Alicia atraída por la madriguera

Alicia atraída por la madriguera

viernes, 28 de noviembre de 2025

Dos sonetos.

Soneto a Nueva York Glaciares que a los cielos se alzan ya, de Nueva York, la urbe que al mundo llama, su bello empeño el corazón inflama, ambición que en el alma siempre está. Cima que el hombre con fervor busca, da sentimiento de gloria, de fama y drama, de cada piedra un sueño que proclama, su esfuerzo, su virtud, su dicha acá. Testigos de mil vidas y pasión, estrellas que de cerca quieren ver, cual focos que desafían la razón, Mas en su hielo el ansia es menester: espuelas de flores en luz de neón ¿con mi cuerpo de ángel que quieres hacer? Soneto a Canarias. [La Voluntad que al Mar Desafía] De un laberinto azul, fiebre y arena, surgió la voluntad hecha de roca y sal, herido que en el pecho llevo un vendaval, pasos de noche que el deseo condena. No hubo desierto que la fuerza frena, ni ola gigante que el camino fatal marque la cicatriz isleña leal al sueño de una vida dura y plena. Bajo un sol que forjó el carácter fuerte, el pico de estas islas supo hallar la ruta clara para vencer la suerte, Y con el gozo eterno de navegar, vencieron la distancia, la muerte, alzando su hueca estela sobre el mar.

jueves, 27 de noviembre de 2025

Una mujer con un pájaro en la cabeza.

La amaba aunque sabía que iba a destruirme, pero nada de eso me importaba cuando me hablaba de su pájaro en la cabeza. Al principio lo único que quería saber era el secreto de la autodestrucción de su locura. Después un conocido me lo admitió a pesar de su envidia: todos nuestros conocidos tenían expectativas de que ambos nos casaríamos. Solo un loco acabado le pediría matrimonio pero yo ya era mayor y estaba solo. Después de descubrir algunos de sus sueños a la mitad, le recordé que tenía una fortuna, un increíble puesto de trabajo y que ascendería porque tenía ambiciones(todo mentira) y que quería casarme con ella. Pero ella me dijo que no, porque no sabía volar ni tirarme por los acantilados a las piedras del mar recitando a Shakespeare. Creo que empecé a amarla entonces cuando ya era tarde. Volví a casa y escribí la extraordinaria historia, de cómo ella en un momento de desesperación me pidió casarse conmigo, pero que yo no acepté porque solo sabía cocinar animales que pisaban la tierra. No puse su nombre al cuento,pero la amaba demasiado, pensaba en ella a todas horas, todos los días durante años desesperado. Cuando gané aquel premio extraordinario le dediqué el premio con otro nombre, contando todas sus locuras. Días después me enteré que por fin se había ido volando. Fui a su casa desesperado, forcé su puerta, busqué entre sus papeles algún papel en que se despidiera de mí, en que me reconociera su amor,un poemilla con mi nombre. Pero ni siquiera eso me reconoció. Antes de irme prendí fuego en su casa. Me vi encerrado dentro, ardiendo, pero pude escapar esta vez por fin del pájaro que llevaba en la cabeza de su memoria. Por fin...

sábado, 22 de noviembre de 2025

El camino de una monja.

