Literatura/ lengua,cine, música y arte.
Alicia atraída por la madriguera
jueves, 30 de octubre de 2025
El Mesías frustrado del metro.
La odiaba, sentía nostalgia de echarle cosas en cara, de ser cómplice con Natalia,pero sin duda la quería.
El hombre concreto, Nasrettin Hoca, había vivido siempre en una geografía de números y hechos, una calle de caras conocidas con la bruma de las metáforas. Su mundo era una tabla periódica, un plano de una ciudad, un inventario de existencias. Odiaba los verbos irregulares del alma de sus subalternos, la sintaxis ilógica de sus amigos, el caos de las emociones. Su mente era una biblioteca ordenada donde cada libro era una verdad única y sólida. Las páginas en blanco de los sueños le parecían una aberración, pero recordaba las hogueras de una playa a lo lejos.
Una mañana, sin preámbulos oníricos ni la mediación de un espejo, el rigor de sus huesos se disolvió en una agilidad simiesca. Se vio las manos, ahora poderosas y peludas, y se reconoció en ellas. El hombre que se sabía a sí mismo como un teorema, ahora era un chimpancé, una bestia concreta pero sin la abstracción del lenguaje. La metamorfosis fue un castigo irónico del azar, que le dio el cuerpo de lo que él consideraba lo más básico e instintivo, sin permitirle escapar de su mente cartesiana. Su rabia se multiplicó, un laberinto de odio sin salida. Sus subordinados le parecían caricaturas de sí mismos, sus amigos, fantasmas de una vida que nunca había sido real. El primate en que se había convertido, habitado por la frustración de un alma geométrica, ya no podía soportar el peso de un universo sin lógica.
Sabía que tenía que ir a su trabajo, que cumplir con su deber pero necesitaba huir, huir desesperadamente.Se arrepentía tanto de su pasado.
Cansado, agotado, el chimpancé Nasrettin divisó una hoguera en un claro, una promesa ígnea de disolución y olvido. Se arrojó a las llamas, buscando el último acto de su existencia sin sentido. La madera crujió, las chispas volaron, pero el fuego no lo consumió. No sentía calor, pero sentía un odio que lo inundaba todo sobre él. Las llamas eran de cartón. Se dio cuenta de que no ardía porque aquella hoguera no era más que el sueño inamovible de otro hombre, un soñador que la había concebido con tal fervor que se había convertido en una realidad impalpable, un fuego que existía, pero no quemaba, una paradoja metafísica.
Nasrettin Hoca, el hombre que odiaba la incertidumbre, había sido atrapado por la ficción de un desconocido. El chimpancé permaneció allí, sin arder, en el centro de una hoguera de sueños, porque él había sido el sueño convencido de un hombre, de una mujer, de un misterio. 
Cuando despertó seguía allí en el hospital, después de haberse caído en los raíles del tren.
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