Alicia atraída por la madriguera

Alicia atraída por la madriguera

jueves, 17 de septiembre de 2020

Ahora que soy madre, sé que soy mejor persona.

En el Parque de Las Rehoyas se juega la final del Campeonato de Fútbol INFANTIL . Amaba a aquella chica, la hija de mi mujer, porque la habían echado a perder desde niñita. Yo era el único hombre de aquella casa, frente a mi mujer, la tía y la abuela que no hacían más que mimarla porque “había sufrido mucho por ser hija de madre soltera”, y no tenía autoridad para corregirla sin peleas, ni que me dejaran en evidencia. Samantha no hacía más que dar patadas a las jugadoras rivales a destiempo, tirarse a la piscina y trampear de todas las maneras. Yo estaba en la grada hablando con el entrenador rival, que también estaba con una madre soltera, que me repetía “uno sabe la personalidad de una persona por cómo juega al fútbol”. Mi mujer desde atrás me miraba enfadada porque era el único que no gritaba al árbitro, “como haría un buen padre”. El árbitro parecía un hombre elegante y delicado, no solo no había sido injusto, si no, que no se atrevió a pitarnos un penalti de libro y no quería provocarlo. Daba igual, se notaba que era un blandengue. Pero me importaba Samantha. Con 13 años se vislumbraba que no estudiaba, tendía a mentir para no afrontar la verdad y al autoengaño, a vestir provocativamente y a salir con chicos. Me temía que fuera la tercera generación de madres solteras de su familia. No era mala niña pero estaba insoportable. Mi familia se dedicaba a la construcción y no estábamos acostumbrados a esto, ni a recordar nuestros traumas cuando hacíamos mal las cosas. No hacía más que decirle en privado a Samantha si quería venir conmigo a las obras: para ver la maquinaria, las tuberías, las maravillosas infraestructuras de los edificios por dentro pero sobre todo lo que es ver trabajar duro a la gente humilde. Que amara trabajar y tener una familia. Al final perdimos 3 a 9, y a Samantha la expulsaron con tarjeta roja directa por insultar al árbitro. Cuando fue al banquillo sus compañeras le dieron la espalda. Mi mujer estuvo a punto de decirme que volvería a casa en taxi, para no volver conmigo, pero las convencí para ir a tomar un helado. - Has perdido pero no tiene por qué gustarte. Lo importante es la lección: hija, sin entrenamiento duro nada te saldrá bien. -Papá quiero acompañarte mañana al trabajo. Sonreí. –Vale. Cuando me lo dijo sentí la alegría de cuando sacas a un preso de prisión después de muchos años y ve la luz entre lágrimas por primera vez. Le di un abrazo y me apretó bastante fuerte como si tuviera miedo de caerse.

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