elhipercubo se daba cuenta de que no. Así una y otra vez hasta el infinito. Así se torturaba todos los domingos. Por tanto, aquella relación había sido la más romántica y noble, pero ni hubo explicaciones sólidas de la ruptura, ni hubo explicaciones de qué murió, ni en dónde estaba enterrada. De pronto, apareció una perrita callejera en un alto estado de embarazo. Se le acercó supongo que esperando algo de comida, tenía el pelo bastante despelusado,le costaba caminar y estaba deseando una caricia. Estaba en la terraza enfrente del Macro Fit. Tenía como dos millos en cada ojo y su efigie bella no era nada heroica. Parecía un franciscano peregrinando. Con desesperanza y rencor miraba como un niño llevaba dando balonazos durante cinco minutos contra la pared de la terraza al lado suyo, pero no se atrevía a gritarle para corregirle. Algún amigo en común puso como excusa primero una recurrencia del covid y otros que fue un funeral privado. Buscaba explicaciones de tanta ruindad, y aunque tenía alguna, no quería saber más. Mientras acariciaba a una bella perra preñada abandonada, callejera, bastante sucia, se sonreían. "Pequeña mía, ya tienes dueño y me vas a hacer padre a mi edad". Y le daba la miga de pan de su bocadillo de jamón en la terraza como si fuera una misa en la cárcel de intelectuales represaliados, entre dos santos que nadie eleva hacia el cielo pero que elevados siguen de rodillas. En los pueblos suele uno encontrarse con perros callejeros a los que se ignora pero no en la capital. Compartir el dolor ajeno ya resulta algo incomprensible, vemos solo a través de las pantallas de móviles. A veces se encontraba con familiares de ella que cruzaban la acera y le negaban el saludo no se sabe por qué. Le dolía pero conservaba la alegría de vivir. "Hay que ser feliz, tengo que hacer un viaje e ir más a la playa" se decía. Bueno, cariño, tú estás dos semanas vas a hotel canino para que te limpien, mientras me voy a la agencia de viajes para irme lejos. ¿Te gustaría un imán de Nueva York,Sucia, para la perrera? .

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