Inmaculada entró en la institución por la puerta principal. Traía consigo una maleta vieja y una culpa tangible. Su propósito era claro: salvar su alma de la sustancia, del peso de la memoria y de una depresión que la hundía en un pozo sin fondo. Era un joven bella de piel blanca,y ojos y pelo negro. Las reglas del lugar eran precisas. Levantarse a las 5:30. Oración a las 6:00. Desayuno: pan negro y agua. Aseo personal. Trabajo manual. Inmaculada siguió cada instrucción. Limpiaba pisos. Pulía la cera hasta el brillo exacto. Ordenaba libros por tamaño. Sentía que cada acción la acercaba a un orden superior, a la salvación prometida. El orden la protegía. El orden la purificaba de los recuerdos de Ernesto, de sus ojos grises y de las promesas rotas que la llevaron al abismo. La relación con las otras monjas era una coreografía de evasiones. Sor Úrsula, la encargada del dormitorio, medía con una regla la distancia entre las camas. Nunca hablaban, solo asentían. Un asentimiento era aprobación; dos, desaprobación. Inmaculada recibía un asentimiento por la mañana y dos por la tarde. El sistema de comunicación era tan preciso como la maquinaria de un reloj roto. Con la Superiora, la Abadesa, el trato era inexistente fuera de las audiencias formales. La Abadesa era una sombra en el extremo del pasillo, una presencia de la que emanaba un olor a naftalina y papel viejo. Hablaba a través de notas escritas en un papel de lino, con una caligrafía perfecta e impersonal. En la ducha comunal, Inmaculada se enfrentaba a su propio cuerpo, un territorio hostil. El agua caía fría. Las duchas no tenían cortinas. Sentía las miradas oblicuas de las demás, cuerpos fantasmas que se lavaban con rapidez. Inmaculada tocaba su piel bajo el agua helada, sintiendo cada cicatriz, cada hueso, como un mapa de su vida anterior. Se decía a sí misma: "Este cuerpo no es mío. Es una posesión temporal. Debe ser limpiado, purificado". Pero la imagen de Ernesto, de sus manos, de su tacto, regresaba. La culpa se aferraba a su piel como un sudor frío, sin importar cuánto jabón usara. Pero el sistema no era perfecto. Encontró un libro de reglas con una página arrancada. La inquietud se instaló. Una regla incumplida por el simple hecho de desconocerla. La culpa, que había disminuido, regresó multiplicada, evocando el dolor de la última llamada de Ernesto, de su traición. Empezó a buscar la página, la regla faltante. Su búsqueda se convirtió en obsesión. Revisó todos los libros, todos los estantes. Desorganizó el orden que tanto había cuidado. Sus acciones, antes metódicas, se volvieron erráticas. Las otras hermanas, la miraban fijamente con un gesto serio. Señalaban su comportamiento. Su desorden. Los asentimientos de Sor Úrsula se convirtieron en un movimiento rápido y rítmico de desaprobación cada vez que pasaba. Una tarde, mientras pulía las ventanas del pasillo superior, sintió la asfixia del lugar. El aire dentro del convento era denso, viejo. Se acercó a un ventanuco diminuto. A través del cristal polvoriento, vio la carretera. Un coche rojo pasó a gran velocidad. El sonido del motor, breve y potente, rompió el silencio monótono. Un instante después, una ráfaga de aire seco se coló por la rendija, golpeándole la cara. El olor a asfalto caliente y libertad le quemó las fosas nasales. La vida callejera, el caos que había huido, se sintió de repente deseable, terriblemente lejano. Ese momento, ese aire seco, fue el catalizador. Recibió una nota de la Abadesa, escrita con la misma caligrafía perfecta: "Audiencia, 16:00 horas". En el despacho, la Abadesa era solo una forma detrás de un escritorio inmenso. "Ha roto usted el orden", decía la nota, leída en voz alta por la Superiora. "Su búsqueda ha generado desorden". Inmaculada no se defendió. Solo preguntó por la página arrancada. La Abadesa negó con la cabeza. "No hay página arrancada. El libro está completo". Inmaculada supo entonces que el orden era una ilusión, una mentira piadosa para ocultar el vacío de la depresión. Que la culpa no era por romper reglas, sino por buscar una lógica inexistente. La culpa la consumía. La rebeldía fue su respuesta. Dejó de seguir las reglas. Rompió el silencio. Cantó en voz alta durante la oración. Interrumpió la comida. Las otras monjas, contaminadas por su ejemplo, empezaron a murmurar, a dudar. El orden se disolvió. Sor Úrsula ya no medía la distancia entre las camas; se sentaba en su propia cama, mirando al vacío. La Abadesa la condenó, no a la expulsión, sino a una celda sin ventanas. Allí, Inmaculada encontró su destino. Su culpa la salvó, de una forma extraña. Se convirtió en la personificación del desorden. Y en su soledad, sintió una extraña paz, sabiendo que su caos había liberado, o condenado, a las demás. El perro negro seguía allí, pero ya no era un pozo, sino un compañero silencioso en su nueva y absurda existencia. Su culpa la salvó. Se convirtió en el desorden, encontrando una extraña paz en su nueva y absurda existencia. La hermana Piedad había cambiado la devoción por la rebeldía, encontrando su salvación no en la obediencia, sino en la resistencia. Sin embargo, sentía que la vergüenza no habría de sobrevivirle de tanto sufrimiento.

jueves, 20 de noviembre de 2025

Estoy en ti de lejos, de tan lejos.

Soneto I: Jesús en la cárcel ante la Cruz. La sombra que proyecta la ventana no es más que un breve indicio de tu paso; el sol que se levanta a cada ocaso te dice que tu vida no es lejana. No valen las promesas ni la historia que escriben otros con solemne mano; tu ser es un instante, luz y vano, perdido en la inmensidad sin memoria. El mármol que labraron con esmero será también arena, polvo, olvido; tu nombre, por el tiempo consumido, se pierde en el silencio del sendero. Tu esencia es el momento que se ha ido; tu herencia, nada más que un mero cero. Soneto II. LA MUERTE DE GIORDANO BRUNO. El muro que tus ojos ahora miran no es piedra inerte, sino el cruel destino; tu senda es un amargo desatino que las horas fugaces te conspiran. Los versos que en el libro se quedaron no calman el temor que te persigue; ninguna voz que al alma te fatigue te salva del final que te depararon. Ni el sabio que dictó la ley severa, ni el héroe que cayó bajo la espada, te libra de esta carga despiadada, de ser un soplo en la fatal hoguera. La vida es un reloj que no se frena; tu suerte es un tic tac más, fuego y plena. Un terrible adiós, que queda en nada. Tu adiós, que quema la pasión hiriente, es glaciar que se quiebra al atardecer; fuego que gotea mi cuerpo sin querer, y gélido dolor que no se siente. Cansa un camino al aire que se ausenta, un lento deshielo en el que me veo, donde el calor de nuestro amor me afeo en lágrimas heladas y que aprieta. Soy tu montaña que en el hielo agoniza, abrumado por un frío que no cesa, estoy arena en ti lejos te piso presa ya solo y sin entrar en tu ceniza. Se derrite aquel glaciar de tus besos ¿habrá algo si no tengo tus recuerdos?

miércoles, 12 de noviembre de 2025

La renuncia.

ACABABA de abortar y se sentía sola, pero quería estar aislada ajena a la gente feliz y hablar de temas trascendentales. Cuando llegó allí la superiora empezó a llevarla le contraria sin venir a cuento, se sentía falta de cariño, inestable y muy decaída. Por un acto menor, le exigieron que tenía que pedir disculpas a la hermana que más le había humillado y llevado la contraria en público. Estaba cansada de todo, demacrada de tanto dolor, pero de pronto había cogido fuerzas para ser libre. Se puso a leer la biblia en una celda de la biblioteca para todas las hermanas, y se puso a fumar como un signo de rebeldía y le hizo una peineta a una bibliotecaria que se acercaba para llamarle la atención a grito pelado otra vez. Se levantó y se fue, exigió que le abrieran esa puerta del Monasterio que rechinaba de forma impactante. -A mí no me volvéis a pisotear más. Soy libre. Era libre sí libre sin que nadie pudiera humillarle más. Y se fue cansada con su hábito por la calle empedrada. Ella había pagado su culpa aunque no se sintiera culpable ni fuera a la persona a la que hizo daño.

martes, 11 de noviembre de 2025

Sonido de guitarra.

Había planeado mi Camino de Santiago durante meses. Me había aprovisionado de todo el equipo "esencial", incluyendo un par de calcetines técnicos de senderismo de última generación. Estaba haciendo el Camino Francés, y todo iba bien hasta el tercer día, en una etapa particularmente larga y calurosa. A mitad de camino, sentí la temida punzada: una ampolla empezaba a formarse en mi talón. Intenté ignorarla, pero para cuando llegué al albergue esa noche, cojeaba visiblemente. Era una ampolla de proporciones épicas, y al día siguiente me esperaban 25 kilómetros más. Estaba desolado, pensando que mi aventura terminaba allí. Mientras estaba sentado en el porche del albergue, sobándome el pie dolorido, un hombre mayor, de unos sesenta años, se sentó a mi lado. Tenía una barba canosa y una mirada tranquila, y llevaba una vieira en su mochila. Sin decir palabra, me miró el pie, sonrió, y desapareció dentro del albergue. Unos minutos después, regresó con un pequeño paquete envuelto en un pañuelo de tela. Me lo tendió. Dentro había un par de calcetines de lana gruesa, de los de "toda la vida", de esos que mi abuela me diría que picaban. El hombre, que resultó ser un peregrino alemán que llevaba semanas en la ruta, me dijo en un español lento pero claro: "Técnica moderna buena... pero lana de abuela, mejor para ampollas". Me reí, un poco escéptico, pero me puse los calcetines. Al día siguiente, para mi absoluta sorpresa, no solo no me dolía el pie, sino que la ampolla había mejorado milagrosamente. Esos calcetines de lana, anticuados y picantes, se convirtieron en mi amuleto para el resto del camino. La amabilidad de un extraño que me dio sus calcetines (que olían un poco, por cierto, como es tradición en el camino) salvó mi peregrinación y me recordó que, a veces, las soluciones más simples son las que funcionan mejor.

lunes, 10 de noviembre de 2025

NO CULPES AL DESAMOR DESPUÉS.

Soneto I. No culpo al desierto sin espejismo, (A) luchamos por un sueño que fue incierto, (B) el corazón quedó yermo, desierto, (B) sigue tu vuelo libre, peregrino. (A) No sufras por mi pena, por mi sino, (C) disfruté al salir el laberinto de sal, (D) Espejo que cegaba, roto de cristal, con su brillo disfruté mi camino. El ángel al que elevo este lazo, (E) que encuentres la fortuna en otro abrazo, (F) la ola a la costa y ni ansia volver ya. (E) Déjame en la orilla oscura, solo un tajo, (F) que no te profane más este brazo, (F) y halles tu paz libre sangrado el puñal. (E) Soneto II. Te odio te amo y te vas a esto no hay cura, (A) cansa caminar sobre la ceniza; (B) no hay cueva y el precipicio se desliza (B) bajo el manto cruel de blanca luna. (A) No quiero otra promesa llena de mentira, (C) tu vida avanza libre, pura, ausente; (D) yo que tantos hombres fui entre dientes nunca fui el que te abrazó con ira. Que el tiempo de mi herida te sonría, (E) tu camino es ahora, no ya el mío, (F) la luz del nuevo sol sea solo mía. (E) Vete, que no te alcance mi vacío, (F) déjame en la orilla oscura, y que el río (F) de tu vida fluya sin culpa un día. (E) Soneto III. El barco busca arder para no ser hundido, hasta que se destruye del todo hasta hundirse. El alba ya no es alba si te vas, (A) batallé porque el barco no se hunda; (B) su casco ardía y el fuego me inunda, (B) buscando un rumbo incierto, incierta paz. (A) Si tu destino es otro, no lo atrases, (C) mi vela ahora solo se agoniza, (D) el mascarón de proa no me avisa, (D) que mi lucha solo causa males. (C) Cansado, ya no temo a los abismos, (E) decido hundirme en mis propios sismos, (F) dejando que el mar me trague entero. (E) El timón lo abandono y suelto el trazo, (F) para no sufrir más, rompo este lazo, (F) y que el silencio me lleve al cero. (E) Me quedo en la orilla, sin tu rastro, contemplando un futuro ya sin astro, tu ausencia es mi condena, mi quebranto. Vete, que mi dolor solo tú lo sabes, para no sufrir más, rompe estas llaves, y que el silencio seque pronto el llanto. Soneto IV. SONETOS A LO YERAY RODRÍGUEZ. Me salvó de la noche y GAS QUE INUNDA, un hombre que creí mi hueco amigo, hallé en el frío un piojoso abrigo, donde el bello alba da aire y no vislumbra. Un monstruo hallé en la sombra que me alumbra, su pan amable es solo un castigo, y el horror del gracias es por testigo, en la culpa atroz que me deslumbra. Canibal de mis hijos no lo asumo, pues vi en sus ojos mi propia culpa, mi salvación fue mi propia injuria. La rabia que me salvó es mi consumo, la noche entera es mi odiosa disculpa, y aplaude al asesino en mi curia. Soneto V. EL AMOR CANIBAL INTENTA SALVAR LO QUE HAS DESTRUIDO. Su mano me sacó del foso ciego, salvado por un ser de faz oculta, mi trono hueco ahora se sepulta, ver que el desierto fue un triste juego. Extinguirme pa nacer en mi fuego, la sombra de su piel me resulta un espejo, una imagen que me insulta, NACÍ EN la muerte que al fuego ruego. Me culpo por el hambre que sentía, por el sabor amargo de la gente, FUMAS la pena adicto que merezco. La bestia que me mira ya es la mía, un monstruo que me salva falsamente, de este infierno atroz que yo padezco. Soneto VI. Te amo entre mentiras y no te engaño, (A) viendo el mar a través del hueco engaña, (B) mi amor es un espejo sin campaña, (B) piraña oculta en gesto extraño. (A) No te daré un saber que te haga daño, el caníbal que sin vida no es nada, mi vida, una existencia ya manchada, un trono sin sangre se vuelve estaño. La salvación fue un pacto con la nada, la fosa de mar queda condenada, viviendo este horror que traje enfermo paz. El reflejo es la mentira que me encubre, (F) como escondido sin quien le ofusque, (F) en la gruta ama a impulsos la luz del mar. (E)